MÍrame

2. Mírame...Michelle

La cena ya estaba dispuesta, pero Ray no se planteó esperar a su esposa.

Invadido por la gula devoraba como un cerdo, mascando sin degustar, la carne en oferta que a ella tanto le costó preparar.

La boca de su mujer estaba tensa de disgusto, también arrugaba la nariz del asco viéndolo engullir así, casi sin respirar; no obstante no dijo nada mientras se sentaba a la mesa.

Su marido llevaba meses gastándose el dinero del paro en los bares y, aunque ese comportamiento le causaba repulsión y desagrado, hacía tiempo que había dejado de reprochárselo. Discutir no había servido para nada excepto para empeorar aún más su comportamiento y enfriar aún más la relación. Sobre todo desde que las niñas se habían marchado.

El tintineo de los cubiertos reinaba durante la cena.

Cualquiera ajeno a la estampa sentiría una atmósfera densa, tan incómoda como vestir un abrigo de pelo en pleno verano. El rasgón del pan era el triste acompañamiento de las cucharas para ese matrimonio de dos desconocidos, que no se planteaba el silencio como una carga. La familiaridad lo había convertido en una parte de sus vidas.

Ray rebañó el plato, liberó su enorme barriga del pantalón y lanzó un gran eructo al silencio del comedor. No dio las gracias antes de levantarse de la mesa. Solo se arrastraba hacia el sofá, tambaleándose y agarrándose los pantalones, antes de desplomarse frente al televisor para ver sus sagrados análisis de fútbol.

La esposa recogía los platos con la cabeza gacha para ocultar su mirada vidriosa. Cerveza, fútbol e indiferencia hacia ella y sus hijas, eran los valores de su marido que en ese momento se rascaba el sobaco tirado frente al televisor.

Cuando lo echaron del trabajo no cambió nada.

Los gritos de los comentaristas solapaban el sonido de las ollas y los platos siendo lavados en el fregadero. Ray miraba, pero no veía el primer plano de un periodista que gritaba en la pantalla. No escuchaba sus improperios, pues por primera vez en mucho tiempo no le importaba el resultado de su equipo o las pifias arbitrales.

Michelle, solo Michelle, acaparaba su atención.

Porque cuando la joven entró por la puerta, olvidó por completo su manía persecutoria.

Hacía semanas que una mirada le perforaba la nuca, la inquietud le provocaba escalofríos y sudores fríos. Por eso, apenas salía del bar. La sensación ojos observándolo desde coches vacíos cada vez se hacía más fuerte e incluso tenía visiones.

Esas... esas... sombras desaparecieron hace años, pero habían vuelto. Desde entonces siempre llevaba sus pastillas.

Solo hubo un instante, uno solo, en el que todo desapareció: cuando Michelle entró en el bar.

Continuará



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En el texto hay: historiacorta, psicolologico, romance obsesivo

Editado: 14.06.2018

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