Edmon y yo nos quedamos dándole las explicaciones a Janice al final de la clase. Es afuera del polideportivo cuando una voz muy cerca de mí me deja petrificada.
—¿Les gustó mi regalo? — Me dice la tormentosa voz de Cressida —, eso sí que los tomó por sorpresa.
—Un poco — logró decir, intento acercarme a Edmon el cual luce más pálido de lo normal. Y no es de menos, estamos rodeados. Cressida, Karen, Ian y Jeff. Los conozco a todos desde la vez en que Barns me atacó.
—Pero muñequita, eres de pocas palabras — me dice Jeff, con esa asquerosa mirada.
—¿Así son todas las pordioseras de dónde vienes? — Me pregunta Karen haciendo que sus amigos se burlen —. ¿O solo tú?
No les contestó, no les daré el gusto de hacerlo.
—Terminemos con esto Cressida — le dice Ian —, sabes que me aburre.
—Consideren esto una advertencia — nos mira ambos —, la próxima vez que piensen en encubrir a un ladrón no serán sus libros los rostizados. ¿Entendieron?
Ninguno de los dos contestamos a tiempo y eso los enfurece, se acercan más intentando intimidarnos. Y lo peor es que lo consiguen.
—¿Entendieron? — pregunta Jeff igual de enfadado.
—Sí, entendido — dice Edmon sumiso, su comportamiento me preocupa. Creo que está a punto de vomitar o echarse a llorar. Yo no contesto a tiempo, y es eso lo que motiva a Cressida acercarse a mí y tomarme del brazo con fuerza.
—¿Entendiste muerta de hambre? Si no fuera por mi Ska que me ayudó a encontrar al ladrón, te aseguro que no te hubiera dejado en paz. — Su voz es apasionada, disfruta esto —, no me hagas actuar de otras maneras, estuve investigando sobre ti, tienes un hermano pequeño, ¿verdad?
Es ahí cuando se me hiela la sangre y el mundo entero se viene encima. No, Joseph no, de ninguna manera tocarás a mi hermano, chiflada. Primero tendrás que pasar encima de mí. Intento decirle todo eso, pero ninguna parte de mi cuerpo coopera, me quedo tiesa, como estúpida.
—Oh sí, será mejor que te cuides la espalda. ¿Entendido? — Dice dándome un empujón
—Entendido — asiento repetidas veces.
—Ya vámonos de aquí, quién sabe qué enfermedad se nos puede pegar — llama a sus amigos y todos salen por donde vinieron.
Por suerte no había nadie cerca, eso me permite sentarme en el suelo e intentar calmar el temblor de mi cuerpo y el pulso de mi corazón. Algo que siempre me ayudó en mis crisis. Me quedo con la cabeza entre mis rodillas intentando olvidar lo que acaba de suceder, cuando una mano cálida da palmaditas en mi espalda.
—¿Estás bien Nataly? — Es Edmon el que me regresa a la realidad, alzó la vista solo para mirar su rostro preocupado.
—Sí, tranquilo, sé controlar esto — le digo entre respiros.
—Está bien si quieres llorar, solo sácalo. Prometo que esto quedará entre los dos — me consuela sentándose a mi lado.
—No, no puedo hacerlo — los flashes se juntan en mi mente.
—Nataly, no pasa nada si lo haces, es una reacción normal, no te avergüences por llorar.
—Edmon cuando lloro, me desmorono y no puedo darme ese lujo, siempre pasa algo malo cuando lo hago. — Me ve confundido, pero no intenta preguntarme nada más, algo que agradezco.
—Está bien, pero no olvides que siempre tendrás un hombro en el cual apoyarte — me dice dándome un abrazo, que recibo con mucho cariño. Nos despedimos olvidando la situación y me dirijo a la biblioteca.
Por suerte Skandar no se da el lujo de llegar, así que paso mi aflicción sola.
Aflicción que Janice notó al instante cuando llegó al entrenamiento.
—¿Qué pasa niña? — Me pregunta en lo que dejo mis cosas en el graderío.
—Nada — me encojo de hombros e intento sonar normal.
—Si claro — me coloco frente a ella a esperar instrucciones, pero no dice nada.
—¿Pasa algo? — Le pregunto confundida.
—A mí nada — se cruza de brazos y empieza a dar unos cuantos pasos.
—Pues a mí tampoco — replico.
Rompe el silencio segundos después.
—¿Nataly, tú qué esperas de esto? — su pregunta me toma por sorpresa.
—¿Esperar? — pregunto y ella asiente —, supongo que poder pelear.
—¿Supones? — alza una ceja confundida.
—Poder pelear — le digo intentando sonar más segura.
—Pues no es lo que me has demostrado, te he visto débil. Como si no tuvieras ganas de nada, de bajón, vencida.
—Solo estoy cansada — cierro los ojos recordando este terrible día. — ¿Acaso, eso es de débiles?
—Cansada — pronuncia la palabra como si fuera un chiste —, cansada, la niña que vive en una súper mansión, con tres y más tiempos de comida al día. La que no tiene que trabajar para mantenerse, y que tampoco padece de alguna enfermedad — se mofa de mí —. ¿Cansada? Tiene que ser una broma.
—¡Ya entendí, no es necesario mencionar mis privilegios, soy consciente de ellos! — le suelto frustrada, intento no llorar frente a ella, pero algunas lágrimas me delatan, ella no se inmuta —, no he tenido un buen día, semana. La gente aquí es demasiado cruel y...
—Eso es patético, solo veo a una niña llorona que quiere que alguien la salve de sus propias frustraciones — bajó la mirada avergonzada por mi reacción. — ¡Mírame cuando te hable! No seas cobarde y enfréntame...
Dejo que hable por los siguientes segundos, cada palabra que sale de su boca no solo me lastima, sino que hace hervir mi sangre.
—¡Cállese de una maldita vez! — explotó, alzó la vista —, usted no sabe nada de mi vida, ni de lo que he tenido que pasar. De las decisiones que he tenido que tomar por el bien de mi corta, pero preciada familia — las lágrimas caen por sí solas con cada palabra. — Porque si lo supiera, no me llamaría cobarde. ¡Mi vida no ha sido más que una serie de tragedia tras tragedia y a pesar de eso sigo de pie!
Tomo una respiración antes de esperar otra reprimenda, pero nunca viene. Al contrario, por extraño que parezca a Janice se le dibuja una sonrisa.
—Sécate las lágrimas — se acerca y me ofrece una toalla, la aceptó gustosa —, siéntate un momento — le hago caso y ella se sienta junto a mí.