Mis días con Kate

Capítulo 03

Cuando realmente caí en la cuenta de la soledad de Kate fue en su cumpleaños. Ese año fue un jueves y me acordé de ello el martes de esa semana. Estábamos en clase de matemáticas cuando me propuse hacer que Kate tuviera un buen cumpleaños. Cuando la campana sonó para avisarnos del receso noté que ella no hacia ademan de moverse de su silla.

Sentí una mezcla de pesar y suerte. Por un lado era una suerte que se quedara en el aula, porque no me vería hacer lo que tenía pensado y por ende no sospecharía nada. Por otro lado, en ese momento me daba cuenta de que los últimos días no la había visto en los recesos. Estuve tan ensimismado en mis juegos de póker y partidos de fútbol que no noté su ausencia en los patios. Supe entonces que debía hacer de su cumpleaños el inicio de algo bueno.

Salí al patio y busqué a Alina con la mirada. Estaba con Lisa, naturalmente, las rodeaban un par de chicos de un curso superior y Cristian hacia fila en la cantina del instituto. Me acerqué.

—Alina, necesito hablar contigo.

—Dime.

—Aquí no, ven. —Se alejó de su grupo y me siguió. Nos sentamos en uno de los bancos. Pude percibir las miradas de Lisa y sus admiradores—. ¿Recuerdas qué pasa el jueves?

Decidí ir directo al grano, Alina y yo no nos agradábamos y lo único que nos unía estaba entonces en un aula del instituto, abandonada por sus dos amigos. Alina no parecía entender de qué le estaba hablando y cuando me dispuse a decírselo en forma de reclamo ella recordó. Su boca se abrió en forma de O y luego se la tapó con una mano ataviada de pulseras.

—El cumpleaños de Kate —gruñó—. Maldición lo olvidé por completo.

—Me atrevería a decir que no solo olvidaste su cumpleaños, sino también a ella.

—No te atrevas a decirme eso, voy a su casa algunas tardes. Además, yo a ti no te he visto haciéndole compañía, precisamente.

—Era tu mejor amiga Alina, ¿o no te has dado cuenta? Se convirtió en un fantasma —La cara de Alina se coloró.

—¿Y yo tengo la culpa de eso? Si ella no fuera tan tímida y asocial podría estar conmigo y con Lisa, pero no, ella prefiere pasar los días sola —Reí de forma despectiva.

—No puedo creer que hables así de tu mejor amiga. Fue tu amiga antes que Lisa y sabes que a Kate no les gustan las chicas como ella. Ni siquiera sé porqué son amigas.

—Pues, ¿sabes qué? Tienes toda la razón, no sé porque lo somos. Kate es aburrida, demasiado tímida para mi gusto y tan torpe que no es capaz de darse cuenta que estas loco de amor por ella desde hace mucho.

Me quedé de piedra, siempre pensé que había ocultado mis sentimientos hacia Kate de una forma maestra. Pero si Alina lo supo, ¿quién más lo había notado? Era evidente que Kate no, pues cuando Alina se levantó del banco airadamente, fue que nos dimos cuenta de que Kate estaba parada tres pasos mas allá de nosotros, con la mochila pendiendo de su hombro y una mueca de sorpresa y tristeza en el rostro. Nos miró a los dos, las lágrimas titilaron en sus ojos, Alina balbuceó su nombre y cuando yo me puse de pie ella nos dio la espalda y se fue.

Alina soltó una maldición, se refregó los ojos y me encaró.

—¿Contento? ¿Era eso lo que querías?

Ilusamente pensé que Alina iría tras su amiga, no lo hizo. Regresó con su grupo de populares y relegó a la que en otrora fuera su mejor amiga al olvido. Quise arreglar las cosas y lo único que logré fue crear un vacío más amplio entre ellas. Regresé al aula con un nudo en la garganta. Kate estaba en su asiento, la mirada perdida como de costumbre y un par de lágrimas brillantes en sus mejillas, se las secó cuando me vio. De inmediato fui consciente del abismo que se abrió entre los dos. Me senté en mi lugar, a su lado y recurrí a consuelos patéticos. «Alina no quiso decir eso» «Alina estaba molesta conmigo no contigo». Pero Kate no dijo nada. Tan solo me miró y preguntó.

—¿Es verdad lo que dijo?

—Alina estaba molesta, tú no eres...

—No, eso no.

Se mordisqueó el interior de la mejilla y me esquivó la mirada, con que lo había escuchado. Me encontré así en la que por mucho tiempo consideré una de las mayores encrucijadas de mi vida. ¿Decirle lo que sentía o no hacerlo? ¿Ella me correspondería? ¿Me mandaría al diablo? Con Kate Flint nunca se sabía, ella era tan impredecible como cualquiera de sus cuentos.

—¿Te refieres ha si estoy loco por ti? —No asintió, no me miró, no dijo nada. Opté por el humor—. Te diré la verdad, sí estoy loco, pero no se lo digas a nadie, no quiero volver a vestir camisa de fuerza, me quita mi atractivo natural.

Sonrió y esa sonrisa lo valía todo. Una vez más me guardé mis sentimientos, esquivamos con éxito ese tema después de mi pequeño chiste y hablamos de Alina que no tuvo tanta suerte como yo. Kate estaba triste, muy muy triste, se lo vi en los ojos, pues ella disfrazó su tristeza de rabia, así como yo disfrazaba mi amor con amistad. Me contó sobre lo sola que había estado y que se alegraba las veces que yo me le acercaba en los recesos para conversar. Eso no hizo mas que hacerme sentir peor. Le pedí disculpas por haberla olvidado, pero ella me dijo que no fuera tonto, que entendía mi gusto por el póker y el fútbol, y que con ella no podía contar para eso. Era cierto, era pésima jugando póker y odiaba el ejercicio.

La campana sonó y cuando Alina entró al aula tomó asiento en otro lugar. Abandonó su asiento frente a Kate para sentarse tras Lisa. En el cambio, Emilio quedó frente a Kate. Él le haló con suavidad el cabello y fanfarroneó sobre que ahora sí podía copiarle a Kate en los exámenes. Ella le dijo que ni lo soñara y yo sentí celos. Nadie lo notó. El profesor de química entró y comenzó la clase mientras yo soñaba despierto.

Imaginé el momento de hacía cinco minutos diferente. En mi sueño yo le confesaba a Kate lo que sentía y ella me besaba. La miré de soslayo, quería tanto que mis sueños se hicieran realidad y entonces un bombillo se encendió. Si quería hacer mis sueños realidad, tenía que hacer realidad los de ella.




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