MÍrame

4. Mírame... estoy aquí.

4. Mírame... estoy aquí.

Y de repente, ese instante se hizo añicos 

― Hola preciosa ¿Como te llamas?  

Ray estaba tan centrado en beber de su belleza familiar, que no había visto como uno de sus compañeros se colocaba junto a ella. Viéndolo endurecer los bíceps como un chulo de playa, a nadie le extrañó que ese idiota fuera el primero en intentarlo, de hecho les pareció bastante divertido; así que todos se giraron un poco, dispuestos a ver el espectáculo. 

Ray daba un trago a su cerveza observando la escena.

El bravucón de Alfie era el más joven de todos,de modo que los años no se habían ensañado con él lo suficiente como para causarle demasiados estragos;  si alguien tenía posibilidades de acostarse con ella, ese era él. Pero poco podría saber de eso la joven que respondió sin levantar la vista de su cuaderno.

―Michelle ― masculló con desdén. 

Ni si quiera se molestó en mirar al desconocido que invadía su espacio.

― Michelle...―saboreó Alfie acercándose despreocupado― un nombre bonito para una joven hermosa.  Y dime, Michelle .. ― Alfie se pegaba todavía más, tanto que su aliento a cerveza rozaba el pelo de la joven― ¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?

―Cualquiera con ojos en la cara vería que intento escribir ―contestó garabateando una hoja.

Los parroquianos rieron por lo bajo pero, Ray no lo hizo; le dió un trago a la cerveza que le arrasó la garganta tanto o más que la decepción amarga. Si Michelle rechazaba a Alfie, entonces él no tenía ninguna posibilidad. 

Inconscientemente sobó el bote de pastillas que guardaba en el bolsillo. Quizás nunca tuvo ninguna.

―Ya veo... mmm ¿Vienes de otra ciudad?

―Sí.

―Pues si quieres, algún día yo podría enseñártela después de cenar. 

Por primera vez, la joven olvidó el cuaderno. Alzó la cabeza y sus ojos verdes escrutaron, no sin cierto destello divertido, al hombre que se relamía en su forzada pose de semental.

Nadie se esperaba lo que ocurrió después. 

Ante un Alfie estupefacto, Michelle se bebió todo el café de un trago, cerró la libreta y la guardó en el bolso junto con el smartphone. Mientras rebuscaba en él intentando localizar el monedero, la joven contestó sin prestarle atención.

―No te molestes, crecí aquí ―Las carcajadas de borrachos resonaron al otro lado de la barra, mientras ella, grácil como un felino, se bajaba del taburete de un salto―. De todas formas,  gracias por tu "desinteresado" ofrecimiento.

 Sin más que decir, esquivó a Alfie y se dirigió al tabernero que también reía.

―Cóbrame, por favor ―pidió a Paul sacando un billete. 

  ―No, no hace falta. Hoy le Invita la casa.

  ―Eres muy amable pero de verdad que no hace falta ―Los diez dólares de Michelle quedaron pegados a la barra y Paul la miraba sin saber que decir. El café costaba un solo dólar― Te pago los próximos por adelantado ―Los parroquianos, que seguían riéndose del fracaso de Alfie, se callaron de repente y la joven, ni corta ni perezosagiró la cabeza hacia ellos― Hasta mañana.

A simple vista la despedida de Michelle parecería general, si no fuera porque todos se dieron cuenta de cómo su mirada y su sonrisa eran solo para Ray. La sorpresa del hombre fue tal que apenas pudo despedirse porque, para cuando recobró el habla, su cascada de pelo castaño ya había desaparecido tras la puerta.

El golpe de cierre fue como el pistoletazo de salida. 

Los gritos de burla  explotaron, mientras que a un callado Ray no le importaba que la cerveza estuviera medio llena; la soltó sobre la barra y la alejó de un empujón.

Eran visiones.  Visiones. Dejaría de beber y se tomaría la pastilla.

―¡Ehhh! ¡Aquí está el don juan! ¡Menudo cabrón! ¡Raimond Coleman! ¡Campeón! ¿La conoces? ¿Es una de tus queridas del puticlub? ―le preguntaba un amigo golpeándple con el codo― ¡No sabía que la "Piedra Rosada" había traído mejor mercancía! ¡Hoy les haré una visita!

En el Urko las carcajadas de borrachos resonaron de nuevo y, aunque él estaba más sorprendido que ninguno, se le hinfló como un palomo orgulloso. 

―Que va, tío ―negó entre risitas forzadas―. La mercancía del puticlub sigue igual de mala.

Todos rieron dándole palmaditas. 

Agarrando de nuevo su cerveza vio que estaba caliente, así que llamó a Paul. Melvin le había confirmado que no eran imaginaciones suyas y quería otra. Cuando el tabernero se la trajo, la agradeció desabotonandose el cuello con chulería.



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En el texto hay: historiacorta, psicolologico, romance obsesivo

Editado: 14.06.2018

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