Mis dioses queridos

3

Huitzilopochtli decidió que, tras la hora de su reunión, debían retirarse a descansar. Una vez todos comenzaron a alejarse, Tláloc se acercó a su hermano mayor, pidiendo una plática a solas.

Ambos dioses se retiraron a un punto cercano para hablar, donde el moreno contó que una chica era una de sus hermanas deidades, pero dudaba realmente de sus palabras. Huitzil preguntó por su persona y Tláloc la describió, donde el primero negó a una deidad así.

—No puedo asegurar que ella sea una de nosotros, deberás traerla en nuestra siguiente reunión o notar si te olvida tras esta hora —el rubio caminó hacia su destino, diciendo esas palabras antes de su partida.

Tláloc se sintió traicionado, pero debía ponerla a prueba para comprobar lo que dijo Sol, si mentía Sara o no.

Con la decisión de descubrir la verdad, corrió y alcanzó a su hermana para no dejarla sola, dándole un abrazo de cariño porque sentía la necesidad de uno, siendo correspondido por la castaña.

Al estar en casa, Tláloc se hizo unas grecas cerca del ojo derecho con ayuda de Coatlicue, sintiendo ser él mismo con esa marca.

— ¿Qué harás con Sara? Me preocupa mucho tu bienestar —Le miró preocupada, recibiendo un suspiro cansado de su hermano.

—Pienso dejarla, por mi bien y hacer que se olvide de nosotros —miró sus manos entrelazadas para cerrar los ojos y meditar.

Segundos después los abrió y sus ojos revelaron un color distinto, un verde menta en lugar de esos avellana.

—Tla, debes descansar —. El muchacho hizo caso a la joven y se acostó a dormir.

La deidad salió de esa habitación con un suspiro de cansancio, sintiendo una mirada desde la ventana más cercana. Decidió ignorarlo, pero cada vez era más fuerte y le acompañaba un dolor intenso de cabeza.

Caminó hacia la ventana y, al abrirla, dejó de sentir el dolor. Cerró todas las ventanas y dejó abierta una pequeña apertura donde circulaba el aire fresco del exterior.

Al día siguiente, despertó temprano y preparó el desayuno, sabiendo que pasaría.

—Tláloc en tres... Dos... Uno...

Al acabar de decir uno, entró el mencionado, notando que iba tarde a su trabajo como un repartidor de cartas.

Tláloc escuchó las risitas de ella junto a su sonrisa al momento de sentarse, notando que ya sabía su rutina. Despertaba tarde, tomaba un almuerzo ligero y corría al trabajo.

—Debo hacerte una rutina o serás un desastre —rió bajo al momento de hacer limpieza en la cocina, mientras Tláloc se  preparaba para salir.

—Te lo agradecería mucho —sonrió para acercarse, dar un leve beso en la frente en despedida y salir.

Horas más tarde salió a hacer compras porque faltaban cosas para la comida, topando accidentalmente con quien menos se esperaba al escuchar el grito y los reclamos.

— ¿Cómo te atreves a arruinar mi ropa? Vaga mujer —con el peso de la ofensa, Coatlicue bajó la mirada. —Quiero que me lleves a tu casa y limpies esto, ya.

—No tengo obligaciones contigo, Sara.

 



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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