Mirada Rota

Prólogo

Todos tenemos una historia que contar, esa historia que tomó parte de nuestra existencia ya hubiera sido esta efímera o prolongada, esa que le damos valor base al impacto sentimental que tuvo sobre nosotros y logró hacernos reflexionar sobre la vida en distintos puntos de vista. Comenzando por nosotros mismos, nuestras raíces, valores e incluso bienes materiales, luego pensamos en personas ajenas a nosotros, a nuestro entorno y se toman en cuenta los mismos puntos.

Lo que comenzó como un simple acto de buena obra continuó como algo más íntimo de lo que alguna vez pude imaginar, pero lo que me enseñó al final fue lo que verdaderamente me dio que pensar acerca de la vida que llevaba, las personas con las que compartía mi día a día y me ayudó a darme cuenta de lo afortunada que era en muchos aspectos. Sin embargo, dio inicio de una manera no muy convencional.

Pero en Roma todo era posible.

Eran alrededor de las tres de la madrugada y otra vez el insomnio hacía de las suyas, mi cuerpo no cedía ante mis recriminaciones internas hiciera lo que hiciera. Por más que tomara leche tibia, té o incluso ejercicio pasaba las noches en vela y lo poco que dormía, lo hacía casi durante los atardeceres.

Terrible, lo sabía.

Estaba en el diminuto balcón de mi habitación con una cobija sobre mis hombros y un vaso con agua en la mano. La noche en la capital italiana era agradable, el oscuro cielo estaba adornado con las estrellas en todo el horizonte y la luna creciente tan gratificante que con tal solo mirarla era tan fácil perderse en su belleza pensando en todo y en nada.

Un suspiro largo dejó mi boca e hice el amague de ir a mi habitación cuando un deportivo azul marino estacionó frente a la casa del vecino. Sabía que hacía mal en cotillear la vida de otros, pero el diablillo en mi hombro se encargó de mantenerme ahí parada en el marco de la puerta del balcón observando la escena desde la sombras.

Del auto salió él, alto y bien proporcionado, cabello castaño ondulado.

El vecino de enfrente, Giovanni Rizzo si no me equivocaba.

El pobre se balanceaba de un lado a otro en el jardín de su morada probablemente ebrio. Su cabello usualmente lucía de manera despeinada pero decente, esta vez cada hebra de su cabeza señalaba una dirección diferente y su ropa, hecha jirones era poco decir. Su camisa arrugada tenía los primeros botones desabrochados y los vaqueros oscuros lucían mojados desde las pantorrillas hacia abajo.

Lo que más me extrañó fue el repentino cambio de rumbo. Lo que parecía un zigzagueante y tropezado caminar a la puerta de su casa, terminó en una caminata igualmente torpe y pesada en dirección a la mía. Se detuvo detrás de los densos arbustos perfectamente cortados de la entrada, dejándose caer sobre sus rodillas y finalmente con ambas manos sobre su cabeza aterrizó sobre el césped cayendo en la inconsciencia. O al menos eso aparentaba el deportista con total naturalidad.

Después de una media hora, el castaño yacía en el mismo lugar donde se había dejado vencer sin ninguna intención de preocuparse sobre su estado o el hecho de haberse tirado en mi jardín. A esas alturas debatía en esperar a que alguna súbita chispa de consciencia surcase su mente y lo alentase a irse a casa, pero sinceramente perdí las esperanzas en ello los últimos dos minutos y la única salida que tenía era intentar despertarlo y llevarlo a su casa.

Era lo más considerado que podría ofrecerle dada la situación; aparte agradecía la ausencia de mis tíos y por ende cualquier tipo de reprimenda empezando por mi descarado cotilleo.

Ya imaginaba la reacción de la tía Francesca al ver al vecino siendo prácticamente arrastrado a su casa por su querida sobrina o por lo menos sacaría al pobre chico a sartenazos.

Admitía que le debía una al tío Stefano por la muy conveniente salida de aniversario.

¡Bendito seas Stefano Minelli!




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