Lucas llegó a su nueva casa en las afueras de Castellón después de clase. Había sido una mudanza rápida, y todavía no se acostumbraba al viejo chalet que su padre había comprado a precio de ganga. Tiró la mochila en el sofá y se dirigió a la cocina en busca de algo frío para beber.
Ahí estaba ella.
Una chica joven, vestida con unos vaqueros y una camiseta blanca, apoyada en la encimera con gesto despreocupado.
—Hola, debes ser Lucas. Me llamo María.
Lucas frunció el ceño. Su padre le había mencionado que la casa necesitaba limpieza, pero ¿desde cuándo habían contratado a alguien?
—¿Quieres agua? —preguntó María, abriendo la nevera.
Lucas asintió sin decir nada y se sentó a la mesa con su portátil. Tenía que terminar un informe sobre su lectura de “La casa a oscuras”, una novela de terror que había estado devorando los últimos días. María le tendió un vaso de agua y lo observó con curiosidad.
—¿Qué lees?
Lucas suspiró. No le apetecía hablar, pero algo en la chica lo ponía nervioso.
—Un libro sobre una casa embrujada —respondió sin levantar la mirada.
María sonrió.
—Yo también lo leí en el instituto. Aunque nunca me han gustado las historias de fantasmas. Espero que tú tampoco creas en ellos. Me imagino que ya habrás oído los rumores sobre esta casa.
Lucas chasqueó la lengua.
—Claro que sí. Y no me importa. A diferencia de mi padre, yo no creo en lo sobrenatural.
El ambiente se tornó más tenso. Lucas cerró el portátil y se levantó.
—Si de verdad trabajas aquí, ¿podrías encargarte de limpiar todo este desastre? Hay cajas sin desempacar y los muebles de los antiguos dueños siguen acumulando polvo.
María asintió con una sonrisa y se dirigió a la sala. Lucas se encerró en su habitación, exhausto. Ni siquiera pudo evitar quedarse dormido.
Entre sueños, escuchó la voz de María despidiéndose desde la puerta.
Horas más tarde, su padre regresó. Mientras cenaban, Lucas mencionó la nueva empleada doméstica.
—Papá, hoy conocí a María. Parece simpática.
El padre de Lucas se quedó helado.
—Hijo, ¿de qué hablas? No hemos contratado a nadie.
Lucas sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Pero yo la vi. Estaba aquí…
El silencio inundó la casa. Afuera, el viento soplaba fuerte entre los naranjos.
—Empaca tus cosas. Nos vamos esta misma noche —dijo su padre, con los ojos llenos de temor.
Lucas miró hacia la sala. Las cajas seguían intactas. Ninguna había sido desempacada.
