- ¡Viva, llegamos! - gritó Caitlin a mi lado con tanta emoción que me dejó sorda por un instante.
- Si... viva - dije yo con desánimo.
Me desperecé un poco y miré por la ventana del auto. El Condado de Moore era justo como me lo había imaginado, un pequeño pueblo de Tennessee con poca gente, tiendas pequeñas y gran aburrimiento. Con forme más miraba el desierto paisaje que empezaba a rodearnos eran más mis ganas de salir corriendo de ahí, de volver a San Diego y olvidarme de que tenía que vivir en Moore, pero eso era imposible, ya no había escapatoria para algo que estaba completamente encima de mí.
- Miren, hemos llegado - anunció mi papá segundos antes de que se estacionara -. ¿No es linda? - preguntó
Observaba con gran orgullo una casa del color del ladrillo, era enorme y muy bonita, teniendo en cuenta de que era para el futuro gerente del único banco del pueblo. El camión de mudanza ya estaba fuera esperándonos. Todos salieron del auto, todos excepto yo, que miraba la casa aún desde dentro del auto. Mi mamá hablaba con una emoción poco disimulada. Empezaba a hacer preparativos para el jardín delantero, mientras Caitlin decía algo sobre una alberca.
- ¿No vas a bajas, April? - preguntó mi mamá mientras se acercaba a la ventanilla del auto.
- No. Voy a quedarme aquí hasta que haya despertado de esta pesadilla-- dije mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
- No seas pesimista e infantil. Ven, la casa es muy bonita - y tras decir esto se alejó para ayudar a mi papá con algunas cajas.
Convencida de que mi berrinche no llevaría a nada, bajé del auto y caminé hacía la casa. Era verdad, era muy bonita, pero eso no hacía que me olvidara de nada. Eché un vistazo a los lados, algunos vecinos observaban la escena con atención, talvez estaban curiosos de saber quiénes eran aquellos extraños que se habían cambiado al lado de su casa. Una mujer de edad mayor, de cabellos entre canos y mirada dulce me hizo una seña con la mano, pero yo solamente me limité a hacer un leve gesto con la cabeza y luego entré en la casa sin más.
- ¡Iré a escoger mi cuarto antes de que April se apodere del mejor! - gritó Caitlin corriendo escaleras arriba rápidamente.
- ¿Puedo...? - pregunté a mi mamá, que entraba en la casa con una enorme caja en las manos.
- Después de que me ayudes a acomodar un poco podrás escoger tu habitación- dijo ella mientras colocaba la caja en el piso.
- De acuerdo - acepté yo y empecé a sacar algunas cosas de la caja más próxima que tenía.
- Eso va en la cocina - dijo ella al instante.
Durante gran parte de aquella tarde la pasé con mi mamá colocando todo en su lugar, limpiando y decidiendo donde iba cada cosa; mi papá por su parte ayudó a los de la mudanza a bajar las cosas del camión y después a subir o colocar los muebles en sus respectivos lugares. Al final, la casa quedó irreconocible, casi tan perfecta como la que habíamos dejado en San Diego.
- Bueno, April... ya puedes ir a tu habitación - exclamó mi mamá sentándose en el sillón que tenía más cerca de ella.
Yo obedecí al instante sin decir nada más y subí las escaleras en silencio.
- Tardaste demasiado... he escogido la mejor habitación y papá ya ha metido mis cosas en ella - dijo Caitlin cuando me la topé en el pasillo.
- Da igual- contesté con desgana.
Después de descubrir la habitación de mi hermana encontré la mía, la verdad es que no noté mucha diferencia, solo que el rosa resaltaba más en todo. Ya estando en mi habitación me dediqué a acomodar mis cosas: colocar pósters en las paredes, mi ropa en el armario y algunos muñecos de peluche sobre la cama y un pequeño estante que ya estaba ahí.
Fuera, el cielo se ponía más oscuro cada vez que miraba por la ventana, pasando de un azul intenso a un violeta moteado con el resplandor de las millones de estrellas que pocas veces logré ver en San Diego.
- Hola... te traigo la cena- dijo mi mamá entrando en la habitación.
- Gracias - contesté yo mirando con un poco de desgana la bandeja con el sándwich y la leche que ponía sobre mi cama.
- Tú papá sigue luchando por poner bien la estufa - repuso ella cuando se dio cuenta.
- No, no es eso... es solo que no tengo hambre - respondí mientras me encogía levemente de hombros.
- Tienes que comer, no querrás ir mañana a tu primer día de clases sin fuerzas, ¿verdad?
- ¿Cómo...?, ¿Mañana? - pregunté sorprendida, no pensaba que iría tan pronto a la escuela.
- Sí, no queremos que pierdas clases... además el ciclo escolar ya ha comenzado y entre más pronto vayas mejor - contestó ella sin sorprenderse por mis preguntas -. Vas a ver que en cuanto entres harás nuevos amigos.
La verdad es que en ese momento no tenía ninguna duda en eso, en mi antigua escuela en San Diego no había tenido problemas en hacer amigos, había muchas chicas que peleaban por sentarse en mi mesa en la cafetería y chicos que aprovechaban cualquier momento para entablar conversación conmigo.
- Bueno, iré a ayudar a tu papá con esa estufa- dijo mi mamá en el momento en que se daba vuelta hacía la puerta - Buenas noches - dijo en el momento en que llegaba a la puerta, y después la cerraba despacio tras ella.
- Buenas noches.
Durante aquella noche no pude dormir muy bien, la razón era sencilla, al día siguiente iría a una nueva escuela en la que yo sería un completa desconocida para todos, sin mencionar que estaría sola, y siempre había estado rodeada de amigos; pero a la vez en mí empezaba a nacer una extraña sensación de emoción, pues empezaría una nueva vida, una vida que yo podía crear a mi manera, ser como quisiera, empezar una nueva imagen a los ojos de personas que no sabían nada de mí.
- ¡April!- empezó mi mamá a llamarme a la mañana siguiente tras la puerta de mi habitación.
- Ya estoy despierta - dije yo interrumpiéndola.
Y es que en realidad llevaba más de una hora levantada, había despertado muy temprano y me había dedicado a arreglarme lo mejor posible para ese primer día de clases en la preparatoria Moore, quería causar une muy buena primera impresión con mi atuendo.