«No pude siquiera dormir otra vez. Me he sentido devastado, vacío, como si me hubiera caído en lo más profundo de un abismo helado del cual no he podido salir en estos largos y terribles días.
Me siento tan solo, olvidado, inútil y culpable por todas las cosas malas que hice, por todo el daño que causé, que mi corazón me dicta que no haga absolutamente nada, que me quede inerte hasta que el dolor, de alguna manera, se vaya con el tiempo. Pero los segundos son largos como horas, incluso podría decir que días. La semana se me ha hecho eterna gracias a lo desgarrada que está mi alma.
Intenté salir para verme con viejos amigos, para distraerme. No obstante, al estar fuera, pensé: “¿Acaso ellos tendrán tiempo para mí?” Me desaparecí por casi un año entero, no hablé con nadie más que con él. Estuve encerrado en mis sentimientos dulces y rosas todo este tiempo, tanto que descuidé las pocas amistades que tengo. Los amigos que tanto apreciaba se volvieron bruma en la lejanía gracias al amor que ya no está a mi lado.
—¿Hendrik? —preguntó una voz familiar a la distancia, notado el rostro de Gilberto, mismo que no se veía tan bien a cómo lo recordaba—. ¡Sí eres tú! ¡Qué milagro, hombre! ¿Cómo te ha ido? —Las cuestiones me hicieron sacar una leve sonrisa, unido a su compañía para caminar por las cercanías y hablar un poco. Por desgracia, no tuve el valor de decirle la verdad. Supongo que una parte de mí quería que él preguntara primero, que se diera cuenta de mi actitud cabizbaja y desdichada. Tal vez ya no le importo cómo creí o no quiso ser inoportuno, porque evadió el tema todo el tiempo.
—¿Cómo se encuentran Roberta y Edgardo? —Mi pregunta provocó una sonrisa solemne en el rostro de Gilberto, parecía que estaba feliz de contarme, al mismo tiempo que un sentimiento negativo le apuñalaba por dentro.
—Bien, siguen con lo suyo. Me parece que la ponzoña andante está a punto de convencer a algún museo de exponer su arte. Impresionante, ¿no?
—¡Seguro! Me alegro por ambos, sobre todo por la tía. Debería seguir sus pasos —mencioné con algo de pena, cosa que alegró a mi amigo.
—¡Hey! Tú también pintas increíble. Lo había olvidado por unos momentos. Creo que es momento que saques ese gran artista que hay en ti y te pongas a la par de nuestro camarada.
—Me gustaría, pero yo…
—¿A qué le temes, Hendrik? —La pregunta me dejó sorprendido, sobre todo al ver el rostro serio y la mirada baja de Gilberto.
—¿Qué te pasó, amigo? —Luego de un silencio incomodo y de detenernos, el hombre comenzó a llorar. Fui un tonto, no me di cuenta que él mismo se hallaba también en un mal estado. Al final, a quien no le importaba tanto su amigo, era a mí».
Hendrik se hallaba sentado sobre un cómodo sillón, encorvado, con ambos codos recargados sobre sus rodillas y las manos con los dedos entrelazados, cubierta su boca por la unión de dichas extremidades. Sus ojos ámbar estaban perdidos en el suelo, triste y arrepentido por sus acciones, cuyo corazón ese hallaba más que lastimado.
—Supongo por eso has decidido venir a mí —concluyó el viejo, sentado en su sofá, vertido vino en la copa que tenía sujeta con delicadeza—. Yo no tengo problemas de ningún tipo y poseo tiempo para escuchar todo tipo de historias de personas jóvenes como tú.
—No seas tan duro conmigo, hombre. Vengo porque tengo la certeza que eres el único que puede ayudarme en este momento.
—¿No has pensado en ir a terapia?
—No tengo dinero.
—Es grat…
—Sólo quiero que me escuche un amigo —tajó Hendrik, interrumpido el viejo.
—Dos cosas, Brayam. Primero: no me gusta que me interrumpan —aseguró el mayor, con un tono de molestia impresionante—. Y segundo: yo no pienso guardarme lo que pienso. Si vienes aquí, es porque estás desesperado. Me halaga que confíes en mi juicio y me aprecies para que trate de guiarte en tus problemas, pero lo mejor, sin dudas, es que consultes ayuda profesional. Ya no eres un niño. Tienes veintiún años. —Lo declarado por el adulto, lejos de ofender al hombre, le hizo llorar, angustiado, ahora recargado en el sillón.
—Perdona. No es mi intención molestar.
—No es molestia. Me preocupas, tonto —confesó el mayor y bebió del vino, para continuar luego de un suspiro—. Cuéntamelo todo, desde el inicio. Necesitas desahogarte por completo.
—Bien, ésta es mi historia de amor. —Las palabras de Hendrik fueron volviéndose imágenes en la mente del anciano, mismo que ponía su total atención para ayudar al pobre joven que ya conocía de unos años.
Editado: 05.10.2022