Mis dioses queridos

8

Huitzilopochtli y Coyolxauhqui no entendían las palabras de Tláloc. ¿A qué se refería con el estado de Coatlicue?

—Tláloc, ¿a qué te refieres con eso? —Cuestionó Coyol, extrañada por las palabras de Lluvia.

—Coyolxauhqui, Huitzilopochtli, —nombró cabizbajo el moreno de puntas azules, dando a entender que era serio lo que diría —Coatlicue tiene un poder muy grande que libera de forma inconsciente, es tan devastador y la atormenta cuando no sabe.

Ambos estaban en shock, no sabían eso de ella. Era imposible imaginar que la dulce, tierna y amable diosa Tierra fuese incapaz de saber cuándo liberaba su poder y le atormentara.

Ante una decisión sin estar los otros dos presentes, Coyolxauhqui se llevaría a Coatlicue, así lo quisiera o no. Huitzilopochtli no pudo oponerse, realmente temía por su pueblo y el bienestar.

—Vayamos con ellos, esperemos que se encuentren bien —indicó Sol, dando en forma indirecta una orden sin derecho a queja.

Los tres partieron hacia el pueblo de Ehécatl, notando unas partes más dañadas que otras, dejándolos en un shock más fuerte. Tláloc fue el primero en salir y corrió hacia donde, podía creer, estaban Coatlicue y el hombre.

Para evitar dejarlos perdidos, tomó de una mano a los dioses del Sol y la Luna para dirigirse hacia dicho sitio, haciéndolos reaccionar.

—Oye, ¿hacia dónde nos llevas? —Cuestionó Huitzil al ser tirado por Tláloc.

—Iremos con Coa y Ehécatl, no me deja tranquilo su situación.

Los dos mayores se sorprendieron ante las palabras, notando que se encontraban en una casa sin salvarse del desastre. El castaño de puntas azules tocó de forma desesperada a la puerta, siendo recibido por Ehécatl.

— ¡¿En dónde está Coatlicue?! —Exclamó desesperado, siendo detenido a la vez por el azabache.

—Está en mi habitación, pero no quiere ver a nadie —murmuró triste, pero de forma audible para los cuatro.

Ignorando las palabras del mayor, el menor salió corriendo hasta encontrarse una puerta cerrada. Lentamente se acercó y la abrió, encontrándose a la joven abrazándose en la cama, sollozando.

Poco a poco se fue acercando, pero apareció una púa gigante de piedra que le hizo retroceder.

—Coa... —murmuró Tláloc, —Soy yo, Tláloc.

Lentamente dejó ver unos ojos sin vida, apagados, asustando al otro. De forma pausada y cuidadosa, se acercó a Coa para abrazarla.

Ehécatl, Coyolxauhqui y Huitzilopochtli miraban asombrados de la gran sensibilidad y lazo entre ellos. Los dos más jóvenes se separaron para guiar a la chica hacia Ehécatl para recibir un abrazo de él.

—Realmente lo siento, no sé cómo tratarte en estas circunstancias.

De forma repentina, sintió algo humedecer su camisa. No tomó importancia porque sabía eran las lágrimas de la castaña, haciendo un poco audibles sus sollozos. La peliblanca y el rubio se unieron al abrazo, reconfortándola.

—Perdónenme —entrecortó por el miedo, —no sé que me sucede —su voz fue pasando a un murmullo.

En segundos, se desplomó nuevamente, pero Ehécatl evitó la caída por el abrazo. Una vez dejándola descansar en cama, salieron al comedor para hablar en junta.



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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