—Chocolate — comenta Skandar por nada en particular, lo volteo a ver desde el sofá, él se encuentra frente a la mesa. Es martes y ya llevamos una hora trabajando con los expedientes y por ahora el ambiente ha sido tranquilo.
—¿Qué? — alzó una ceja ante su inesperado comentario.
—Tu cabello es del color del chocolate — me aclara antes de volver hablar —, pero no cualquier color, tu cabello marrón herrumbre.
—¿Acaso solo piensas en chocolate? — Le pregunto tras clasificar a un estudiante de los ochenta, lamento que no se trate de Lenina.
—¿Quién no? — Se cuestiona mientras mete unos documentos en el archivo.
—Emm, los diabéticos — le replicó.
—Creo que ellos son los que más piensan en chocolate — bromea mientras echa un vistazo a los expedientes —, menos mal ahora tienen un poco de sentido común, esto es terrible.
—¿De qué hablas?
—Bueno que la mayoría de mujeres en los ochenta preferían ponerse un nido de pájaros en la cabeza en lugar de, peinarse — me comenta viendo las fotografías.
—No seas grosero — respondo, intentando no sonreír ante su broma.
—No soy grosero — me echa un vistazo –, solo digo la verdad.
—Es lo que dicen siempre los groseros — lo oigo suspirar —, en todo caso los hombres no se quedan atrás, vestían como si se odiaran a sí mismos.
—Eso no lo puedo refutar — dice alzando ambas cejas, no ha parado de sobre analizar cada expediente y burlarse de ellos, poco después me mira —, oye, serías tan amable de venir ayudarme.
—Es lo que estoy haciendo — frunzo el ceño y levantó el puñado de hojas.
—Desde que entramos te fuiste a refundir a ese sofá, y solo has leído esas hojas — me señala con un dedo. Su acusación es verdadera, pero hoy ando un poco descarada, así que decido no quedarme callada.
—Dado que trabajé sola la semana anterior, me merezco un descanso — él cierra los ojos por un momento —, es más, debería de irme, me lo he ganado.
—Oh, tú no vas a hacer eso — dice negando repetidas veces, se da cuenta de mi mirada extrañada —, tu misma lo has dicho, eres fiel al reglamento, jamás pondrías un pie afuera antes de la hora, a menos que sea necesario.
—Al parecer me conoces muy bien — ironizó, pero él no se inmuta.
—Me resulta sencillo psicoanalizarte — me responde arrogante —, puedes ser un poco predecible.
—No lo intentes de nuevo — comentó, a pesar de eso él me mira extrañado —, te podrías llevar una sorpresa.
—Te he dicho que me fascinan las sorpresas — se recuesta en la mesa y yo reacciono poniendo los ojos en blanco —, en todo caso me rindo, jamás terminaremos. Son demasiados expedientes.
—¿Por qué estamos haciendo esto? — Pregunto desesperada con lo último que dijo.
—Porque estamos castigados — me responde encogiéndose de hombros.
—Pues eso debería ser trabajo del personal — comento viendo la torre de papeles pendientes —, en todo caso, no entiendo como se hizo este desastre, no tiene sentido.
—Si lo tiene, en realidad — me contesta, mientras sigue trabajando —, por un accidente hace unos años. — Me responde sin indagar en detalles, algo que detesto. Por qué no podía dar más información, ni que fuera un gran secreto.
Me mantengo callada por unos pocos segundos, él carraspea antes de volver hablar.
—Oh vamos, suéltalo — me dice viéndome con una ceja alzada y sonriendo sutilmente.
—¿Qué cosa? — pregunto muy perdida.
—Conozco esa mirada, vamos pregúntame — sigo sin responderle, eso de alguna manera lo anima a sentarse a mi lado —, sé que te mueres de curiosidad.
—Solo intento saber que pudo haber pasado para que cientos de hojas se desorganizan — su carcajada me interrumpe.
—Te lo dije, resulta muy predecible — me da dos palmadas seguidas en el hombro, me alejo un poco incómoda, ya lo podré soportar, pero me sigue dando un poco de escalofríos.
—No creo ser la única que se lo pregunta — doy un asentimiento para que hable, pero solo se limita a observarme, bufo por su actitud. — Vamos si soy tan predecible, debes saber que ya quiero que respondas.
—Se dice que fue un terremoto, hace algunos años — toma una bolsa de burbujas de su mochila y comienza a explotarlas —, las estructuras eran débiles, cayeron y todo se desorganizó, no era esencial ordenarlo todo, por eso decidieron dejarlo así — me señala la torre de expedientes.
Eso no explica el secretismo del sótano y porque jamás nos enviaron a él. Tampoco espero confesárselo a Skandar, aunque no sé si él sepa de la existencia de ese lugar. Si lo hago, podría destruir el plan que estoy construyendo. El cual no es tan desbaratado, el viernes después de las lecciones de Janice esperaré a que Claire salga y le pediré las llaves. Temo no sonar convincente, pero prefiero arriesgarme.
—Eso suena lógico — comentó, me quedo en silencio hasta que tomó la iniciativa de preguntarle algo que me tenía ansiosa. — ¿Y tienes idea de lo que quería saber Montessori? — Se vuelve a mí luciendo confundido y agregó —, no es normal poner un micrófono en un oso de felpa.
—Sí, lo sé — me responde con cierto desdén, antes de recostarse —, aún no he llegado a conclusiones, aunque con él no tengo que pensar tanto.
—¿Y cómo supiste que había un micrófono en el oso?
—Te recuerdas lo que te comenté en la alcantarilla — asiento —, siempre la misma manera de operar, Montessori no es un buen estratega, ni pensador, aunque eso ya lo sabes.
Pongo los ojos en blanco.
—Si hasta olvida la cita que él mismo invitó, no es muy brillante — lo miro con cara de pocos amigos y él me responde carcajeándose —, lo siento Nataly tenía que mencionarlo.
—Muy gracioso — digo con ironía y una sonrisa forzada —, no me cambies el tema.
—Si te hace sentir mejor, te hizo un favor — me anima, aunque no intenta sonar convincente, su tono burlesco permanece —, escuche que en el taller de cocina confundió una pera con una manzana.
—No cambies el tema — le repito, él se calla, aunque su expresión no lo abandona. — ¿Qué es lo que intentaba saber? Aquí nunca hemos hablado de nada importante.