Mirada distante

Quinto Relato: Dudas

En medio de la conversación, hubo un silencio largo que permaneció entre Hendrik y su amigo por unos minutos. El anfitrión no quería decir nada, pues entendía que se estaban aproximando a lo difícil del relato, y aunque entendía que era más vergüenza lo que le impedía hablar al hombre que otra cosa, decidió decir una pequeña mentira para incitarle a hablar.

—¿Dolió mucho? —preguntó el mayor, desconcertado Hendrik—. Sé que lo que se viene es ya lo más doloroso.

—No, no lo es —atinó a mencionar el artista—. Es sólo que, ahora que lo recuerdo, me siento un imbécil —confesó, sin poder ver al viejo.

—De eso se trata esto —explicó el tuerto con una voz serena, servido vino en su copa—. Viniste para darte cuenta qué es lo que te está pasando en realidad.

—Te equivocas. Vine para que me aconsejaras.

—Eso haré, pero mi objetivo es el anterior, en realidad —confesó el anciano, molesto Hendrik por ello.

—¡Bien! Me entenderás mejor si te lo digo. —Una sonrisa nació en el rostro del anfitrión, pues su misión había sido cumplida, escuchada la anécdota de Hendrik, la cual estaba acompañada de mucho arrepentimiento.

«Cedris es perfecto. Tiene todo lo que siempre quise de un novio. Es en absoluto la persona que esperé por mucho tiempo. Tanto así, que me empecé a preguntar: “¿Merezco a alguien tan bueno como él?”».

—Hendrik…

—¡Deja que termine! —tajó el moreno al escuchar la interrupción del viejo, mismo que le hizo una seña para que continuara.

«Pasaba los días a su lado, alegre, pleno y en paz. Era tanta mi felicidad, que sentía que algo estaba haciendo mal, que no daba lo suficiente, que tal vez, debería darle algo mejor a mi pequeño que sólo lo que podía ofrecerle en el momento.

Sé que me estaba yendo decente con mis pinturas, mas no me daban el dinero que necesitaba para llevar a Cedris a lugares que le gustaban. Ya no podíamos ir al cine, o a algún restaurante, a los museos o siquiera a caminar por ahí sin que se nos antoje algo y no pueda regalárselo. Me sentía patético.

Él siempre tuvo una vida cómoda en casa donde se le dio todo lo que deseaba y necesitaba. ¿Estaba yo listo para suplir sus necesidades y hacerlo feliz? Claro, él era independiente y gustaba de trabajar para darse sus gustos, pero sabía que requería de más, que deseaba más y yo no se lo estaba dando.

Por ello, hice algo que me prometí no volver a intentar: fui a buscar trabajo de mi carrera.

Las entrevistas fueron largas y pesadas. Me agotaban tanto física como mentalmente. A la par de ello, estaba decepcionado de mí mismo, pues gracias a que me la pasé sin ejercer mi profesión, las compañías no deseaban darme una oportunidad de volver y demostrar lo capaz que soy. Me tachaban de irresponsable o soñador, y tal vez fue porque era sincero en mis respuestas.

—¿Por qué abandonó su trabajo anterior?

—Bueno, decidí hacerlo para tratar de vivir del arte. También soy pintor, y me estaba yendo bien. Es sólo que quiero expandir mis horizontes y un trabajo estable es la mejor opción.

—Ya veo. ¿Cómo se ve a usted dentro de cinco años?

—Como un adulto exitoso y autosuficiente. Con muchas más obras pintadas y en una enorme casa. —Ahora que lo pienso, sonaba a que deseaba seguir tratando con mis obras y que podría dejar el trabajo cuando sea. Me doy cuenta tarde de ello.

No le dije a Cedris lo que estaba intentando, mas sí estaba decepcionado y frustrado, algo que terminó por afectar nuestra relación. Por una parte, estaba molesto porque no podía darle todo lo que necesitaba y deseaba, y la otra es que me sentí un inútil, incapaz de ser el buen profesionista que alguna vez fui».

Las palabras del joven lo llenaron de una profunda frustración, cuyo rostro de ira se notaba a leguas, aumentada la respiración y perdida su mirada al momento, recordados malos momentos en el acto.

—Supongo causó conflictos entre ustedes —comentó el mayor, sin ser respondido de buenas a primeras—. Hendrik, tomaste una mala decisión. —Esto hizo al joven mirar a su amigo, molesto. —Nunca debiste tratar de ser alguien que ya no eres. El hombre profesionista murió hace años. Sí, tienes el conocimiento y eres todavía muy hábil en lo que alguna vez hacías para vivir, pero eso te destrozaba por dentro. No eras tú mismo. Ahora eres tan feliz haciendo lo que te gusta, sí, con escasez de dinero, pero con un corazón lleno. Nunca te ha faltado nada, a pesar de lo difícil que es vivir del arte, y sé que, si te esfuerzas todavía más, podrías llegar a generar más ingresos. Es sólo que estás en una etapa de sanación luego de lo que pasaste en casa, y eso lleva tiempo. Vas a volar alto, Hendrik. Debes ser paciente y no creas que volver atrás hará algo para que consigas eso —ultimó el viejo, atento a la respuesta de su invitado.

—Todos mis amigos, la gente que estudió conmigo, tienen buenos trabajos, grandes casas, aparatosos autos y múltiples artículos caros que los hacen felices. Yo a penas y tengo donde vivir, tengo suerte de poder pagarme un plato de comida a diario, de tener para generar mis pinturas. ¡Yo no soy feliz así!

—Lo eras —corrigió el anfitrión, tranquilo—. Es sólo que empezaste a pensar en alguien más y eso cambió tu visión de felicidad. —Lo dicho provocó que el artista se relajara, atento a las palabras del mayor—. Todos los días que te veía, tenías una gran sonrisa en el rostro. Cuando me contaste de los problemas que había en casa, de todo el mal que tus padres te hacían, te recomendé abandonarlos y vivir de tu mano, con lo que más amabas. Lo hiciste y te volviste el muchacho más feliz del mundo, a pesar de no tener cosas ostentosas, una casa presumible o un sueldo con muchos dígitos. Tenías lo que todos tus colegas no tienen: una sonrisa sincera. —Las lágrimas brotaron de los ojos de Hendrik, mortificado por lo declarado.

—Yo no soy suficiente. Soy un vago.

—No, eres quien debes ser. Y por eso, siempre he estado muy orgulloso de ti. Persigues tus sueños y lo que amas en lugar de lo que cualquiera llamaría «una vida digna». Todos los que piensan que el dinero es la felicidad, viven en una burbuja de auto consumismo tonto. Sí, el dinero es esencial para vivir, pero no es la clave de un corazón lleno de júbilo. Es una condena creer que sí. —Hendrik, con una sonrisa entre su llanto, agradeció al mayor, quien se puso de pie y le ofreció una copa con vino, aceptada aquella y dado un brindes por ambos, por el arte y la felicidad.




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