Los depredadores sexuales están escondidos por todas partes. No siempre están afuera, pueden tener disfraz de papá, tío, hermano o amigo. Nunca aceptarán la culpa ni darán la cara aunque sean descubiertos. Acechan a sus presas esperando el mínimo descuido. Se alimentan de nuestra confianza y falta de cuidado. Están muertos por dentro, por eso no existe nada que los detenga, ni siquiera el miedo a ser castigados; no respetan lazos familiares o emocionales. Alguna vez también fueron presa, más tarde siguieron el mismo camino ocasionando un ciclo infinito. Tienen personas que los solapan, usualmente alguien que los quiere, protege en exceso y se autoimpone una venda aunque sospeche o sepa la verdad. El daño físico no se compara con las graves consecuencias emocionales y permanentes en sus víctimas. Por desgracia seguirán ahí y la cadena nunca terminará.
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