''Hey, ¿me recuerdas? Soy quien alguna vez fue tu mejor amigo, quien te llevaba siempre a la escuela, quien se reía contigo, quien se la pasaba contigo, quien se enamoró de ti, quien te lastimó al no ser correspondido, quien cometió el peor error de su vida.
Decir que lo siento no es suficiente, lo sé.
Desde que te conocí pensé que seríamos tú y yo por siempre. Éramos dos jóvenes viviendo bajo el mismo techo en una zona tranquila, no tenía miedo de que te enamoraras de alguien más, no creí que fuese posible ya que conocía a tus amigos, te conocía a ti, sabía que nadie te interesaba en ese sentido. Esperaba pacientemente a que las cosas entre nosotros sucediesen eventualmente.
Todos lo predecían, yo lo predecía, pero tú no, y supongo que nunca valoré la posibilidad de que nuestra cercanía no fuese una garantía, que existía la probabilidad de que no sintieses lo mismo... Pude comprenderlo solo cuando pusiste a otro chico primero que yo.
Ian... ¿qué demonios le viste a ese chico? No dejaba de preguntármelo. Me miraba al espejo, sabía bien que antes había conquistado sin quererlo a muchas chicas, ¿por qué no a ti? Él era un pálido flacucho tan colorido como una película antigua, mientras que yo me preocupaba por siempre lucir bien ante ti, y esa fue la máscara que se me cayó esas dos veces donde no obtuve lo que quise: en mi habitación y en la fiesta.
En ambas ocasiones lo que menos hice fue razonar o reflexionar; en cambio, me comporté como un niño al que no le dan un dulce. Tú vales más que un dulce.
Y fue cuando estuve solo que me di cuenta de lo mucho que me hacías falta para alegrar los momentos más comunes de mi día a día. Por más que tenga amigos a los que considero hermanos, sigue faltándome tu risa, tu compañía, tu dulzura.
Aquí estoy, desnudando mis pensamientos en un papel, rogando que comprendas todo lo que quiero decir, orando por recibir alguna señal de vida de tu parte para saber que me perdonas.
No te pido una amistad que sé que no merezco —por mucho que me duela—, no te pido hacer como si nada hubiese ocurrido; no, eso sería pedirte minimizar el hecho de que fui el más grande idiota que pudo existir. Lo que te pido mentalmente de rodillas, es que me perdones, que, si volvemos a vernos, pueda acercarme y saber que no hay odio o asco de tu parte. ¿Es eso posible?
Tal vez pido demasiado, tal vez es ese tipo de cosas que te pasan en la vida para que no vuelvas a regarla, de esas cosas que te hacen aprender de la perdida, donde no hay vuelta atrás. Yo quiero usar esta carta como último recurso, dejándote a ti la elección final.
Si me perdonas, y me mandas un mensaje, me llamas, me envías una paloma mensajera o señales de humo, y me das el privilegio de volver a tu vida, prometo ser justo como debí ser, ese amigo incondicional que no te fallará jamás. Sé que no será sencillo recuperar lo que destruí, más si me dejas, lo intentaré, o construiré algo nuevo, más sincero.
Si tengo tu perdón, mas no crees que debamos volver a vernos, solo dímelo y eso será todo. Me dolerá, pero mi mente estará tranquila.
Si no hay perdón, no tienes que decírmelo. El silencio valdrá más que mil palabras y, de nuevo, eso será todo.
Sea lo que sea que elijas, estaré de acuerdo y lo respetaré.
Finalmente, si esto llega a ser lo último que sabes de mí, entonces me despediré. Fuiste de las mejores cosas que me pasó en la vida, y fui un insensato al no soportar tu rechazo amoroso. Quien sea el que ganó o vaya a ganar tu corazón, será muy afortunado. Deseo que tu vida sea grandiosa, que seas feliz, que recibas todo lo bueno que mereces y que no te vuelva a tocar toparte con alguien que te trate como yo lo hice.
En un papel en el sobre te dejo mi nuevo número de teléfono, o mi mail, si es que no quieres una charla directa.
Siempre te voy a amar, Miranda Vander.
Adiós.
Mis ojos están ligeramente aguados cuando acabo de leer la última letra. Doblo la carta y la dejo a un lado del sobre. Ian sigue a mi lado, tal vez esperando a que diga algo. No me pregunta ni pretende saber qué contenía la carta, solo se queda allí en silencio.
Pienso mucho en él, en nuestra amistad de dos años y en todas las cosas que sucedieron durante cada día que pasamos juntos. Siempre fuimos él y yo contra el mundo, de alguna manera. Mi abuelo confiaba en él como si fuese su propio nieto... A la vez, pienso en las palabras que me dijo el día que se fue, lo que hizo en la fiesta, de inmediato me invade el miedo de que todo eso vuelva a pasar.
—Quiero perdonarlo —le digo a Ian, quien me mira detenidamente—, pero me aterra que sea un círculo vicioso, que siempre cometa un error y luego me ruegue perdón, que realmente no esté arrepentido —admito, apoyándome en el espaldar de la cama.
—Tú eres quien decide, después de todo —dice—. Yo no puedo aconsejarte en esto. Tú lo conoces, sabes si lo vale.
¿De verdad lo conozco? Quiero pensar que nunca fue hipócrita, que solo oculto esa parte mala de sí mismo para hacerme creer que era perfecto, o algo por el estilo. Me niego a pensar que es alguien totalmente distinto al que llamé mejor amigo, pues leo la carta y es él, es Jake, uno más real, sin máscara.
—¿Alguna vez Sammy te lastimó o decepcionó? —pregunto, esperando que no sea demasiado grosero de mi parte meter a su difunto mejor amigo en esto.
Ian se sienta de nuevo y cruza las piernas.
—Llegamos a pelear varias veces, sobre todo cuando éramos más pequeños —comienza—; pero recuerdo una pelea que sucedió cuando teníamos quince, un año antes de... bueno. Teníamos un examen en parejas, uno importante, y como yo sabía bien del tema me pidió que lo hiciésemos juntos. Yo sabía sus intenciones, ya lo había hecho antes, y no me molestaba ayudarlo a mejorar sus notas, mas no quería que me usara como escape a tener que estudiar, por lo que le dije que no.