Fue una noche intensa.
Luego de leer la carta con Ian, y en aras de evitar un malentendido si es que a mi padre se le ocurría la grandiosa idea de cruzarse por aquí, decidimos ir a dormir a eso de las 12:15am, no sin antes recibir un beso de su parte por mi cumpleaños número 18.
Ahora acabo de despertar, son las 9:00am, hora en la que suelo levantarme con mi reloj natural. Sé bien lo que me espera. Cuando baje estará mi padre, mi padre, Mike, tal vez el resto de los empleados e Ian en el comedor diario, con un pastel, regalos y un desayuno de reyes. Siempre hacen eso aquí, y es una tradición bonita que hace mucho no experimento.
De hecho, mis cumpleaños acá nunca estuvieron nada mal, a excepción de las fiestas.
Me levanto y aseo un poco para bajar con algo de decencia. Cambio mi pijama por un short blanco de algodón y una playera amarilla. Peino mi cabello, para no escuchar el comentario de mi madre diciendo ''Miranda, por Dios, los cepillos existen'', y solo allí es cuando me digno a salir de mi habitación para bajar las escaleras y dirigirme hacia el comedor. Escucho a lo lejos algunos susurros, que se callan cuando estoy cerca. Reprimo las ganas de reírme ante el afán de ocultar algo tan obvio.
Pero, al entrar, sí que logran sorprenderme.
—¡Feliz cumpleaños! —grita toda mi familia, y cuando digo ''toda mi familia'', me refiero a ¡TODA MI BENDITA FAMILIA!
Mis padres, mi hermano, Ian, Ashley, Roy, Marieta, Erick y Chris. Todos están aquí, y me acaban de dar una de las mejores sorpresas de cumpleaños que he recibido en mi vida. Estoy tan anonadada que no logro decir nada, y solo abro los brazos para corresponder los abrazos que se vienen. Mi cara debe ser todo un retrato. Mi madre es la más seria de todos, aunque se nota que no le desagrada la presencia de los de la residencia.
—¿Cómo es que...? —suelto, pero la frase queda en el aire.
—Yo me encargué de traerlos —responde Mike, dándose aires de grandeza—. Sabía que te gustaría tenerlos aquí antes de la fiesta.
Y tenía razón. Tenerlos junto a mi familia de sangre es bastante raro, pero también es una gran oportunidad para que se conozcan mejor de lo que podrían hacerlo en una fiesta con otras personas.
—Tu abuelo no pudo venir, Jullie está algo resfriada, así que prefirió quedarse a cuidarla. Pero vendrá a la fiesta —explica Erick.
Sé bien que no vino porque aquí está mi padre, pero asiento como si me lo creyera y evito hacer comentarios.
—Bueno, como es tradición aquí, primero desayunaremos, luego cortaremos el pastel, y al final Miranda abrirá los regalos —anuncia mi madre, que está siendo ubicada por Daniela en su espacio en la mesa.
Todos cabemos en la mesa a la perfección, y el ambiente se vuelve mil veces más brillante ahora que hay más gente. Todos hablando, menos mis padres, que parecen tener un choque de realidades tan grande que solo pueden ver y sonreír.
El desayuno es una torre de panqueques con crema, nueces y chocolate. El desayuno más empalagoso y deliciosos que mis padres solo me permitían en fechas como estas, pues temían que, al dejarme comerlo muy seguido, engordara hasta ser una pelota con patas.
Parece que llevan rato aquí, pues, a pesar de la notable diferencia de clases sociales, hay armonía en el choque de estos dos mundos donde habito. De hecho, y como pasó ayer en la cena con Ian, mi padre se desenvuelve más y pregunta cosas a los hombres, quienes también le preguntan cosas a él. Marieta y Ashley aprovechan de vez en cuando para halagar a mi madre por su talento con la ropa, cosa que la deja como pez en el océano.
Se nota que mi familia de la residencia se está controlando para no ser tan ruidosos como lo son siempre, pero la dinámica que se está llevando es igual de divertida y agradable. Bromeamos sobre cosas que mis padres no captan, pero que al explicárselas se ríen con nosotros, y ellos mismos cuentan sus propias anécdotas conmigo.
—Con el permiso de Dayana y de Hans, quisiera agregar algo de nuestras costumbres cumpleañeras a este desayuno —dice Marieta, casi como esas personas que en medio de una cena golpean una tacita con una cuchara para llamar la atención.
—No hay problema, adelante —dice mi madre, expectante al qué será.
—Bueno, cuando alguien cumple años en la residencia, solemos decir algo que admiramos o destacamos de esa persona, algo corto para honrar su vida —explica ella. Estas cosas siempre me daban vergüenza—. Comenzaré yo. Creo que eres una chica que está dispuesta a mucho para ayudar a otros, y eso es asombroso —dice, mirándome con una gran sonrisa.
—Yo considero que tienes el talento de poner una sonrisa en la cara de cualquiera que te conoce —dice Erick.
Así van todos. Roy aplaude mi paciencia, Ashley me dice que soy adorable, Chris bromea sobre mi habilidad de ser un desastre y aun así arreglarlo todo, Mike me aplaude por no rendirme con las personas, Ian, muy avergonzado por el que todos estén esperando el qué dirá, me agradece por siempre estar ahí; entonces los únicos restantes son Dayana y Hans, quienes sienten la presión de las miradas.
—Yo... —comienza mi papá—. Quiero destacar lo bella que eres por fuera y por dentro —dice, acomodándose los lentes. Escucharlo decir eso me llena el corazón, por más simple que parezca.
Y entonces las miradas se desvían a Dayana, quien mantiene la compostura, pero parece confrontada por la actividad.
—Gracias por estar aquí sentada después de todo —dice mirándome a los ojos, formando una media sonrisa en su rostro.
Al finalizar la actividad, todos aplauden y partimos el pastel. Es delicioso, cosa que es muy de esperarse del siempre impecable trabajo de Debby. Mientras los empleados retiran los platos y lo que sobró de pastel, Mike se ofrece a traer los regalos, que vienen de todas las formas, tamaños y colores.
—Es idea mía, ¿o iban a comenzar a abrir los regalos sin mí? —dice una voz desde la entrada del comedor, que es inconfundible hasta sin verla.