Mis Historias De Facebook

TOMASA CHÉVEZ CARRASCO

Creo la mayoría de las personas desconoce dónde está situado el Ingenio Santo Domingo, Oaxaca. Ahí nació mi madre, Tomasa Chévez Carrasco el 7 de Marzo de 1950. Fue la primera hija de Andrés y Reyna, luego llegó su hermanito, 3 años menor. Tuvo una infancia feliz con su papá, sus abuelos paternos y sus primas. Felipa y Tino, sus abuelos, le dieron lo que pudieron y un poco más, le enseñaron a trabajar sin quejarse.

Mi madre trabajó desde niña, en el campo y en la casa. De muy jovencita se fue a laborar a la ciudad de México cuidando a una ancianita que tenía una zapatería. Después en Coatzacoalcos, se empleó en algunas casas. Toda mi infancia escuché sus historias con esas familias a las que servía.

Más adelante regresó al pueblo y se casó con un hijo de la familia Marín, conocidos en el istmo por sus tiendas, cine y mucho dinero. Cualquiera podría pensar que un sueño de hadas se hizo realidad pero no fue así. Cuando ella y mi padre se mudaron a Cancún, se vio prácticamente sola criando 3 hijos. Mi papá a veces aportaba dinero, a veces no. Ella calló cosas, sé algunas, otras nunca podré, tampoco quiero.

Recuerdo cuando la acompañé a recoger una carta al correo. La leyó mientras caminábamos y así se enteró de la muerte de su abuela Lipa, 21 días después de ocurrida. La vi llorar a mares, sin un hombro en el que apoyarse. A pesar de ello, los hijos seguimos recibiendo sus atenciones.

También la vi doblarse de dolor por la muerte de su padre, años después, y salir adelante.

Conoció a Horacio, un hombre al que puso el sobrenombre de Cati, e inició una vida con él. Si fue feliz en ese matrimonio, lo dudo. Para mí fue una etapa difícil, una adolescencia arruinada; no hablaré aquí sobre eso.

Más adelante las cosas cambiaron, ella y su esposo estuvieron para mí. Apoyaron en su enfermedad a Karlo, mi primer esposo y papá de mi hija Ale. Sin ella yo no hubiera podido luchar esos 4 años por su vida. La muerte de Karlo fue dolorosa para mí madre pues lo quería como a un hijo, pero también le dolía yo.

Cuando fue su propio hijo quien enfermó de Cáncer, ella dejó media vida en la lucha por salvarlo, pero Dios se lo llevó. Sufrió tanto que no le quedó más que resurgir con fortaleza y amor para todos.

Llegó a ser mujer fuerte tanto física como emocionalmente, siempre brindando palabras de apoyo y consuelo para propios y extraños; siempre al servicio de todos, haciendo buenas obras, sintiendo en carne propia el dolor ajeno.

Derramó tanto amor sobre sus hijos y nietos que hoy creo que fue irreal el que yo haya tenido una madre como ella.

En mis 47 años nunca la vi en una cama, así tuviera fiebre o algún otro malestar.

Nunca creí que el virus atacaría a mi mamá; a ella no, una persona fuerte y sana. Si incluso hacíamos bromas sobre ello en los desayunos dominicales donde su mesa estaba repleta de las comidas más ricas que compartía con nosotros.

Domingo 5 de julio del 2020, un día antes de mi cumpleaños. Ella no quería hospitalizarse, aseguraba que estaba bien, que era algo pasajero. La tomografía indicaba neumonía severa y agrandamiento de órganos; los valores de laboratorio disparados y su oxigenación en descenso.

Cuando la entregué en la puerta de urgencias me dijo, entre la imparable tos seca, que su único pesar éramos mis 3 hijos y yo, solos y a punto de mudarnos de ciudad.

Estuvo 15 días en el hospital; los primeros 6, consciente y con mascarilla de oxígeno. En la video llamada diaria aseguraba que era una guerrera y que nos amaba a todos. Después la intubaron y la vida fue yéndosele poco a poco. Regresó con Dios ayer, 19 de julio del 2020 a las 6.30 am.

No.

No es justo Dios.

No es justo que haya muerto así.

Mi madre merecía vivir hasta una edad avanzada, como su madre y su abuela. Llegar a ser una ancianita muy mayor. Morir en paz en su propia cama rodeada de la gente que la amaba. Nunca fue más débil que yo. Siempre fue mi soporte, mi brazo fuerte, mi gravedad en la tierra. ¿A que podía yo temer si la tenía a ella? Pudieron haber llegado 200 seres malvados a hacerme daño y no me tocarían un cabello.

No es justo.

Sus últimos días sola en un hospital, sin poder respirar; entre enfermeras y médicos vestidos como astronautas y mascarilla antigases en la cara.

Cuando fui a recibir la noticia, ya lo sabía. Pedí tanto esos 15 días. Me obligué a comer un poco y dormir otro poco para cuidarla cuando saliera. Nadie merece morir así. Entregaron su cuerpo que ya no vimos, según el protocolo. Seguimos algunos autos a esa triste carrosa que no para en estos días. Entramos solo 5 personas al panteón: Cati, Ernesto, Ale, Ernestito y yo. Decían que tenía que ser rápido por la causa de muerte.

Todo rápido. Sin gloria. Sin un homenaje.

Mientras metían la caja metálica gris a una fea bóveda en el 4o piso, yo solo pensaba: ¿Por qué así Dios? ¿Por qué así?

¿Cómo una persona de luz puede recibir esto?

En el pueblo, los que mueren son velados y enterrados con honores; se les prepara de acuerdo a costumbres ancestrales; hay música, flores y rezos. ¡Un día haremos todo eso!

Solo quien ha perdido a su madre conoce este dolor tan grande.

Mi madre era luz para muchos y estoy segura que no existe una sola persona en el mundo que pueda decir lo contrario.

47 años al lado de una mujer así jamás serán suficientes.

Un señor se acercó con su guitarra a cantar al pie de la bóveda. ¡Hay que morir, para vivir!

Te prometo madre, que voy a ser feliz. Es lo menos que puedo hacer. Pero no hoy. No en muchos días. Hay mucho que llorar.

Adriloch



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En el texto hay: misterio, amor, drama -romance

Editado: 28.04.2024

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