Mirada distante

Segundo Relato: Perfecto

Los primeros rayos del sol llegaron hasta la ventana de la casa de Hendrik, mismos que iluminaron su habitación y al joven que se hallaba dentro de ella, acostado con los ojos abiertos, sin expresión alguna, pero llevado un rostro lleno de lágrimas sobre aquel, incorregible.

El móvil del hombre marcó que tenía poca energía, por lo que éste vibró sobre la mano del pintor, pues tenía el aparato por encima de su palma, sostenido con nada de fuerza. Lo único que atinó el hombre a hacer es revisar que no tuviera mensajes nuevos o hubiera alguna novedad, y al ver que todo seguía en blanco, se puso de pie y lo conectó al cargador que tenía en la sala.

Hendrik se sentó en su sillón y observó los alrededores de su cuarto: el bastidor que sostenía un lienzo cubierto por una manta blanca, las numerosas latas de cerveza esparcidas por la mesa de centro en la sala, los botes de pintura cerrados que se notaban sobre el papel periódico que cubría el suelo y los platos sucios que ya estaban acumulando sobre su fregadero en la cocina.

El hombre, solitario, suspiró y se levantó para limpiar su hogar. Primero tiró los restos del alcohol en la basura; luego guardó los botes de pintura y dobló el periódico que todavía le servía para acomodarlos en el mismo armario que sus otros utensilios de pintor; por último, pasó a la cocina y lavó cada traste, al igual que se aseguró que el sitio completo estuviera libre de restos de alimento.

Una vez acabado todo, el pintor miró el cuadro que había cubierto con una manta y se acercó a él para retirar dicha tela, mas se detuvo unos momentos antes de tocarla, respiró hondo y bajó su mano, desistida la acción en el último momento, tomadas sus cosas para retirarse de su hogar e ir a visitar a su viejo amigo.

Era algo temprano, pero sabía que el viejo se levantaba desde el alba, así que no se sintió inoportuno en ir a tocar la puerta de improvisto, invitado a entrar por un grito, pues a esa hora del día, el anfitrión mantenía todo cerrado, más no con llave.

El artista llegó hasta la sala del viejo y le escuchó volver a llamarle para que se adentrara más a su hogar, donde lo encontró sentado en su comedor, con un desayuno ligero por enfrente de él, al igual que había un asiento disponible con otro plato de alimento esperando a ser consumido.

—Buenos días y provecho —saludó Hendrik, apenado.

—Buenos días. Ese es para ti —explicó el mayor al señalar su costado, cosa que extrañó al invitado.

—¿Sabías que vendría temprano?

—Lo supuse —respondió luego de tragar un poco de fruta—. No tienes nada mejor qué hacer, ¿cierto? —La pregunta, lejos de ofender al pintor, lo hizo sonreír, por lo que dejó de lado su mochila y se acomodó frente a su plato. Agradeció por el desayuno y consumió los alimentos.

Una vez acabado todo, Hendrik tuvo el gesto, en manera de agradecimiento, de lavar los trastes. Por lo que el anciano se acomodó en su sala para esperarlo, paciente.

Sin más preámbulo, el menor se le unió al momento y éste lo vio un tanto apenado, incitado por el anfitrión para continuar con su historia.

—No te quedes callado. ¿Qué pasó después entre Cedris y tú? —La pregunta dejó un tanto cabizbajo al artista, mas aquel estaba listo para continuar con su historia, puestos sus ojos en el mayor.

—Empezamos a salir. Fueron, creo yo, de los días más lindos que viví en sus entonces —relató suavemente Hendrik, con una bella sonrisa en el rostro, recordados los preciados momentos que vivió con Cedris.

«Nuestras siguientes citas fueron mucho más sencillas que la primera. Tan sólo nos gustaba salir por ahí a platicar, pasear y conocernos más. Era bastante lindo ir con él tomado de la mano y sentir, por primera vez, que estaba con alguien que no tenía miedo de decir: “me gusta este chico, estoy saliendo con él”. Fueron momentos muy bellos para mí, llenos de bastante alegría.

Recuerdo que, en la segunda ocasión que nos vimos, hablamos tanto que el tiempo se fue volando tal cual viento veloz, inalcanzable e impredecible. Habíamos estado desde poco después de medio día y, de la nada, se volvió de noche, casi como si las horas fueran minutos.

Nuestro alrededor no importaba nada, sólo estábamos él y yo paseando por varios centros comerciales, a la par que contábamos anécdotas, recordábamos momentos de series o películas y nos replicábamos de algunos comentarios o pensamientos que teníamos de la cultura popular.

Sin dudas, lo más destacable de esa noche, fue que nos besamos por primera vez.

Tenía muchas ganas de hacerlo desde un inicio, de plantarle nuestro primer beso en sus lindos labios, mas no sabía sí era correcto hacerlo donde hubiera mucha gente y, ciertamente, nunca encontramos un momento o lugar que estuviera completamente vacío durante la tarde.

Fue en la noche cuando, al fin, las personas comenzaron a irse, por lo que varias partes de la última plaza donde estuvimos se quedaron vacías.

Fingí estar cansado, así que nos sentamos en unos taburetes que estaban en un sitio un tanto desolado, listo para armarme de valor y besarlo.

Vi sus ojos observarme, su linda sonrisa aguardarme y escuché su voz hablarme varias veces, alegre, hasta que lo miré de manera coqueta, sin decir ya nada, silenciado él al entender lo que quería hacer. Me acerqué lentamente a su rostro, a la par que cerraba mis ojos y deseaba que todo saliera bien, y así fue. Nos besamos por primera vez, lento, romántico y tierno.

Ha pasado tiempo, mas recuerdo el calor de sus labios, la suavidad de su piel y sus coloradas mejillas al separarnos, al igual que su mirada desviada de la pena. Por mi parte, no puedo evitar decir que también me sonrojé un poco. No podía creer lo que había pasado y, aunque sabía era muy pronto, deseaba seguir besándolo sin parar. Por ello, me limité a darle un pequeño beso en la mejilla, para luego sonreírle y ofrecerle mi mano ya de pie, listo para seguir avanzando, cosa que él aceptó gustoso».




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