Dos días después de la primera clase del profesor Stephen, Alina intentó acercarse a Kate. Estaba en el patio cinco minutos después de que sonara la campanada del receso, jugando póker con Emilio, cuando la vi titubear. Kate hacía fila en la cafetería y no lo notó, tampoco fue necesario, Alina no se acercó después de todo. Se giró en sus talones y regresó con Lisa. Al menos aquello era algo e imaginé que el profesor Stephen tenía que ver. Ya sabes, si un día estás en clase y resulta que tu nuevo profesor es una personalidad admirada por tu mejor amigo, lo mas lógico sería que quieras compartir su felicidad, si fuera al revés desearías tener al lado a tu mejor amigo para decirle:
«Mira loco, no puedo creerlo, pellízcame que me muero».
A la semana siguiente Kate no fue al instituto. Pasó el lunes, martes, miércoles y nada. El miércoles en la noche telefoneé a su casa, su madre contestó y me dijo que Kate había estado enferma y que probablemente no iría tampoco al día siguiente. Le pregunté qué tenía y no supo decirme, fue entonces cuando comencé a sospechar qué era lo que de verdad pasaba.
Al día siguiente y como lo predijo la madre de Kate, no fue. Ese era el día en que teníamos que entregar un cuento al profesor Stephen y Kate su crítica sobre la historia que el profesor le había dado la semana pasada. El profesor llegó aquella mañana como de costumbre: serio e insondable, pidió los trabajos y percibí su sorpresa al recibirlos todos menos dos. Supe que esperaba recibir menos y quizás por ello se mostró comprensivo con los que faltaron. Le dijo a Emilio que le daba solo dos días más de prórroga, no más. Cuando preguntó por Kate me apresuré a informarle que había estado enferma y accedió a que entregara la crítica cuando mejorara.
Cuando sonó la última campana no esperé ni un minuto más, fui directo a casa de Kate. Su madre me recibió con una sonrisa y me invitó a subir a su habitación.
—No sale de ahí más que para ir al baño. Tampoco quiere ir al médico, me preocupa.
—Yo creo saber que tiene, ¿puedo?
—Claro, sube. Julian, una pregunta. ¿Sabes si pasó algo entre Alina y Kate? Hace tiempo que no la veo por aquí.
—Uh bueno, tuvieron problemas. Pero nada importante.
Luego de que la señora Flint terminara con su cuestionario de madre, subí las escaleras. Había estado muchas veces en casa de Kate, pero era la primera vez que entraría en su habitación, bueno, asumiendo que me dejara. Le eché un vistazo a mi uniforme, me pasé una mano por los cabellos y toqué. Nada. Toqué de nuevo.
—Kate soy Julian. Necesito hablar contigo —Silencio—. ¿Kate?
—No me siento muy bien, Julian. Vete.
No había ido hasta allí para nada, lo intenté de nuevo y ella volvió a decir que me fuera, pero esa vez su voz llegaba del otro lado de la puerta. Entonces recurrí a una opción cuestionable, pero era eso o irme.
—Kate, el profesor Stephen preguntó por ti.
Voilà. La puerta se abrió, Kate llevaba un jersey azul cielo y pantaloncitos cortos color negro, el cabello lo tenía recogido en una trenza que le caía sobre un hombro.
—¿Puedo?
Asintió y se hizo a un lado para dejarme pasar. Tomé asiento en su cama, las sabanas estaban hechas un ovillo y sobre el escritorio había un montoncito de hojas arrugadas. Kate se sentó a mi lado y dijo en un hilo de voz.
—¿De verdad el profesor...?
—Te mentí —Me clavó la mirada, me apresuré a agregar—. Necesitaba que abrieras la puerta, lo siento. Pero de cierta forma sí preguntó por ti. Dijo que podías entregar la crítica cuando estuvieras mejor.
—Nunca voy a entregar la crítica —Se levantó y comenzó a caminar frente a mí con evidentes nervios.
—Pues tienes que, es parte de tu nota.
—Me vale un pepino la nota. ¿Le dirías a Messi?: «Lo siento Señor Messi, ese tiro fue un asco».
—¿Su cuento es un asco? —Clavó de nuevo sus ojos en mi, abiertos de par en par y las mejillas rosadas.
—¿Su cuento es un asco? ¡Es Stephen Parker! ¡Su cuento es lo mejor que he leído en mucho tiempo!
—Entonces díselo.
—¡No puedo! Va a pensar que soy una lambiscona. Además no se trata solo de eso. Él va a leer algo escrito por mí. ¡Una crítica! Va a evaluar mi gramática, mi ortografía. ¡Va a evaluar mi escritura!
—¿Y? —De nuevo la mirada y con riesgo de sonar masoquista, me gustaba esa mirada.
—¿Y si no le gusta? ¿Y si dice que es lo peor que ha leído en su vida? Y si me dice: «¿Sabes chica? deberías dedicarte a otra cosa. Podrías ser costurera, por ejemplo».
—No va a decir eso, Kate.
—¿Cómo lo sabes? —Se paró frente a mí, reconocí el brillo en sus ojos, ese que me indicaba como ansiaba una frase que calmara sus nervios.
—Porque eres una excelente escritora y si él no se da cuenta, entonces es porque no es tan genial como tú crees —Su cuerpo se relajó pero la duda seguía latente ahí, en sus ojos brillosos y sus hombros caídos. Se sentó de nuevo a mi lado.
—Tengo dieciséis años, Julian. Aun no puedo ser una "excelente escritora" Aunque... gracias —El silencio se amplió por espacio de cinco minutos luego de eso. Me fijé en las hojas arrugadas de su escritorio y pregunté.
—¿Has escrito algo?
Ella asintió y me pasó algunos borradores. Eran excelente críticas para el cuento de Stephen, muy bien redactadas según me pareció en mi humilde formación escolar, pero ella seguía renuente a entregarle alguno a Stephen, así que tomé los que me parecieron mejores, se los di y le dije.
—Estos son los que tienes que darle. Pásalos en limpios y agrégales algo si es que tienes que.
—No puedo, Julian —Percibí el temblor en su voz y en sus manos, las hojas que le había dado temblaban como una extraña danza. Tomé su cara entre mis manos.
—Kate Flint, jamás pensé que fueras una cobarde —Sonrió y yo lo hice también. Mi corazón por otro lado me golpeó en el pecho, como haciéndome consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro y el lugar en que estábamos. Solté su rostro, tomé mi mochila y me puse en pie obligándome a calmarme—. Te veo mañana en el instituto, no quiero más inseguridades de ti, Kate Flint —Ella asintió y yo me giré para irme, cuando llegué a la puerta ella me llamó, al girarme la vi correr hacia mi y lanzarme los brazos al cuello.