No acumulo pertenencias, prefiero acumular kilómetros, a veces sobre ruedas, otras andando. Escojo mis zapatos deportivos resistentes y todoterreno. Ese par de objetos gastados podrían contar historias pues han sido testigos de amaneceres, puestas de sol, alegrías y melancolía.
No hay mejor manera de conocer un lugar que recorrerlo a pie, así se haya llegado en auto. Me resulta difícil de explicar la sensación que invade mis sentidos con cada paso. Mis ojos registran todo a su alrededor, mis oídos captan el menor sonido, pero lo mejor de lo mejor es cuando cierro los ojos y olfateo. Cada lugar huele diferente y alimenta mi base de datos de recuerdos que los asocia con lluvia, fábricas, arena, agua de mar y de río, lodo, vacas, manglar, piedras, pescado, pinos, árboles, basura, monte, aguas negras, animales muertos, materia fecal, navidad, etc. Por supuesto, no todo lo que veo, oigo y huelo es agradable pues el mundo no es el país de las maravillas. Para cada cosa existe un opuesto: blanco y negro, bondad y maldad, bonito y feo, amor y odio.
En ese transitar, tomo fotos y grabo videos de lo que llama mi atención. He visto situaciones, espacios, o personas desconocidas. Cierta vez, con ayuda de mi teléfono, serví de guía a una señora hasta una fábrica en donde le harían una entrevista de trabajo; en ese lapso de no más de 15 minutos, me contó que acababa de quedar viuda, tenía tres hijos y debía mantenerlos. En otra ocasión, gracias a mis reflejos, evité que una anciana cayera de bruces al tropezar. No sé cómo le hice. ¿De dónde saqué esa rapidez y fuerza? ¡Sabrá Dios!
Hace poco, un niño pequeño se perdió de su mamá; lo tomé de la mano, sequé sus lágrimas y le pedí que nos dirigiéramos hasta el último sitio donde había estado con ella, por fortuna la encontramos. Aunque mis hijos piensan que soy metiche, yo tengo otra teoría: son almas con las que he coincidido en un plano intermedio pero en éste no nos reconocemos.
A mi paso acaricio gatos y perros, almas nobles e inocentes que si puedo, alimento.
Me desagrada ver basura en las calles, bardas y casas grafiteadas. En una conocida avenida, alguien tiró una gallina negra muerta junto con otros menjurjes; no pude evitar pensar que el brujo debería usar la magia sobre sí mismo para obtener educación y colocar los desperdicios en su lugar. También considero que quienes garabatean los espacios, deberían mejor invertir en pintura blanca para cubrir semejante contaminación visual. En esos momentos me gustaría tener una varita mágica para meter un poco de consciencia en sus cerebros.
Esas idas a explorar me hacen sentir conectada al planeta, a mi país y a la gente. No digo más, comparto unas pocas imágenes de lo feo y bello de la colección que llamo “México Mágico”.
Adriloch