Despedirme de los de la residencia y de mis amigas no fue muy sentimental, dado que, en unos días, para mi cumpleaños, los volveré a ver a todos. Tampoco fue triste despedirme de Ian, pasamos un fin de semana increíble y, si a mi padre le gusta la idea, puede que el viernes a la tarde vuelva a verlo y conozca al resto de mi familia.
Ahora, faltando poco para el mediodía, estoy con mi hermano volviendo a la ciudad. En unas horas tendré las clases respectivas del día con Mónica, hablaré un rato con mi madre, hablare un rato con mi padre, y de nuevo veré series lo que resta del día. Creo que no estoy desanimada solo por el hecho de que aún hay cosas en mi lista que debo cumplir, y pensar en ello me mantiene ocupada.
—¿La pasaste bien? —pregunta mi hermano luego de haberme contado cómo fue su fin de semana, con un viejo amigo del tenis en la playa.
—Increíble. No puedo esperar a volver definitivamente —digo, soltando un suspiro de anheloso.
—Bueno, tal vez cuando vuelvas, yo vendré contigo —voltea un segundo para sonreírme.
Me gusta imaginarme mi vida con mi hermano a mí lado todo el tiempo. Y, si soy lo suficientemente ambiciosa, creo que hasta puedo imaginarme con el resto de mi familia.
Llegar a la mansión y recibir su ambiente simple y aburrido tampoco me quita toda la alegría que tengo acumulada dentro. Saludo a las personas que trabajan para mis padres, como siempre, y voy directo a la oficina de Hans luego de que dejo mi bolso en mi habitación.
—Miren quien llegó —dice mientras envía un mensaje en su teléfono. Solo levanta la vista para sonreírme y volver a lo suyo—. ¿Estuvo divertido tu fin de semana?
—Fue genial —quisiera decirle que debería ir, que sería un buen reencuentro, pero no es lo justo en este momento.
—Me alegro bastante —sigue usando el teléfono—. Disculpa que no te mire, si bien me estoy tomando un descanso en cuanto a proyectos, siempre tengo ciertos asuntos que resolver —se excusa.
—No te preocupes —digo mientras me siento—. Digo, siendo quién eres, me sorprende que pases tanto tiempo en casa.
Parece terminar lo que hacía, por lo que deja el teléfono a un lado y me mira.
—Sí, a mí igual. Desde lo de tu madre me he dado cuenta de muchas cosas —se encoje de hombros —, pero no nos pongamos grises, luces feliz —se apoya con los brazos del escritorio—. Soy todo oídos ahora.
Comienzo a contarle prácticamente todo mi fin de semana: la parrillada, salir con mis amigas, ir al bosque con Ian, arreglarnos para la fiesta, la fiesta en sí, el cómo los padres de Ian se quedaron hasta tarde esperándonos para tomarnos fotos... Estas últimas se las muestro, por suerte, mi maquillaje y peinado parecían recién hechos.
—Oh, con que este es el famoso Ian —dice, examinando al chico—. Lindo cabello, apariencia decente; al menos no se ve como esos chicos que veo todo el tiempo en la calle, que se creen raperos famosos y hacen señas raras en las fotos —bromea—. Ya quiero conocerlo.
—Sobre eso... —comento mientras me devuelve el teléfono—, pensaba que sería bueno que se conocieran en un entorno más personal, me refiero a antes de la fiesta.
—Creo que sé a dónde va esto —cambia a una expresión de curiosidad.
—Bueno, se me ocurrió que podía venir el viernes a la tarde para cenar y quedarse para la fiesta el sábado. Y, claro, no puedo simplemente decidirlo sin tu consentimiento —suelto, esperando algo positivo de su parte.
Se lo piensa un poco. No responde al instante y se nota que tiene ciertas dudas, y si no las tiene simplemente quiere crear tensión y suspenso. Juego con mis dedos mientras espero a que hable.
—Tengo ciertas condiciones —dice por fin—. Primero, dormirá en cualquier habitación menos la tuya —sentencia con seriedad.
—Tenlo por seguro.
—Segundo, nada de escaparse a solas en medio de la noche —da especial énfasis en ello, supongo que por lo que le conté antes.
—No hay problema.
—Tercero, y ultimo: tiene prohibido subir cualquier foto o video de nosotros o dentro de esta mansión —asevera.
—Ni redes sociales tiene, así que tranquilo.
—¿No tiene? Qué raro.
—Y no has visto nada —le sonrío—. ¿Eso es un sí?
—Sí, mientras tenga el permiso de sus padres y cumpla esas tres condiciones, será más que bienvenido —asiente.
—Eres el mejor —me levanto y me inclino sobre el escritorio para abrazarle.
—Trato de serlo, te debo bastante —admite.
Cuando las clases con Mónica terminan, dedico un rato a acabar una no muy original pero atrapante serie de problemas adolescentes que al menos tuvo un giro interesante en el penúltimo capítulo. Es mejor que mucho de lo que he visto, siendo sincera. Cumplido esto, pienso que es tiempo de hacerle una visita a mi madre, que, como cada día desde que llegó, debe de estar en el jardín.
Salgo al patio recibiendo un soplo de viento otoñal metropolitano, que no está nada mal, siendo sincera. Todo sigue igual de perfecto y bien ubicado, es decir, no es como que vayan a cambiar algo en tres días de mi ausencia —que, con el dinero que tienen, podrían poner un polideportivo aquí si se les da la gana, muertos de la risa—. Camino hacia el laberinto de arbustos, siguiendo el típico recorrido hasta llegar a donde Dayana Vander se encuentra leyendo un libro como puede con su brazo enyesado.
Se le ve mejor, y es sorprendente cómo ella sí que ha cambiado en cuestión de un fin de semana. Si no fuera por el yeso en cantidades industriales que le envuelve varias partes del cuerpo, apenas habrían evidencias de su ''no-intento de suicidio''.
¿Cómo es que un día te tiras desde el balcón de un tercer piso hacía la nada, y unas semanas después estás leyendo ''Colores: lo que representan y el martirio de combinarlos'' sentada en el patio de tu casa? Ella, esa es la respuesta.
—Bienvenida de nuevo, Miranda —comenta muy diferente a como lo hizo mi papá. Sin sonrisa, sin mirarme. Casi con un tono irónico, aunque suele usar este para decir muchas cosas. Aun así, no siento odio en su saludo.