Mirada Rota

02.- Curiosidad

Cada integrante de la casa engullía su pollo con vegetales gustosamente, el cachorro estaba bajo la mesa a los pies de su dueña y el ambiente era agradable, el tío Stefano apenas había llegado y narraba a toda la familia su jornada laboral. Él era ginecólogo obstétrico, uno de los diez mejores de la ciudad para ser exactos. Cada día mujeres de entre veinte y treinta y siete años visitaban su consultorio con una sonrisa, hoy exactamente nos contó acerca de una excepción de los casos que recibía normalmente.

—Era tan solo una niña, Fran —negó con la cabeza quizás sintiendo lástima por ella —. Nada más veinte años, apenas va por la mitad de su carrera.

Mi prima y yo dejamos de masticar e intercambiamos una mirada apenada.

—Tampoco te sientas culpable, Stefano —contradijo su esposa con la mirada puesta en el plato —. Ella sabía en qué se metía, a menos que después de hacer tal acto esperase una lavadora. Solo esperemos que tenga un plan, sino pobre la vida del futuro niño.

Por más cruda que sonase la verdad, así eran las cosas. Después de todo, Roma es famoso por sus monumentos, sitios turísticos y fiestas pero no por su buena economía, si no eras alguien lo suficientemente preparado y capaz, te tocaría la otra cara de la moneda. De por sí, los de clase media y media-baja apenas podían vivir cómodos a diferencia de nosotros, que este conjunto residencial y los otros cinco a nuestro alrededor era de personas adineradas.

La mirada avellana de mi prima tocó la mía con miedo, como si me dijera que mencionarles lo del intercambio sería mala idea. Aún así le fruncí el ceño y tomé un trago de agua.

— ¿Qué tal su día, chicas? —volvió a hablar el padre de la chica llevándose a la boca un trozo de pollo.

—Nada fuera de lo común —se apresuró a responder la castaña con una sonrisa amable —. ¿Recuerdan a Beatrice?

—Como olvidarla —dijo esta vez la tía Francesca sonriente al igual que su marido —. Una muchacha muy amable ¿Qué hay con ella?

—Le propusieron ser estudiante de intercambio —fruncí el ceño en su dirección —. No solo a ella, de hecho a un grupo completo.

— ¡Oh me alegro por ella! ¿A dónde?

—Aún no se decide entre Inglaterra, Francia y Países Bajos —fingió desinterés mientras se llevaba el vaso de agua a los labios.

¿Lo peor? Que la tal Beatrice, la mejor amiga de Giulia, tenía el mismo problema que mi prima. Muy conveniente.

—Está bien, cariño —contestó mi tío —. Esperemos que le vaya bien.

— ¿Qué opinan acerca de eso? —me uní a la conversación con una mirada despectiva —. Si Beatrice, fuera hija suya ¿La dejarían ir?

—Eso no es algo que se toma a la ligera, Sofía —opinó Stefano mientras apoyaba los antebrazos sobre la mesa —. Digamos que Beatrice se va a Inglaterra, por ejemplo, se discutiría donde se quedaría el tiempo acordado, también a qué colegio iría y si en el destino que ella eligió coincidiría con alguna amiga de confianza... muchas cosas.

—Vale, déjame reformular la pregunta —me crucé de brazos, decidida —. Si todo apunta positivamente en el viaje, incluyendo hostal, institución, tiempo, etcétera; ¿Dejarían que fuera?

—Por mi, no hay problema sinceramente —contestó el padre de familia enarcando ambas cejas —. Si tiene buen sentido de la orientación, buen comportamiento y dominio del idioma, no tengo por qué detenerla.

Y para la suerte de Giulia, coincidía con las tres características.

— ¿Tú que opinas, mamá?

—Si fuera mi hija... no lo sé.

— ¿Confiarías en ella?

—Sí, claro, pero... ¿A qué viene tanto interrogatorio? —enarcó una ceja la castaña.

—Solo es una situación hipotética —dije y me encogí de hombros, sintiendo esta vez la mirada de mi prima y tía —. ¿Verdad, Giulia?

Esta nada más se limitó en asentir.

—Creo que le estamos tomando mucha importancia a esto —musitó la castaña menor con desdén.

En cambio, mi exagerado rodamiento de ojos multiplicaron las leves sospechas de la mujer en sus cuarenta.

—Diles, Giulia.

Tan solo unos segundos de silencio ensordecedor y la mirada paciente de mis tíos bastó para que la chica hablara tímidamente sobre ser estudiante de intercambio, ambos mayores escucharon atentamente cada palabra hasta que Giulia acabó con su monólogo y con mi plato vacío, a la espera de la opinión de mis tíos, nada más escuché tres palabras que provocaron en mi tanta intriga como nunca lo había hecho alguna serie televisiva.

—Puedes retirarte, Sofía.

Estaba indignada, abrí ambos ojos en su totalidad buscando el por qué, pero en cambio nada más recibí la fría mirada de la tía Fran que fue suficiente para hacer lo que me pedían. Enfurruñada subí las escaleras y no escuché ni una sola palabra ni siquiera cuando cerré tras de mi la puerta de la habitación.

Por más que quisiera admitir, era curiosa. Y no, no de esas que se interesaban por los temas que debían y hasta un poquito más, sino también los que no me debían atraer en lo absoluto.

"La curiosidad mató al gato".

Me lo decían seguido, pero simplemente les respondía con un: "pero murió sabiendo la verdad", y tenía razón ya que la mayoría de las veces terminaba saliéndome con la mía. Honestamente nada me costaba abrir sigilosamente la puerta, asomar la cabeza por la escalera como escena de James Bond y en compañía del diablillo en mi hombro escuchar cada pequeño detalle con los nervios a flor de piel.

Pero esta casa venía con un pequeño defecto, cada puerta existente —incluyendo la del perro— chirriaba ligeramente. No importase si la abrías despacio o con fuerza, hacía el mismo sonido y delataba tu presencia con facilidad.

Resumiendo, pasé los alrededor de diez minutos caminando por toda la habitación nerviosa, hasta que el azoto de la puerta de un auto acompañado por una voz masculina que exclamaba improperios logró llamar lo suficiente mi atención. De inmediato apagué la luz y entre las sombras de la habitación me asomé por el balcón, curiosa como siempre o para el que no me conocía, chismosa.




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