Mis dioses queridos

4

— ¡Por los dioses! No sabía que eras tú, María —comentó espantada Sara al saber quién era.

—Mi hermano no te merece, mentirosa. —Finalizó la discusión al retomar el camino a casa.

Por medio de una carta, dirigida a ella, supo que Ehécatl necesitaba ayuda con unas cosas incomprensibles para él. Así decidió escribirle y decir que iría con él en la siguiente reunión.

Le dolía dejar a Tláloc, pero era necesario porque sabía bien que ese pueblo era amable y pocas personas eran ambiciosas, pero sólo una familia se creían reyes.

Una vez salió la luna, volvió el castaño para pasar el resto de la noche con ella. Así fue hasta que cayó dormida Coatlicue, eran apenas las diez de la noche y decidió tomar la iniciativa. La cargó y dejó en su cama para, acto seguido, ir a dormir.

Pasaron los días, donde platicaron los dos sobre la carta de Ehécatl y los intentos de Tláloc por hacer la rutina escrita por Coatlicue, resultando en buen término la rutina de él.

Concluyó el periodo entre juntas, un mes de tiempo para analizar altas y bajas, y volvieron a partir ambas deidades, con la única diferencia de que la joven cargaba una pequeña mochila.

—Tláloc, debes decirle que deje de seguirte —siguió su andar la joven, haciendo al muchacho detenerse.

— ¿Ella de nuevo? —La irritación era evidente en su voz. Sara nunca le dejaba solo por los celos y Tláloc comenzaba a irritarse.

Cómo si de telepatía se tratara, ambos jóvenes se acercaron y abrazaron tiernamente, haciendo una actuación realista que logró alejar definitivamente a Sara con lágrimas en los ojos.

—Andando, ya perdimos mucho tiempo —sonrió y tiró del muchacho con grecas, haciéndole correr para recuperar tiempo.

Nuevamente sonaron las campanadas que indicaban la hora de reunión, provocando el mismo efecto en los pueblerinos y haciendo una diferencia...

—Hermanos, está vez iniciaré yo —se arrodilló para ponerse el penacho y decir los puntos buenos, pero resaltaron los malos con él.

—Ahora, seguimos nosotros —indicó Lluvia, hablando él primero y luego ella, notando mejoría en todo.

Ehécatl y Coyolxauhqui notaron neutrales sus pueblos, por lo que Huitzil decidió dar por finalizada la reunión, pero fue interrumpido por Tierra.

—Tengo algo que decirles —comentó avanzando al frente, quedando a la vista de los cuatro —, cada dos reuniones, iré con otro de ustedes, notando bien algo que me inquieta algo.

Los otros cuatro aceptaron la propuesta, confirmando la espera para ir con ella al pueblo propio.

Coatlicue miró triste a Tláloc y le abrazó, diciendo que volvería con él, prometiendo no dejarle solo. Con esa promesa, se fue con Ehécatl a su pueblo, donde viviría los siguientes dos meses hasta el siguiente cambio.

El azabache le entregó una habitación simple y cómoda, donde no tendría que preocuparse, pero la sensación de unos ojos posarse en ella junto al dolor de cabeza volvió.

—Ehécatl, iré a acostarme, no estoy bien —murmuró con malestar y tristeza, sabiendo de inmediato una cosa, envidias al hombre.

 



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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