La palabra MADRE es corta pero abarca mucho. Es sinónimo de amor incondicional, entrega y protección. Nadie puede ser indiferente a ella porque es la base de la existencia, el inicio de todo.
Es admirable la fuerza, antes desconocida, que surge de la mujer cuando da vida. Conozco madres que, con la herida abierta, se levantaron a atender a los suyos; otras debieron tragar sus lágrimas cuando la vida las golpeó.
Ellas tienen sus propios dolores, errores y fracasos pero deben actuar como si todo estuviera bien ya que no pueden darse el lujo de ser débiles.
Toda madre desea vivir suficiente. Algunas cerraron sus ojos con el dolor de dejar niños desamparados. Otras se parten en dos para criar solas. Hay quien se hinca para rogar por la salud. Las más valientes, quienes perdieron un hijo, hacen un esfuerzo sobrehumano para continuar con media alma.
Una madre aguanta críticas. Cuando el niño se lastima, saca malas notas o comete errores, es común escuchar: ¿En dónde estaba la mamá? ¿Por qué lo descuidó? ¿Acaso no saben que el dolor de un hijo duele más que el propio?
El amor de madre es el más puro, pareciera que nunca se cansan de dar; bendito es quien aún la tiene.
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