"Deseaba que las leyera y, al mismo tiempo, no quería que lo hiciera: una inquietante mezcla de orgullo y timidez que sigo sintiendo aún hoy cuando alguien quiere ver lo que estoy escribiendo. El acto mismo de escribir es algo que se hace en secreto"
El Cuerpo.
Stephen King
Kate era la niña más bonita de todo el instituto McAllister, al menos para mí lo era. Tenía las mejores notas del curso y era siempre la primera en levantar la mano para contestar las preguntas de los profesores. Su voz era delgada, suave y solía tener un ligero temblor cuando estaba nerviosa, cosa que sucedía a menudo. Le gustaba llevar bien peinado su cabello; algunos días en una elaborada trenza, otros días se lo recogía a un costado con preciosas horquillas en formas de mariposas o flores.
También tenía una sola amiga, Alina, que era muy distinta a ella en muchos aspectos. Alina era escandalosa, extrovertida y obstinada, y no era mi persona favorita; aunque sabía que Kate la adoraba y solo por eso intentaba soportarla. Me consolaba el saber que mi compañía incomodaba a Alina también, así que termina siendo una tortura para ambos; lo cual era gracioso porque parecía que Kate no lo notaba.
Estaba enamorado de Kate desde hacía mucho tiempo pero nunca se lo había dicho. Kate era perfecta para mí, pero no era una chica como las otras y sabía que si le decía lo que sentía, ella dejaría de hablarme, encerrándose en una burbuja de cristal en la que no podría alcanzarla. Así que me conformé con ser su compañero de curso, su amigo y su más fiel lector.
El mayor talento de Kate era su habilidad con la pluma. Era lo que le decían Alina y su madre, pero yo me atrevía a ir un poco más allá. Kate no era solo talentosa, era toda una genio para las historias en papel. Aunque su genio solía verse menguado por la inseguridad. De hecho, no me equivoco al afirmar que los únicos que tuvimos el privilegio de leer sus cuentos fuimos Alina, su madre y yo. Y no fue sencillo ganarse ese derecho.
Alina, por ejemplo, tuvo la oportunidad de leer uno dos años después de conocerla. Cuando se conocieron, por el barrio donde vivían, Kate no le confió su pasión, igual que no me la confió a mí, ni se la confiaba a nadie. Alina la encontró escribiendo una vez, le preguntó qué hacía y Kate se lo dijo con cierto recelo. A eso le siguió una súplica por parte de Alina para leerlo y miles de negaciones por parte de Kate.
Resultó que en el cumpleaños número catorce de Alina, fue que ésta pudo leer una historia procedente de la pluma de Kate Flint; pues Alina le había anticipado a Kate que el único regalo que aceptaría de ella sería uno de sus cuentos.
Así fue como Kate escribió: La agradable testaruda dedicado a Alina Botte. Un año después del nacimiento de La agradable testaruda, fui transferido al instituto McAllister.
La primera vez que vi a las amigas fue en el receso de mi segundo día en el McAllister. El día anterior solo habían sido un par de caras más entre el resto de mis nuevos compañeros, pero al receso del día siguiente las vi de verdad. Estaban en una esquina del patio, Alina gesticulaba con exageración, como más tarde descubriría era su costumbre, y Kate reía. Tenía las mejillas coloradas, a veces se tapaba la boca con la mano, y su cabello atado en una cola de caballo ondeaba al viento. No sabía de qué hablaban o de qué reían, pero sin quererlo me encontré sonriendo por la visual tan tierna y pura que Kate me regaló aquella mañana sin proponérselo. Ese día me coloqué como meta acercarme a Kate.
Hacerlo no fue sencillo. Alina era obstinada y parecía renuente a aceptar un chico en su grupo de dos. No la culpé. ¿Quién necesita de un chico teniendo una amiga como Kate? Kate por otro lado tenía levantado a su alrededor un muro de concreto. Difícil de pasar, pero no imposible. Me llevó alrededor de tres meses hacerme amigo de ellas. Siempre que las veía en el patio en los recesos me acercaba, soltaba algo ingenioso y me marchaba. Un par de veces logré percibir un atisbo de sonrisa en Kate. Eso me animaba.
Las horas de clase resultaban productivas para mis planes. Principalmente porque fui conociéndolas. Alina solía soltar bromas audaces. Llegué incluso a percibir el esfuerzo que hacían algunos profesores por mostrarse serios ante la broma. Aunque la profesora de literatura solía reírse abiertamente ante las bromas de cualquiera. Pronto descubrí que Kate detestaba a la profesora de literatura. Era de esperarse.
La profesora de literatura era por mucho la peor que teníamos. Era holgazana, usualmente solo nos daba una clase, si podía llamársele así. Pues lo único que debíamos hacer era leer unas páginas de nuestro texto, responderle una o dos preguntas referente a nuestra lectura y nos regalaba —sí, eso hacía— la nota por el mínimo esfuerzo.
Muchos, por no decir toda el aula, adoraban a la profesora de literatura. Sus clases solían ser un segundo receso. Podías llevar barajas y jugar al póker mientras ella se pintaba las uñas. Las niñas solían llevar revistas, Seventeen o Cosmopolitan, y cuchicheaban en grupos de cuatro, ensimismadas en las páginas de sus revistas.
Para Kate no era un receso, ella levantaba su burbuja de cristal a su alrededor, lapicera en mano, hojas en la superficie de su asiento y la gran imaginación de su genio. En las horas de ocio de la profesora de literatura, mientras los chicos fanfarroneaban sobre autos y equipos de fútbol, mientras las chicas imitaban a la profesora y se pintaban las uñas entre ellas y Alina se les unía para leer el artículo sobre maquillaje de la Seventeen; Kate se perdía en un mundo creado por y para ella.
Mundos futuros y pasados, mundos donde ella se permitía ser todos los personajes que creaba, así un segundo era el hada buena, al otro el villano y al próximo el protagonista gracioso. O al menos así me gustaba imaginarla. Supuse que tenía una imaginación tan vivaz como la suya. Aunque realmente creo que nadie tenía una imaginación como la de Kate Flint.