Recorro paso a paso esta tierra que es la misma que estuvo en los pies de mi madre, mi abuelo, mi bisabuela, los padres y abuelos de ellos y muchas generaciones pasadas. Todos llevamos dentro un pedazo del lugar donde nacimos, un vínculo que no se rompe aunque nos maravillen otras ciudades o países.
Me contaba mi mamá que nos fuimos de aquí cuando yo tenía 3 años. Cuando niños, solía traernos de vacaciones. De adolescente regresé varias veces por mi cuenta y en mi mente quedaron grabados los olores, el sonido de las carretas temprano, el río con su fuerte corriente. Cómo olvidar esos desayunos con atole, frijolitos con queso y crema, totopos o tamalitos de elote. Este es un lugar donde todo es diferente, Santo Domingo Ingenio, Oaxaca; zona zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Aún hoy día se escucha la voz de la tía Rosalba que resuena en medio del pueblo anunciando las ventas de pan, garnachas, tostadas y otros productos.
Llegar a una casa y que de inmediato te pregunten: ¿Cuándo llegaste mija? ¿Cuándo te vas mija? Que manden al niño más pequeño a comprar refrescos para las visitas y te ofrezcan de comer.
¡Qué bonitos se sienten los abrazos de esas tías cariñosas con las manos marcadas por una vida de trabajo duro y escuchar!: ¡Qué guapa tú, Xhunca!
Aquí casi todos se conocen. Todos trabajan duro. Los niños desde pequeños se forjan para ser hombres y mujeres de bien.
Mis tres hijos están fascinados. Mi hijo, (el Xhunco), se olvidó del Nintendo. Después de 8 horas de estudio conectado frente a una computadora, corre con sus primos al río, cuya agua está helada en esta época; se va remojando poco a poco y se entretiene aventando y haciendo saltar piedras en la corriente mientras una de sus hermanas recoge otras tantas de diferentes formas, texturas y colores.
Más tarde, cuando a regañadientes aceptan salir del agua, recorremos el pueblo en bicicleta; nos internamos en los campos y vemos un cementerio muy antiguo, abandonado, con las tumbas invadidas por ramas y monte; son sepulcros olvidados desde la época en que mi madre era pequeña. Ella contaba que en una ocasión, con sus primas, encontraron una trenza caída de una tumba de las que se fue llevando el río por estar a sus orillas.
Luego vemos una casita abandonada y asumimos que es de una bruja que en las noches salía convertida en cerdo (la cuchi enfrenada).
Nos encontramos con vacas, borregos, perros y bueyes; saludamos a las personas que regresan de su jornada.
Al caer la noche nos sentamos a platicar y bromear con un nutrido grupo de niños y niñas de la edad de mis hijos; son chicos que a diario conviven en un parquecito disfrutando con los juegos de antes mezclados con tik tok y YouTube. Inicialmente me sorprendía la facilidad con la que dicen palabras groseras, principalmente la que empieza con "v", que es la más habitual. Aun así no dejan de ser sanos e inocentes.
Ninguno quiere irse pero son respetuosos con los horarios que les marcan sus padres.
Más tarde, mis hijos y sus primos juegan Monopoly hasta que de plano tengo qué amenazarlos para que duerman.
Esas idas a Juchitán, pasando por La Venta y La Ventosa, donde antes no existían los parques eólicos llenos de "ventiladores gigantes" que ahora se ven por montones. El colorido de Tehuantepec y el hermoso mar de Salina Cruz. Qué bonito es todo.
Podría seguir hablando de todo lo que observo y disfruto y no acabaría.
Aquí las estrellas se ven más cerca por la altura y suelo pedirles que lleven mensajes mientras tomo un café en el rico frío de la noche.
Estar aquí es una caricia para el alma. Las palabras Starbucks y Carl's Jr. ni siquiera existen.
No tengo prisa por volver.
Lo más importante es que la siento a ella por todos lados.
Gracias Dios por todo y por tanto.
Adriloch