Mirada Cruel

Capítulo 37

Realmente esperaba que Skandar no se presentará al castigo, digo se ausentó dos días. ¿Qué más da que vuelva? Además, está golpeado, dudo que logre levantar unas simples hojas sin que le duela, aunque cuando se trata de él, nunca se sabe.

Tengo que aceptar que cuando entró a la bodega, minutos después de mí, me llevé una gran sorpresa.

—¿Me veo tan mal? — es lo primero que me dice.

—Para nada — él eleva una ceja y me corrijo —, sí, no...bueno un poco mal sí que luces.

—¿Se supone que eso es una respuesta?

—Sí, creo — respondo un poco insegura.

—Bueno, es que retrocediste del susto cuando me viste entrar — entrecierra los ojos. No sé por qué se sorprende, está peor que la semana pasada. Esta vez tiene dos moretones en las mejillas, y el labio inferior hinchado. Pero la peor parte son sus manos, que, aunque están vendadas puedo ver sangre seca en sus uñas.

—¿De verdad? — resoplo —, no me di cuenta.

—Si claro — me dice sonando no muy convencido, cierra la puerta y deja sus cosas en el sofá, al fondo de la bodega. Soy consciente de sus lentos movimientos, a comparación de anteriores días.

—Nataly — lo volteo a ver de improviso —. Te acabo de hacer una pregunta.

—Oh, cuál... — él se dirige a la mesa.

—Ya no importa, la acabas de responder — dice sombrío, comienza a revisar cada expediente, pero puedo notar que se aferra con fuerza a la mesa.

—Deberías ir a un médico — le aconsejo con buenas intenciones, aunque al decirlo parece todo lo contrario.

—¿Me estás echando? — dice con su vista puesta en los expedientes.

—No, es solo que no luces del todo...

—¿Bien? Lamento decepcionarte, pero me siento de maravilla — me dice, con su mandíbula apretada, intenta apilar unas hojas, pero sus movimientos son torpes.

—Deberías ir a la enfermería... — le vuelvo aconsejar preocupada.

—Tienes un afán de evitarme que a veces me... — se interrumpe así mismo, luego resopla —, veo que ya completaste esa pila.

Intento descifrar esas palabras que ya no pudo decir, buscarle una explicación a esa manera tan abrupta que tiene de cambiar de tema, es lo peor.

—Te vas a quedar ahí viéndome o piensas trabajar en algún momento — dice clasificando torpemente las hojas. Su fastidioso tono es el que me arma de valor para serle sincera, camino y me pongo a su lado.

—Luces miserable — le susurro, él me mira a los ojos al instante y se acerca un poco más —, estás demasiado débil, así no me puedes ayudar.

—Puedo decir lo mismo — replica —. ¿Te has visto al espejo? Pareciera que no has dormido en días — sus palabras no me ofenden, aunque el chico tenga esas intenciones puedo percibir otras. Intenta provocarme, pero aún no sé para qué.

—Solo creo que deberías ir a la enfermería, tu trabajo es ineficiente — señaló lo obvio, intentando calmarme por su necedad.

—¿Por qué estás tan amargada? A veces eres tan estresante, tú deberías ir a la enfermería a tomar algo que te quite esa cara.

No me voy a molestar, no me voy a molestar, no me voy a molestar.

—A penas puedes moverte, tus movimientos son torpes — me acerco un poco más e intentando mantener la compostura intentó quitarle los papeles de las manos, él prevé mi movimiento y los aleja de mí a tiempo.

—Tienes suerte que sea tan paciente — me dice bajito inclinándose hacia mí.

—No pareces muy paciente ahorita — me cruzo de brazos.

—Oh, está claro que aún no me has sacado de mis casillas — su voz se vuelve más grave.

—Está bien, ya no intentaré ayudarte — me rindo al ver su expresión burlesca —, pero si te desangras aquí mismo yo no pienso...

—Sabes que lo noto ¿verdad? — me pregunta sin dejarme terminar, lo miro dudosa buscando respuesta.

—¿Qué notas? — le pregunto bajando la voz, el chico considera buena idea acercarse más.

—Cuando me miras, no se me ha pasado ni una sola vez — empieza a sonreír —. Puedo sentir cuando tienes tus ojos puestos en mí, es fascinante.

Me quedo en silencio, pensando en que responder, más bien en como negar todo lo que acaba de decir.

—No sé dé que... — empiezo, pero cada palabra se queda atorada en mi garganta.

—Claro que lo sabes — se ríe —, porque pasa en la cafetería, en los pasillos, en las aulas. ¿Sabes por qué estoy convencido?

Niego demasiado embelesada, además si abro la boca solo saldrán balbuceos.

—Porque yo también te estoy mirando — su tono ronco me produce un cosquilleo —, porque de alguna forma inexplicable mis ojos también te buscan, y tengo mucha suerte porque siempre te encuentran.

Agradezco que la lámpara que está apuntando hacia otro lado, porque mi sonrojo debe ser más que evidente.

—Se identificar todo tipo de miradas, las lascivas, rencorosas, sinceras, falsas, me han visto por todas ellas, y luego está la tuya. — Habla como si ya no le dolieran sus heridas. — Y solo veo miedo y un atisbo de curiosidad, eso es lo que me intrigaba — resopla —. ¿Cómo puedes sentir miedo y curiosidad al mismo tiempo? Es inverosímil, sin embargo, eso solo me intrigó más, y solo me hacía una pregunta — sus ojos me buscan —. ¿Quién eres Stella?

Sus palabras me dejan enmudecida, su manera de hablar lo hacen ver sincero. Y yo no puedo estar más avergonzada. Sabía que sus asedios hacia mí, sus bromas y sus burlas tenían que ver con algo de su horrenda personalidad, pero ahora estoy confundida. Como siempre.

No sé cuánto tiempo pasa, pero por fin agarro valor de contestarle, no quiero dar vueltas en lo mismo, además, que después de lo que acaba de decir, no sé si habrá una respuesta adecuada.

— No sé qué te pasó y porque me dices eso, quizás lo puedo justificar con esas peleas a las que te metes — mi mirada lo enfrenta —. ¿Cuál es la necesidad de hacer sentir dolor? ¿Quién eres Skandar? — al oír mi pregunta sus pupilas se dilatan. No soy consciente de su mano recogiendo un mechón de mi cabello, hasta que lo pone detrás de mi oreja, un escalofrío pasa por mi espalda y me quedo estática.




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