Mirada distante

Sexto Relato: Separación

«Pasaron los días y cada vez comprendí mejor mi situación, mi posición con Cedris. Por eso, asumí toda la responsabilidad de nuestros problemas y decidí que iba a cambiar para ser un mejor novio, para que las cosas entre ambos fueran en un mejor camino, y por unos días funcionó.

Cada vez que me molestaba con él por un comentario tonto, guardaba silencio. Era mejor estar consciente de la realidad: nunca íbamos a estar cien por ciento de acuerdo. Así que le daba la razón y callaba, cosa que, a la larga, no pareció agradarle del todo al hombre.

Las cosas entre ambos seguían volviéndose más y más difíciles, hasta que, luego de haber pasado un par de días felices, sin problemas a la deriva, Cedris me pidió hablar conmigo. Me citó cerca de su facultad, en un lugar poco transitado de la misma.

En ese momento, yo sabía que él estaba un tanto preocupado por sus prácticas profesionales. Había enviado solicitudes a varios lugares, sin tener todavía respuesta de alguno, por lo que estaba algo frustrado y desesperanzado. Así que trataba de ser condescendiente y amoroso con él siempre.

Llegué a la facultad con una enorme sonrisa y flores que me habían regalado en una boda a la que fui un par de días antes, observado de lejos el rostro de preocupación de mi novio, quien no parecía nada feliz de verme.

–Oye, tenemos que hablar –aseveró Cedris con un tono muy serio, cosa que me lastimó profundo. Sabía qué iba a suceder.

–Sí, dime: ¿Qué pasó?

–Como ya sabes, han sido días bastante complicados para mí. La facultad, los exámenes y la búsqueda por servicio y prácticas me han traído vuelto loco. No sé si pueda más con todo esto y, encima, nuestra relación. –Eso me dolió, porque me sentí como una carga.

–Entiendo. Está bien. Verás que pronto te van a marcar y en los exámenes te irá bien. Eres muy inteligente.

–Quiero pedirte un tiempo. Entre nosotros, Hendrik. –La declaración me dejó sin palabras al inicio, pero luego me alivió, porque creí que iba a terminar conmigo.

–¡Claro! No te preocupes por eso. Tú arregla tus cosas y ya nos veremos cuándo baje la marea –expresé alegre, lo que le dibujó una linda sonrisa a mi amor.

–Perdóname, en serio. No es mi intención hacer esto, pero, de verdad, estoy volviéndome loco.

–Sí, me imagino. Bueno, cualquier cosa, cuentas conmigo –aclaré y le entregué las flores, mas él las rechazó, avergonzado.

–Yo quiero despejarme de nosotros. Esto puede que me haga sentir mal cada vez que lo vea. Más de lo que ya me siento. Mejor llévatelas –aclaró un tanto incomodo, por lo que tomé el regalo y pasé a retirarme, no sin antes él abrazarme y besarme, para después recordarme que me amaba mucho y que todo iría mejor pronto.

Me fui tranquilo, un poco frustrado y esperanzado a ver un mañana más próspero, uno donde yo tenga ya un trabajo y Cedris sea el chico lindo y relajado que conocí al inicio.

Era todo lo que deseaba para nuestro futuro».

Hendrik, nostálgico, bajó la mirada, triste, observado el suelo y sus manos, sin poder decir más al respecto de lo relatado.

El viejo, intrigado, miró al moreno, cuyos ojos ámbar se escondían debajo de su sombrero, cubierta su boca por la unión de ambas manos, entrelazados sus dedos.

–¿Cuánto tiempo pasó?

–¿Para qué? –respondió Hendrik, molesto a la insensibilidad del mayor y por sus frías palabras.

–Para que volvieran a hablar. Más bien: ¿Qué tanto tiempo resististe en no enviarle siquiera un mensaje?

–Una semana –confesó el joven, apenado–. Le envié un mensaje una semana después. Le deseé un buen inicio de la misma y cosas similares. No respondió –Agregó al final, un poco molesto.

–¿Y cuándo le hablaste directamente?

–¿En persona?

–No necesariamente. Puede ser por chat o teléfono. –Hendrik, impresionado del tino del viejo, respondió la pregunta, apenado.

–Como dos semanas desde que dejamos de hablarnos. Lo vi conectado en CoM, un juego en línea que ambos compartimos, y le envié solicitud de partida. Aceptó y jugamos un rato. Intercambiamos palabras luego que ganáramos varias veces, felices, mas algo distantes –explicó el hombre, distraído.

–¿Qué fue de ahí?

–Nada bueno –aseguró triste, continuado el relato.

«Durante un tiempo, nuestras platicas en la plataforma fueron divertidas, mas llegarían a ser incomodas un par de veces, sobre todo cuando yo bromeaba mucho o era muy amable con él. Simplemente me pidió no serlo más.

Me sentí fatal y corregí esas actitudes. Sólo deseaba convivir con él, aunque fuera unos momentos, y fue mejorando hasta que, un día, me mandó mensaje al teléfono para pedirme que nos encontráramos en persona una vez más.

Mi corazón se llenó de alergia. Por fin, luego de un largo mes de espera, volvería a ver a Cedris. Después de lo difícil que fue pasarla solo, estaba más que listo para verlo de nuevo, aunque todavía no tenía empleo, al menos, estaba más tranquilo que antes y había guardado algo de dinero para invitarlo a salir».

Hubo una pausa luego de eso. El hombre tomó un poco de vino, suspiró hondo y, con una carga en el pecho, continuó hablando.

–En parte tenía mucho miedo. Esperaba que Cedris viera en mí al hombre del que se enamoró, a la persona que tanto esperó volver a ver en todo ese tiempo, así como yo aguardé por él, mas también sentía que podría decepcionarse al no ver gran cambio, al darse cuenta de algo más –explicó Hendrik, con una frágil sonrisa en el rostro.

–¿Cómo fue la espera?

–Ya lo dij...

–Sé más claro –tajó el mayor, duro. Hendrik suspiró, miró al suelo enojado y regresó su vista al anfitrión.

–Fue un infierno –detalló el pintor, con lágrimas brotándole de su duro rostro–. Cada momento que levantaba la mirada con la esperanza de ver un mensaje, una llamada, una señal o a él mismo y no encontrar nada me corroía por dentro. Yo lo sabía, que él no iba a llegar, que se había ido y que yo estaba ahí, como estúpido, esperando a alguien que seguramente ni siquiera le importo. Sentía que el mundo a mi alrededor se desvanecía de manera lenta frente a mis ojos, cuyos segundos se volvieron años, envuelto en la incertidumbre y el desprecio de quien me había abandonado. Estaba solo, triste y arrinconado en la soledad, en la penumbra misma, sin poder hacer nada, sin querer hacer otra cosa más que esperar a un hombre que no deseaba darme amor, sino su espalda, a la par que obtenía todo lo que podía de mí –concluyó Hendrik, limpiadas sus lágrimas por sus propias manos, sin poder mirar al viejo de momento.




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