Mis dioses queridos

12

Luego de la burla nocturna y un buen descanso para ambas, con Coyol haciendo real su palabra sobre el baño, las dos chicas amanecieron tranquilas y relajadas.

Tras hacer una rutina diaria de la diosa luna, ambas decidieron tomar ese día para relajarse, pero sin dejar a un lado su percepción en dicho pueblo. Fueron a un spa modesto y sin tener tantos servicios como un moderno, pasando todo lejos de cámaras y chismes que correrían como pólvora si las veían juntas.

—Recuerda, Coa —indicó la de pelo blanco —, si preguntan nuestra relación, somos hermanas.

—Lo sé.

Salieron sintiéndose mejor, pero no pasó mucho hasta que Coa quedó ida. Coyol notó la ausencia, regresó hacia ella y le llevó semi arrastrando al hogar de ambas cual muñeca en mano. Una vez dentro, buscó sacarla de ese trance a base de cachetadas.

Coatlicue reaccionó ante la tercer cachetada, llevando mucha fuerza y marcando esa manita dura en su mejilla. Sin esperar la explicación, le dio una más fuerte y gritó que había formas muy sutiles sin necesidad de violencia.

—Lo siento, pero no reaccionabas y se me ocurrió eso —explicó apenada, sabiendo que le tocaría el odio de ella.

—Sé lo que piensas y te equivocas, no voy a odiarte —aclaró la castaña.

Siguieron normal su día y fueron a dormir cuando salió la luna en el cielo nocturno, Coatlicue logró dormir ignorando a Coyol con algo de música que le pidió a esta, siendo arrullada por las melodías.

Pasada la 1am, comenzó a sentir y percibir cosas la diosa tierra. Su cuerpo se sacudía en temblores, sudaba demasiado y estaba muy intranquila. Finalmente se despertó sobresaltada, pero todo daba vueltas con lo que llegó a percibir.

Inmediatamente salió corriendo fuera de casa, buscando un bosque y quedarse ahí hasta el amanecer. Dejó abierto toda la vivienda en busca de su libertad, la consumía una desesperación tan grande que temía liberar su poder y devastar nuevamente un pueblo, no lo deseaba repetir por tercera vez.

Pasadas dos horas desde la salida, llegó corriendo al bosque más próximo sin ser parte de una zona urbana. Llegó a tocar el pasto, avanzó cinco pasos y cayó rendida a dormir, el suave tacto le relajó de tal manera que alivió su malestar nocturno.

Eran las diez de la mañana cuando hubo movimiento en el bosque, pasaron de largo a Coatlicue y comenzaron con el mismo mal sucedido con Ehécatl: tala clandestina e indiscriminada. Tras cortar quince árboles, ella gritó suplicando el detenerse, pero esos hombres la ataron a un árbol y amordazaron para evitar escucharla.

—Alguien cállela, me está comenzando a hartar —reclamó un hombre.

—No podemos hacer nada, mucho menos quemarla o nos meteremos en graves problemas —sentenció otro.

Un hombre, aparentemente era médico, decidió callar a Coatlicue con algún somnífero, pero no tuvo efecto tras los quince minutos para la reacción.

Decidieron revisar a la chica, descubriendo que cerca suyo había una serpiente y los hizo huir, abandonando todo y a ella.

 



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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