Miraculous stories

El día que se reveló la verdad y valió

Parodia.

 

 

En un día soleado, Gabriel Agreste zapateaba con furia por los pasillos, cruzaba su mansión hacia la habitación de su hijo, su trofeo personal que le gustaba mantener bajo llave. Entró sin llamar y pilló a Adrien frente a la ventana abierta y con las manos levantadas. ¿Por ese angosto espacio se le escapaba? ¿Cómo le hacía para trepar la pared de cristal? ¿Era una especie de gato? Dejó esas dudas y habló:

—¿¡Qué estás haciendo!?

—H-hola, padre.

—Estoy preguntado —gruñó.

—Es que yo... Estoy practicando cumbia.

Lo miró ceñudo, no porque le costara creer que su hijo prefería bailar un cumbión que jugar LOL, sino que eso confirmaba sus sospechas. Sospechas que lo venían afligiendo desde meses atrás.

—No oigo la música.

—La tengo grabada en la mente, «amo su inocencia...» —movió las caderas.

—Esto… Siéntate conmigo —tomaron lugar en el sofá blanco del dormitorio.

—¿Qué necesitas, padre?

—Cambiaré tus actividades, ahora estudiarás hebreo, boxeo, artes marciales mixtas y ciclismo.

—¿Ay, por qué? —chilló.

—Nada de modelaje, mandarín, natación, cocina, arte y moe.

El chico se puso a patalear en el suelo, sus 14 años no le impedían hacer berrinche; no entendía por qué su padre le imponía nuevas actividades cuando ya estaba acostumbrado a una agenda.

—¿Estoy castigado?

—¡Sí, sí!

—Pero no he hecho nada malo.

—Mentiroso, tú me has traicionado —cogió la primero que encontró y lo lanzó al frente, un grave error porque quebró el televisor de su hijo. Fue una taza lo que bateó—. Carajo, la regué.

—La quebraste, mejor dicho.

—¡Cállate!

—No pues...

Gabriel se levantó para encender el centro de computo de la habitación, no quería alardear que sabía la contraseña de la única cuenta, pero si se la pedía se resistiría. Adrien vio lo que hacía y saltó para detenerlo, le apenaba que viera su fondo de pantalla. Efectivamente, eso notó él de inmediato.

—¿¡Y esto!? —en la imagen salían Luka y Adrien abrazados.

—Nuestra banda ganó un concurso de coros y... nos hicimos una foto para recordar —sudaba como obrero.

—No había necesidad de recortar a todos y dejarlos solos a los dos en el centro, se supone que ganaron en grupo.

—Eso lo hizo él, yo la puse porque me retó.

Su ira de multiplicó, cada situación ahí le confirmaba que no pensaba mal de su hijo, de verdad algo malo le pasaba. Gritar no le serviría de nada, regresó al sofá y lo invitó a charlar con calma.

—Dime qué sientes, qué te pasa, qué quieres, cuál es mi fin en esta vida, hay vida después de la muerte, se extinguirá la friendzone, mis ships se harán canon, mis…

—¡No entiendo!

—Hijo, llevas meses actuando extraño, te escapas de casa, cuando vas al sanitario tardas horas en salir, le pusiste contraseña hasta tu aplicación despertadora y no he logrado adivinarla. No es que yo controle cada aspecto de tu vida y por eso te tenga guardaespaldas, a pesar que París es pacífico, es que me importas.

—¿Tú… mis contraseñas…?

—Eso no importa.

—Creo que paso una edad inestable.

—Nathalie me contó que te duermes tarde sin motivo, te sientas jorobado, te escabulles al patio, miras al cielo como si fueras estúpido y le hablas a tu anillo como si fuera precioso.

—Claro, no me controlan —trabó los ojos.

—¿Tienes novia?

—No, qué asco.

—¿No te gustan las niñas?

Ahí comprendió todo ese interrogatorio, su padre pensaba que su comportamiento extraño se debía a que estaba ennoviado. En realidad se ausentaba para salvar el día, luchar contra el mal, mas debía fingir para que no descubrieran su identidad secreta.

—¿Por eso quieres que haga cosas de macho pelo en pecho y bla, bla, bla?

—Quiero ayudarte a retomar el camino —asintió—, el que se trazó para ti.

—No sé que soy.

—Has de estar muy estresado, debes alejarte de lo que te molesta y relajarte. Así hallarás tu lugar.

—Gracias, padre, así lo haré —lo empujó al borde del sofá y se acomodó.

—Me voy tranquilo.

—¿No cambiarás mi agenda?

—No.

—¡Ay, sí! —comenzó a dar saltos y reír, lanzó besos a su foto con Luka—. ¡Yupi!

Las tripas se le revolvieron a Gabriel, mientras Adrien retozaba por toda la estancia, verlo moviendo el bote lo alertó que el chico podría haberle mentido. Quizás tenía diferentes gustos y estaba bien, pero era un Agreste, y ellos marcaban el ritmo a donde fueran. Retornó a la computadora y puso una película para ver sus reacciones.




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