Caminamos observando tiendas, buscando con los ojos algo divertido para pasar el rato. Me agrada tener este tiempo de vida normal y corriente con Mike, cosa que nunca nos había sucedido. Hoy somos dos hermanos simples, paseando por un centro comercial, sin peleas, ni cámaras, ni dramas. Una escena de la película que no se conecta al resto de la historia.
Por pura casualidad acabamos sentados en el mismo lugar de malteadas donde estuve cuando bajé con Ian, pero en esta ocasión, en vez de una malteada, pido un helado de pistacho. Él pide uno de chocolate, y para cuando nos llega la orden ya Mike ha hecho una pregunta importante:
—Entonces ¿Qué piensas hacer?
—¿Arreglar las cosas con mamá y Madison y ser felices por siempre? —respondo como si fuese obvio.
—Vale, formulé mal la pregunta —se ríe—. ¿Qué piensas hacer después de ''salvar a la familia''? Ya sabes, cuando completes tu educación. ¿Qué harás con tu vida?
Oh, esa pregunta tiene más sentido.
Sin responder, me meto una cucharada de helado en la boca, disfruto el sabor, analizo mi mente y lo que he considerado para mi futuro en alguna ocasión anterior...
Nada.
—Creo que no tengo idea —respondo soltando una risita.
—¿Cómo que no? —Alza una ceja—. Tiene que haber algo.
—De verdad, no lo sé —repito—. Digo, cuando estaba en la residencia no es como que me pusiera a reflexionar en ello. Supongo que como nunca había considerado nada fuera de estar allí, tampoco me he planteado qué puede ser de mi vida en un futuro.
La respuesta abre paso a que me cuestione realmente qué es lo que deseo hacer después de que el problema con mi familia sea resuelto, luego de que me gradúe, cuando ya no sea una chica viviendo debajo del ala de un abuelo que hace prácticamente todo lo complicado en su vida. ¿Por qué no le he dado la seriedad correspondiente a lo que significa crecer?
Dios, estos meses han tenido más enredos que mi vida entera.
—Deberías ponerte a considerar opciones —aconseja él—. Si tu plan es quedarte en la residencia toda tu vida, recuerda que el abuelo no es eterno, por duro que suene.
—¿Sabes? Justo ahora prefiero no pensar en eso —sacudo la cabeza—. Ya será algo que resolveré luego. En este momento quiero disfrutar este helado con mi hermano y pasar una tarde divertida —él me sonríe, por lo que doy el tema por concluido.
Al terminar el helado, pagamos y nos vamos en búsqueda de alguna otra actividad que dos hermanos puedan hacer para matar el rato, lo que se resume en ver tiendas. No está nada mal. Cuando vine no me tomé la libertad de perder el tiempo mirando ropa que no me iba a comprar, cosa a la que conforme pasan lo minutos le voy formando cierto gusto. Es divertido, sobre todo cuando encuentro prendas que realmente me agradan.
—Puedo comprarte algunas cosas —dice Mike detrás de mí, notando como presto especial atención a un conjunto veraniego de un maniquí—. Mientras no enloquezcas, no es como que papá me pague los caprichos.
—No tienes que gastar tu dinero en mí —niego con la cabeza.
—Puedo gastarlo en ti o en alguna otra tontería, como más videojuegos —se encoje de hombros—. Escoge algunas prendas, pruébatelas y búscame en la sección de hombres —no espera a mi respuesta, se da la vuelta y, como dijo, se dirige a la sección de ropa masculina de la tienda.
Suelto un suspiro y una sonrisa. Nunca he comprado en tiendas como esta, con tanta variedad y un precio más elevado que el de donde solía comprar ropa en el páramo —en ciertas tienditas del centro del pueblo—. Por suerte no es tan caro como uno pensaría, es aceptable y accesible.
Sigo frente al maniquí, que muestra un conjunto bastante parecido a mi estilo: camiseta básica blanca dentro de un short de tiro alto jean, combinado con una chaqueta de la misma tela que el short. Todo el outfit se vende por separado y está colgado a un lado del maniquí. Solo tomo el short, pues que ya tengo chaquetas y camisetas blancas con las que lo puedo combinar. Si voy a aceptar la ofrenda de mi hermano, será para cosas nuevas en mi guardarropa.
Agrego al ''carrito de compras'' o sea, mi brazo, un traje de cuerpo entero con estampado colorido, un jean con algunas rasgaduras, una chaqueta negra de tela parecida al cuero y unos lentes de sol circulares. Con todo esto en la mano —luego de probármelo, por supuesto—, busco a mi hermano en la sesión de hombres, que irónicamente tiene más mujeres que nada. Luego de unos minutos dando vueltas, lo observo probándose unos zapatos deportivos.
—¿Es mucho? —pregunto, aun habiéndome asegurado de que el precio de cada prenda no fuese tan alto.
—Es poco —bufa para luego reír—, digo, poco si consideramos que no te puse un límite concreto.
—Bueno, entonces yo estoy lista.
—¿Qué te parecen? —me muestra su pie, cubierto por unas zapatillas de un color verde vivo, de esos tonos que te rasgan la córnea—. Otra de las cosas que quiero hacer más seguido es salir a trotar, y mis zapatillas actuales están bastante malgastadas.
—Yo elegiría un color como el blanco, uno que no te produzca ceguera —bromeo, sentándome a su lado.
—A mí me gustan —les da otro vistazo justo antes de asentir y llamar a uno de los empleados para pedirle que se las ponga en la caja.
Él con sus zapatillas y yo con mis nuevas prendas nos vamos hacia la caja, donde la mujer que nos atiende parece tan indiferente hacia la vida que apenas y nos mira, cosa que tampoco estuvo del todo mal. Salimos de la tienda con las manos llenas y una extraña felicidad, esa que todos solemos tener cuando tenemos cosas nuevas.
—El placer de las compras —suelta al aire mi hermano, casi en respuesta a mis pensamientos.
Entramos a otras cuantas tiendas, aunque es él quien se compra cosas: un par de videojuegos y una carcasa de celular. Me dice que no va de compras muy seguido, pero que cuando lo hace se permite algunos gustos innecesarios.