Mis dioses queridos

10

Tras varias semanas de haber plantado las semillas florales, y Ehécatl ayudando a regarlas con agua, brotaron los primeros botones.

El pueblo decidió hacer un horario de regado para hacer crecer nuevamente los árboles afectados como semillas. Los dos se sorprendieron al ver árboles frutales junto a los florales.

Ella se limitó a dar una sonrisa, reteniendo sus lágrimas; él también sonrió, pero relajando su aspecto.

—Oye, Ehécatl —llamó la chica.

— ¿Qué sucede, Coatlicue? —preguntó quedamente.

—Creo que ellos intentan honrarlos con esas plantas que pusieron y cuidar las que nosotros plantamos —serenó su rostro y limpió sus lágrimas, dando un aspecto alegre.

—Esperemos que así sea.

Todo estaba normal, pero nuevamente algo andaba mal. Tras dar unos pasos, Coatlicue cayó de rodillas.

Ehécatl fue a ayudarla, pero ella sólo murmuraba un "Paren, por favor, me duele" casi inaudible, excepto para su acompañante. Se separó de Coatlicue y corrió hacia donde escuchó un ruido fuerte de maquinaria.

— ¡Ustedes, paren por favor! —gritó con un tono suplicante, obteniendo la atención de los trabajadores.

—Usted no puede pasar, le pedimos se retire —recriminó un guardia mientras el dios viento observaba el dolor de su hermana en persona.

Esas personas estaban matando las especies que vivían en ese bosque: talaron árboles, cazaron especies que se dedicó a cuidar antes de Coatlicue, prendieron fuego innecesariamente al suelo para limitar el paso. Ver todo ese caos le causó el llanto al azabache por la impotencia de no hacer nada y detenerlos, sabiendo que podía morir.

Pasadas las horas y esos tipos lejos, logró apagar el fuego para caer arrodillado, cargando un gran dolor y pesar en su corazón. Se llevaron su parte de cielo, aquello que le hizo humano sin importar el poder de dios que cargaba.

Gritó con frustración, toda la que contuvo y causó grandes vientos que casi matan las plantas que recién habían crecido, pero una delicada mano se posó en el hombro del desdichado. Coatlicue le miraba con lágrimas en sus ojos mientras portaba sus ropas de presentación ante los otros tres.

Caminó diez pasos más de donde estaba Ehécatl y alzó sus manos con los ojos cerrados, haciendo iluminarse la parte herida del suelo y árboles. Unos minutos después, la castaña cayó inconsciente y fue atrapada por él antes de tocar suelo.

Al alzar su vista, notó recuperada la zona. Los arboles habían crecido y parecían no haber sido talados clandestinamente, la parte quemada del pasto desapareció y estaba sustituida por un pasto verde y fresco.

El azabache avanzó con ella en brazos y no acababa de digerir dicha sorpresa regalada por la castaña, estaba en completo shock y pensaba que era un sueño. Si era un sueño, era el más dulce y podía regocijarse en él para disfrutarlo.

—Coa, ¿te encuentras bien? —murmuró luego de sacudirla suavemente en sus brazos.

Ella reaccionó de poco en poco hasta recuperar la consciencia, mirando tiernamente al más alto.

—Estoy bien, no te preocupes —respondió en el mismo tono, dando una disculpa igual.



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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