Lo primero que conozco de la habitación es el pequeño candelabro en el techo. Y es que Skandar no pierde el tiempo, me recuesta en el edredón blanco como si fuera un objeto frágil.
Le echo un vistazo rápido a mi alrededor, es una habitación de hotel de lujo, pero frente a mí está el gran ventanal con vista a la ciudad. La vista se vuelve aún más hermosa, cuando Skandar se queda parado frente a mí. Su silueta en el centro de las luces de la ciudad. Se ve tan... majestuoso.
—¿Qué vas a hacer? — le pregunto recostándome en mis codos.
—¿Qué quieres que haga? — contraataca pícaro, mientras se levanta las mangas de su camisa.
—Dijiste que cantarías — le recuerdo sonriendo.
—Oh, entonces quieres que comience — pronuncia más alto esa última palabra —, cantando.
—Con que tienes un itinerario — asiento satisfecha y aprieto los labios.
—Cuando te vi con ese vestido lo comencé a planificar — se comienza acercar hasta tomar con la orilla de la cama.
—Espero que seas un buen anfitrión — le digo bajando la voz.
Esta vez no me responde, en lugar de eso se sube a la cama, no a un lado, sino encima de mí. La sola acción hace que me sonroje y entrecorte la respiración. Caigo al colchón esperando ver su rostro sobre el mío. Tiene la delicadeza de sostenerse con sus brazos y no apoyar todo su peso sobre mí. Queda a unos centímetros y me contempla.
—¿Por dónde quieres que comience? — me susurra mientras me vuelve a barrer con la mirada.
—Sorpréndeme — le pido ansiosa, estoy tan eufórica por todas las sensaciones que no sé si podré esperar más. Además, tengo nula experiencia en el arte de las caricias, así que prefiero que él me guíe.
Está por inclinarse, pero de un segundo a otro se regresa pensativo.
—¿Nataly estás segura? — me pregunta con la voz más grave.
—Sí, si — repito convencida, aunque un poco extrañada por la intervención.
No me vuelve a responder, solo comienza dándome un beso profundo en los labios. Así quedamos mientras siento sus manos aventurarse por mi cuerpo. Flexiono las piernas un poco y aprovecha también para repasarlas con sus palmas.
Baja sus labios a mi cuello dándome besos en todo el recorrido, suspiro en respuesta. Sus brazos me toman de la cintura en cuanto su boca llega al centro de mis pechos. Empieza besando mi pecho izquierdo antes de abrir la boca y succionar por encima de mi vestido. Puedo ver cómo se endurece con su solo toque. Cuando lo hace en el izquierdo suelto un leve gemido.
Skandar se ríe gustoso.
—¿Te gusto? — me pregunta cínico.
—¿Te tengo que responder eso? — respondo en lo que tomo aire.
—No, pero me complace escucharlo — me dice antes de regresar a su trabajo en mis pechos.
Sigue descendiendo entre besos y mordiscos por mi pecho hasta mi abdomen. Lo escucho jadear en cuanto nuestras piernas se enredan, cuando está por llegar al centro de mi cuerpo alza la vista. Tengo que alzarme para verlo desde abajo.
—Entonces te gustó lo anterior — me dice con sus pupilas ya dilatadas —, te hice sentir bien.
Asiento sin poder emitir palabra.
—¿Y si subimos el nivel? — me pregunta mientras con dos brazos me levanta el vestido.
Su cabeza desciende a mis muslos temblorosos y pasa sus labios por ellos. Lo escucho gemir al mismo tiempo que yo, ambos estamos disfrutando de la situación. Así sigue hasta que llega al centro de mi cuerpo. Acerca su nariz por encima de mis bragas y yo solo puedo arquear la espalda de las ansias que siento.
—Skandar — logró decir casi en súplica, lo puedo escuchar jadear al escucharme.
—Stella — me responde de la misma manera, mueve mi vestido un poco para poder verme —, ¿quieres seguir?
—Demonios sí — exclamó impaciente.
Se ríe más fuerte.
—Sus deseos son órdenes madame — dijo guiñándome un ojo y regresando a mi entrepierna.
Solo logro sentir su aliento cuando un ruido inusual me distrae. Y a Skandar también. Ambos compartimos una mirada hacía su teléfono que está sonando. Skandar contesta al tercer tono. Se queda hablando por unos pocos minutos antes de colgar y recostarse en la mesa de noche de brazos cruzados.
—¿Qué pasa? — le pregunto pensando lo peor.
—La conciliación ya está por empezar — me dice, haciendo que me ponga pálida —, en veinte minutos, pero nosotros tenemos que estar antes.
La sola mención hace que me alarme. ¿Cómo diablos me olvide de eso? Fabiola debe estar como loca llamándome.
—Tenemos que irnos — empiezo a moverme y tapo de nuevo mis piernas —, llegaremos tarde.
—Tenemos tiempo — me dice cerrando la distancia, me ayuda a bajarme el vestido —, tranquila. Solo que no medimos el tiempo y...
—Se arruinó todo — concluyo cayendo en cuenta sobre mi estúpida reacción de antes —, es mi culpa, si no me hubiera asustado y desconfiado, yo...
—No, no digas eso — frunce el ceño, me toma de la mano —, es normal lo que te paso. No te culpes por algo como eso, me quedo satisfecho con que la pasaste bien — me dice sonriendo.
—Bueno si — le digo y siento como mis mejillas se calientan —, pero es mejor irnos ya.
—No, aún no — me detiene.
—¿Por qué? ¿Hay algo que olvidaste? — le pregunto, ambos compartimos una mirada divertida.
Se ríe.
—Claro, al menos hay que tener una despedida digna — me dice antes de lanzarse sobre mí de nuevo en la cama. Sus labios me buscan con rapidez y yo no puedo estar más complacida de recibirlos de nuevo. Esta vez no es un momento sexy, es más romántico. Empezamos a dar vueltas en la cama, es todo tan juguetón que las risas se nos escapan.
—Alguien se vendrá a quejar por los ruidos — me está diciendo, que no nos percatamos que estamos a la orilla de la cama. En la siguiente vuelta ya no siento el suave edredón, sino el duro suelo. Skandar y yo caemos sin darnos cuenta, que cuando nos percatamos de nuestra estupidez nos separamos un poco.
Compartimos una mirada seria antes que sea rota por nuestra sonrisa, ambos está vez estallamos a carcajadas, que me tengo que apoyar en el suelo.