Mirada Rota

05.- Un Simple Paseo

Eran casi las dos de la mañana en el Rizzo Resort, las baladas resonaban en todo el salón y ya parte de los invitados se habían retirado. Después de discretos comentarios al doctor Stefano de parte de su esposa y mis incesantes quejas acerca de los tacones que portaba, ya íbamos dentro del Mercedes negro rumbo a nuestro hogar.

La conversación que mantenían los mayores evitando el silencio no era impedimento para que recostase mi cabeza sobre el hombro de Giulia, con tacones en mano y parte del peinado deshecho. La susodicha cargaba sombras debajo de los ojos tan características cuando se sentía cansada, nada más miraba en silencio por la ventana ajena a lo que sucedía en su entorno, mis ojos poco a poco se fueron cerrando y mis sentidos me iban abandonando al punto de que las voces de mis tutores fueran únicamente murmullos en el espacio antes de no escuchar nada y caer en la inconsciencia.

¡Dios! ¿Por qué me castigas así?

Una hora más tarde mis ojos se abrieron sin dificultad, mi cuerpo no sentía la mera necesidad de retomar el descanso o siquiera la jaqueca que te impide hacer el más brusco movimiento, nada. En mi nada más albergaba energía que necesitaba ser gastada, la noche aún estaba presente y como era de imaginarse las estrellas cubrían cada centímetro hasta perderse en el horizonte en busca de más espectadores.

¿Cómo llegué a mi habitación? Ni idea, aún tenía el vestido puesto y apostaba a que mi aspecto era lamentable.

Silencio. El silencio ensordecedor era lo único que se percibía y el olor a tierra mojada llegó a mis fosas nasales apenas apoyé mis antebrazos en el barandal del balcón.

Pasé minutos ahí observando al cielo, preguntándome de entre tantas estrellas, cuáles representarían a mis padres y si estarían juntos en este nuevo viaje de inmortalidad donde nada más ellos eran protagonistas. En mi interior no pude evitar sentir ese revoltijo de emociones que me debilitaba segundo a segundo.

Los extrañaba...

Mami ¿Puedes verme? ¿Sientes lo mucho que te extraño a ti y a papi? ¿Sabes, papi, como tu zanahoria extraña tus abrazos de oso?

¿Por qué se fueron? ¿Por qué me dejaron sola?

Gruesas lágrimas se deslizaban en todo mi rostro, mi labio inferior temblaba y me abracé en busca de consuelo en mi llanto silencioso. Nada era igual sin ellos, los quería conmigo, quería presentarles a Carina, decirles lo poco que me importaba la vida de rica con tal de tenerlos conmigo y comer los deliciosos panes de queso que papá me traía de la panadería.

Los silbidos a la distancia me hicieron levantar la mirada ligeramente asustada, limpié las lágrimas con la mano y busqué al supuesto dueño de tan inoportunos sonidos.

Ahí lo tenía, en su balcón vestido con unos vaqueros rojo ladrillo y una camisa de mangas largas azul marino a medio abotonar. Su expresión era seria, su boca estaba hecha una fina línea, sentía como mis mejillas se tornaban a un fuerte carmesí y mi corazón golpeaba contra mi pecho avergonzado ¿Cuánto llevaba ahí mirando? Esta vez no me esbozó una sonrisa o cambió su semblante, nada más se quedó ahí y agitó su mano en forma de saludo.

¿Estás bien?

Se alcanzaba a leer en un pizarrón acrílico entre sus manos, no le di respuesta, nada más me di vuelta y me adentré a la oscuridad de mi habitación, encendí mi lámpara nocturna y horas después caía poco a poco en la inconsciencia mientras pensaba en Giovanni y su peculiar actitud.

¿Era bipolar acaso? ¿Qué le importaba mi estado emocional? No me conocía.

— ¡Oh, Stefano! ¿Crees que estará bien? —musitó la tía Fran cruzada de brazos sobre sus asiento, notablemente nerviosa —. París es tan grande, espero que esté bien.

—Tía, estará bien —hablé con un tono de voz calmado —. Prometió llamar apenas llegara con su familia asignada ¿Si? Estará bien.

—Criamos a una buena hija, Fran, te lo aseguro —intervino mi tío mientras apretaba la mano de su esposa —. Ya cumplirá dieciocho, es bueno que vaya conociendo el mundo.

—Tienes razón cariño...—musitó más para sí misma que para su marido mientras mordía una de sus uñas nerviosa —. Oh mi pequeña.

El resto del camino se resumió en charlas que hice caso omiso si no decían mi nombre. Apenas llegamos a casa Rocco nos recibió entusiasmado sobre sus patas traseras, pegaba brincos, giraba sobre sí mismo y agitaba la cola, esa bolita de pelos blanca nos ladraba y olfateaba para finalmente posar su pata sobre la puerta con sus ojos azabache puestos en mi.

Quería pasear.

— ¿Lo saco yo?

—Por favor —respondió mi tía encaminándose a la cocina —. Recuerda llevar las bolsas, nos vemos en un rato.

—Vale, tía Fran.

Enganché la correa azul cielo en el collar del Shit Zu e iniciamos nuestro recorrido barrio dentro, Rocco hizo sus necesidades en algunos árboles y postes, de vez en cuando lo incitaba a correr y cuando encontraba a algún otro perro hacía el intento de atraer su atención saludaba al dueño del posible nuevo amigo del cachorro.

Al final del conjunto había un pequeño parque, pequeñas bancas de madera yacían vacías y contiguo había una cancha de baloncesto enrejada en perfecto estado. El césped lucía bien cortado y regado junto con algunas flores pequeñas crecían a su alrededor, era agradable y alcanzaba a percibirse un aire pacífico, el sol no estaba en su punto más alto y las nubes también querían ser partícipes de tan buen panorama.

Por la escasa presencia de autos o algún otro peligro para Rocco, —quién se mostraba curioso por su entorno— le quité la correa y dejé que investigara lo que quisiera.

— ¡Rocco! ¿Qué ha...? ¡Rocco, vuelve aquí!

¿Mi error?

Sencillo, olvidé que era un cachorro hiperactivo. Recobró su energía de una forma que desconozco y apenas fue liberado dio rienda suelta a su olfato a una dirección ajena al parque, directo a una esquina donde yacía un frondoso árbol cercano a los juegos para niños.




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