Mirada Rota

08.- Heridas Abiertas

Llevé nuevamente la taza con café a mis labios, mientras esperaba a que el pan se tostase imité el movimiento de la batería de un animado rock que emitía la radio. El cachorro de Shit Zu saltaba sobre sus patitas a unos metros de mí, reí y seguí con mi labor. Sobre una bandeja había una aspirina, jugo de naranja y un plato con jamón serrano que lo acompañarían tostadas con mermelada de albaricoque.

Hasta a mí se me hacía agua la boca y a juzgar por la suplicante mirada de Rocco a mis pies, también deseaba saborear un poco de ése jamón.

—Ah no, cachorro —posé mis manos a los costados de mi cintura —. Esta no es para ti, tu plato está lleno amigo. Ve anda.

Adoptando un mohín, Rocco fue a hacer de las suyas y yo continué con mi labor. A veces ése perro parecía más humano que cualquiera.

Irían a ser las apenas las ocho de la mañana y el calor estaba nuevamente haciendo de las suyas, aún así con un pijama de short y una blusa de tirantes podría estar transpirando si no fuese por la fresca brisa del aire acondicionado. El veinteañero seguía donde lo había dejado, aún dormitaba plácidamente y la casa de enfrente aún parecía inhabitada.

El pan saltó sobre la tostadora, con cuidado coloqué ambas rebanadas en el plato y tomé una bocanada de aire en busca de valor segundos antes de encaminarme hacia la sala.

El cachorro de pelaje blanco yacía a un lado de él con la cabeza recostada sobre sus patas delanteras, dejé la bandeja sobre la mesa de centro antes de darme la vuelta y remover un par de veces al castaño con una mueca en el rostro. El olor del alcohol mezclado con sudor ya no era tan invasivo como hacía unas horas, pero aún era inevitable no arrugar la cara cerca de él.

No entendía como Rocco no había salido al patio trasero por aire fresco.

—Hey, Rizzo, ya amaneció —no obtuve respuesta, usé ambas manos la segunda vez y zarandee repetidas veces al chico en un intento de despertarlo —. Necesito que despiertes, hombre.

Poco a poco el de ojos distintos se removió en su lugar, apretó los párpados durante unos segundos y apartó mis manos de su cuerpo. Se mantuvo quieto unos segundos quieto hasta que poco a poco sus ojos se fueron abriendo acostumbrándose a la claridad del sol matutino.

Nada más hicieron falta un par de enfoques a mi persona para abrir los ojos en su totalidad y reincorporarse de golpe en el sofá de cuero negro. Con una expresión neutra me crucé de brazos y tomé asiento en el sillón contiguo.

—Minelli... —articuló despacio desconfiado —. ¿Qué hago aquí, niña? ¿Qué pretendes...?

Lo interrumpí.

—Me llamo Sofía —corregí.

La ceja de mi contrario de enarcó.

— ¿Por qué estoy aquí?

Me encogí de hombros —Porque quise ayudarte, no había nadie en tu casa así que... haz las sumas.

— ¿Me cargaste? —frunció el ceño —. ¿Tú sola?

—Y debo decir que estás algo pesado, Rizzo, aún me duele la espalda.

— ¿Cómo no? Si yo te doblo en altura y en peso —bufó con ironía —. Aparte ¿Qué dirían tus tíos si me ven aquí pasando la resaca?

Le di una sonrisa ladina y negué con la cabeza.

—Vuelven más tarde, no te preocupes por eso.

Segundos después reparó en la bandeja frente a él.

—Date el gusto —me levanté emprendiendo camino hacia la cocina —. Te aconsejaría que primero tomes la aspirina que está ahí.

— ¡Eh, Sofía!

Me di vuelta.

—Gracias.

Le sonreí —No te preocupes.

—Hey —se levantó y avanzó hacia donde estaba —. ¿Cómo me abres la puerta de tu casa sin saber que soy un violador o pedófilo?

Enarqué una ceja.

— ¿Lo eres?

—No ¿Y qué te asegura que digo la verdad?

Sonreí.

—Lo sé.

El castaño nada más se dio vuelta y engulló su desayuno en la sala de estar mientras yo tomaba de la nevera jugo de naranja, acto seguido de fregar lo que había ensuciado.

Minutos después el chico llevó a la cocina la bandeja con el plato y el vaso vacíos, compartimos miradas y con un semblante neutro tomó asiento frente a mí en el comedor.

—Necesito hablar contigo, Sofía.

Entrelacé mis dedos y asentí, animándolo a que continuara.

Nada más con alzar la manga de su camisa y dejar ver el vendaje un poco maltratado fue suficiente para saber a qué se refería .

— ¿Le has dicho a alguien sobre esto?

Negué con la cabeza.

—A nadie.

Enarcó una ceja desconfiado.

— ¿Qué quieres por tu silencio?

Fruncí el ceño.

—Nada, esa es cosa tuya, Giovanni.

Jadeó en sorpresa.

—Parece que me equivoqué contigo, Sofía —afirmó con aires seguros y el cuerpo más relajado —. Eres buena persona.

¿Qué?

— ¿Perdón?

—Hace unos días, —inició —estabas llorando y nada más me viste me cerraste la puerta en las narices.

¿Y este quién se creía? ¿El príncipe de Gales?

—Porque no era de tu incumbencia, tal vez —me defendí con las mejillas encendidas. Uno de los días más vergonzosos de mi vida —. Y no soy la única que lo hace últimamente.

—Ah no, pequeña, tengo mis razones —declaró con el ceño fruncido —. Tú probablemente solo peleas con tu novio y al día siguiente no ha pasado nada.

— ¿Por qué disminuyes mis problemas a eso? —inquirí perdiendo la paciencia —. ¿Tú que sabes de mis problemas para empezar?

—Tienes dieciséis, nada es muy importante a tu edad.

La indignación se expandía poco a poco cada centímetro de mi pecho, debajo de la mesa apretaba los puños en un intento por recobrar la calma, intento fallido por cierto.

— Creo que es algo más importante que autolesionarse como un cobarde en vez de hacer cara al problema.

Apretaba la mandíbula, perdiendo la calma.

—No hables de lo que no conoces, zanahoria.

mi pequeña zanahoria.

—No te atrevas a llamarme así otra vez, cortavenas —ordené con voz ahogada y ojos cristalizados.




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