Mis 5 Chicos (m5c #1)

Parte 27

— No deberías estar sola. 

 

Michael Madison. 

 

A tres metros de mí.

 

Y sentí claramente como el odio y la repulsión llegaron a mí simplemente con tenerlo detrás de mí.

 

Me giré y lo encare. 

 

No le demostraría temor ni precaución. Aunque si la tendría. Me sorprendió verlo aquí, y cerca de mí.

 

— ¿Por qué? — dudé y sonreí falsa. — ¿Podrías violarme aquí también? — añadí amarga

 

— No digas eso. No aquí. — dijo y miro a todos lados. — No es divertido.

 

— ¿Ah sí? — añadí y coloqué mis manos como jarras. — Debiste pensarlo antes de hacer eso. — solté y lo rodee para seguir caminando.

 

— Tenemos que hablar. — dijo con precaución. 

 

Seguí caminando y tras escuchar eso giré lo miré. Una señora paso entre los dos, en cuanto lo hizo  le hablé.

 

— No, tú quieres hablar y yo no. — vocifere agria.

 

— Samantha. — me reprochó con ese tono autoritario de padre. 

 

Me enoje y cerré mis manos en puños. Me acerqué un poco más pero no tanto.

 

— ¿Por qué lo hiciste? — añadí entre dientes, viendo para todos lados para que no nos escucharán.

 

No respondió me evito la mirada hacia el piso. Sonreí molesta y limpié una lágrima rebelde que recorrió mi mejilla. 

 

— Eso creí, nunca dices todo completo. — terminé y seguí caminando. 

 

No sé ni siquiera porque le respondí la pregunta inicial. Porque le seguí el juego. No sé porque pensé, que me respondería. Tal vez, solo tal vez, aún tengo una esperanza. Pero que debo borrar de mí. 

 

Mientras caminaba me tomó del brazo era él sentí su tacto. Y solo de pensarlo me sentí asquerosa. 

 

— No me toques. — chillé removiendo mi brazo. Viendo hacia al frente, mientras las personas caminaban. 

 

— No puedes ignorarme siempre. — agrego. 

 

— Tú me mentiste toda la vida. Uhm si, la vida no es justa. — Solté después que soltó mi brazo. 

 

— No sabes cómo me duele tu indiferencia. — soltó afligido. 

 

— No sabes cómo me dolió enterarme que abusaste de mí. — dije y sentí un nudo en mi garganta. Pero aún así tuve mi mirada firme

 

— Sam.. — trato de acercarse. Y retrocedi. 

 

— No te me acerques, no me toques, no quiero nada de tí. — sentencie y señalé con mi dedo.

 

— ¿Podemos ir a un lugar privado? — añadió dudoso. Y después de mucho lo miré, ojeras, barba de días. Cara mala. 

 

Había estado fatal, pero no era equitativo con mi dolor de esos días y el cuál estaba dentro de mí otra vez.

 

— ¿Me lo dirás? — pregunté y volvió a ignorar mi mirada. — Entonces no tengo porque hablar contigo. — solté comencé mi camino. 

 

Caminé rápido y con dolor. Sabía que no regresaría por mí no tendría ningún argumento que me hiciera cambiar de opinión, al menos que, me diga la verdad. Cosa que no haría. 

 

En cuanto salí del centro comercial, comencé a llorar, otra vez, estaba muy débil estos últimos días. Y después de lo último, no era para menos. Lloré mientras caminaba, limpiaba mis ojos cuando choque con alguien. 

 

— D-disculpa. — chillé. Iba rodearlo para continuar mi camino pero me tomó de los hombros.

 

— Oye. — me llamó. Pero no lo miré.

 

— Estoy bien. — solté después de una fuerte respiración. Iba a continuar mi camino a no sé dónde pero no me lo permitió. — ¡Puedes soltarme! — grité. 

 

— ¡Samantha, mírame! — grito. Y lo miré era Ray, había chocado con él. 

 

Con él tampoco quería hablar. 

 

— Contigo tampoco quiero hablar. — dije, enojada como bebé. Iba a esquivarlo pero no me dejó. — ¡Suéltame! — me removí. 

 

— Vamos al casa. — informó. Y me tomó la mano dirigiendose a la camioneta. Lo seguí como carro remolcado sin mucho ánimo. Abrió la puerta delantera para qué subiera pero retrocediendo  me subí en la parte trasera.  Me senté con los brazos cruzados mirando hacía la ventana mientras limpiaba mis lágrimas. 

 

Subió a la camioneta luego de un suspiró y arrancó. El trayecto fue en silencio, él me miraba por el retrovisor y trataba de ignorarlo. Cuando llegamos cerca de casa, ni siquiera había aparcado la camioneta cuando ya había bajado de un puertazo. 

 

Bajé demasiado rápido, y saque las llaves de mi bolsillo y trate de abrir, se cayeron unas dos veces, tras el tercer intento abrí. Entre rápidamente sin siquiera cerrar la puerta. Y, ignorando todos los presentes subí las escaleras y me encerré en mi habitación con seguro. 

 

No vería a nadie y no hablaría con nadie. Mi mente era un caos y yo también. Mi mejor amiga estaba enferma. El encuentro con mi padre. La carta. Ray. Los mensajes anónimos. Todo estaba mal. Todo. 

 

No sé, en que momento me había quedado dormida, pero cuando desperté ya era de noche. Lo supe solo de mirar la ventana. Tomé mi celular y tenía quince llamadas, cinco de Ray, cinco de nicole, dos de Michael y tres de mi madre. 

 

Entré al baño y me dí una ducha rápida. Cuando estuve lista, quite el seguro de la puerta y la abrí. Miré a ambos lados, no había nadie. Salí y caminé por el pasillo hasta las escaleras. Cuando estuve abajo, camine cabizbaja, sin mirar si había alguien por ahí, llegue a la cocina tomé un plato cereal y leche. 

 

— Bajaste. — alguien a mis espaldas habló. Y del susto el plato cayó al suelo cortando mi pie descalzo. 

 

¡Qué día el mío, joder! 

 

Empezé a brincar sobre un pie, mientras la sangre goteaba. Dolía y mucho. Tendría una marca. 

 

— Me asustaste — chillé con dolor. Al causante de mi susto. Me giré para verlo, era Ray. ¡Es que no me dejaría en paz!



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En el texto hay: realidad, suspence, romance +18

Editado: 04.06.2021

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