Llegó el bendito sábado. Gracias a Dios hoy es el último día sin luz... Ya me estaba abrumando las velas, de noche parecíamos pareja en una cita. Ya bastante atontada estoy solo con tener a Abel cerca de mí, el único día que no me sentí así fue el día que Sabrina fue a Buenos Aires y me pidió que la acompañara. También cuando está el doctor para seguir con todo este asunto de la lesión. Aunque el primer día le eché el ojo, ya no puedo darme el lujo de tirarmele encima por el simple motivo de que no estoy sola en casa... Y mi interés va hacia otro lado.
Es que ni yo puedo explicar lo que siento. Lo que más me había llamado la atención de Abel fue su pelo y su barba descuidada, no estaba nada mal, pero es muy distinto verlo con ese castaño claro bien al ras y de su barba ni hablar... Parece un vikingo. Él simplemente agarró la tijera y una maquinita de afeitar, sin miedo a lastimarse.
Sabrina no lo deja de comerlo con la mirada, sin vergüenza de que su novio esté a su lado. Trato de no poner los ojos en blanco y seguir con la ronda de mate mientras escuchamos la música que tengo guardado en un pendrive conectado al parlante. Estamos esperando a que llegue el tío de Ariel para hacerse cargo de la electricidad de la casa, aunque se supone que tiene el trabajo desde el poste más cercano a la entrada y de ahí hacia acá... O al menos eso fue lo que me dijo el chico.
Y como estamos a fin de semana, son los únicos días que los vecinos se reúnen en un sector de mi campo para jugar fútbol, y no solo los domingos como lo recordaba. Esa hectárea de campo que mi papá cerró especialmente para reunir a todos los trabajadores con sus familias y pasar el día. Con el pasar de los años se convirtió en el lugar de encuentro entre los pueblerinos. ¿Será que el equipo de fútbol del pueblo juegan acá?
- El auto de mi tío.- escucho la voz profunda de Ariel que me despierta de mis pensamientos.
Mis ojos siguen el camino del chico que sale disparado que sale hacia afuera y deja la puerta abierta. Me deja algo tranquila ver una camioneta blanca con el logo de la empresa de energía. Agarro las muletas y me pongo de pie para recibilos, ya que soy la dueña de casa. Ariel corre hacia el auto gris que viene atrás de la camioneta y golpea el techo del mismo. Frunzo el ceño ante tal acto, pero no pasa ni cinco segundos cuando la puerta se abre y de ahí baja un hombre. A simple vista parece un hombre pasado sus cuarenta años, pelo negro mezclado con las canas al igual que su cuidada barba.
Cuando entran a casa, escucho con lujo de detalle lo que Ariel va explicando a su tío el problema. Me siento de nuevo y me cruzo de brazos mientras los sigo con la mirada, aunque no hay mucho que decir.
Como tengo prohibido manejar, le pido a Abel que me lleve al pedazo de campo que papá había cerrado para este tipo de eventos. Recuerdo que alambró una hectárea solo para que los vecinos del pueblo se juntaran para pasar el día. Solo con la cancha, el estacionamiento y el lugar de él para hacer asado, sobraba espacio.
Me sorprende ver la cantidad de familias que se reúnen, más si estoy acostumbrada a los adolescentes encerrados con los videos juegos o idiotizados por el internet. Veo cerca de los autos estacionados que hay algo que me llama la atención: pelea entre chicos y chicas, y se ve que la discusión es bastante fuerte.
- Frena el auto.- le digo a Abel en lo que abro la mochila.
- ¿Ocurre algo?- pregunta en lo que desacelera y busco mi gorra con los lentes de sol. Siempre tengo un par para que nadie me reconozca y me los pongo.
- Vos solo hacé lo que te pido.- es lo que le contesto y el auto frena.
Dejo la mochila en el asiento y acomodo las muletas en mi regazo mientras abro la puerta. Como puedo, llevo todo el peso de mi cuerpo a la pierna izquierda y me pongo de pie. Mis manos se aferran al mango ya que los tengo debajo de las axilas, en lo que escucho la puerta cerrarse y me giro para ver a Abel que no deja de mirarme con el ceño fruncido. Adolescentes discutiendo es lo único que le digo y me dirijo a ellos.
"¿Las chicas quieren jugar fútbol?" Eso claramente viene de una mente machista. "Lo siento linda, pero no te veo como alguien que sepa patear una pelota". Un pendejo con mente cerrada. Freno mis pasos y mis manos se hacen puños de la bronca que me invade en este momento.
"Odio a las personas que hablan o se le dan por opinar sin saber, como vos por ejemplo". Escucho una voz de chica y sonrío por su respuesta. Están tan concentrados que no notan mi presencia ni la de Abel, que está a mi lado. "Si no te molesta a vos ni a tu orgullo, nos enfrentamos para ver lo malo que puede ser una mujer jugando fútbol".
Es increíble que puedo ser ignorada por dos grupos de adolescentes, o aún mejor, que las adolescentes los dejaran mudos a unos "agrandaditos". Por poco me río al escuchar que más adolescentes se reunían alrededor de la cancha para ver el espectáculo entre los que discuten. Suelto la risa que llevaba contenida desde que la chica lo enfrentó al que parece ser el líder. Miro de reojo a Abel que sonríe al verme reír, no así los demás que me veían como si estuviese loca.
- ¿Valentina Ferro?- dejo de reír cuando escucho mi nombre y la misma chica que discutía con el pendejo agrandado se acerca a mí- No lo puedo creer... ¡Valentina Ferro!- su voz suena entrecortada y puedo jurar que sus ojos se llenan de lágrimas, su sonrisa crece cuando me quito los lentes de sol.
Cuando quiero darme cuenta, tengo a todos rodeándome y Abel se tensa a mi lado. Pensar que creí que ignoraba la mirada de Luciana. Me sorprende que hasta el pibito agrandado sepa quien soy. Giro la cabeza para decirle algo al hombre que está a mi lado, o mas bien estaba. No sé de donde aparecieron tantas personas, la cosa es que estoy rodeada de los adolescentes, un grupo de nenas y unos pocos adultos que tienen celulares en mano.