Mis Queridos Fantasmas. Relatos de Ultratumba.

LA CASA DE LA CALLE OLIVAR

Javier Sáez, periodista de Madrid Actual, un medio digital especializado en sucesos virales y fenómenos extraños, ya había cubierto historias bastante surrealistas: una figura que aparecía en una cámara de tráfico, una secta vegana en Chamberí, y hasta un gato que "predecía" resultados del fútbol. Pero nada, absolutamente nada, como lo que ocurrió en la calle del Olivar.

Todo comenzó a circular por redes a finales de 2023. Una antigua casa abandonada en Lavapiés, tapiada desde hace años, empezó a ser protagonista de vídeos en TikTok y Twitter. Se veían sombras, ruidos sin explicación, puertas que se abrían solas. Algunos juran haber visto luces extrañas por las ventanas, aunque no tenía electricidad. Los vecinos decían que la casa estaba “maldita”, que una familia entera había vivido allí y desaparecido uno por uno. El último fue una anciana que salió una noche y nunca volvió. Los rumores hablaban de asesinatos, pero no había pruebas. Solo ecos.

Una mañana de enero, el jefe de redacción, Andrés, le escribió a Javier por WhatsApp:
“¿Te atreves a pasar la noche en la casa del Olivar? Si sale algo guapo, haz directo y escribe dos piezas. Bonus si se vuelve viral. 😉”

Javier dudó unos minutos. Luego pensó en su alquiler en Lavapiés y respondió:
“Hecho.”

Esa noche, tras avisar discretamente a una patrulla de policía local —por si la cosa se iba de madre—, se coló por una ventana rota de la planta baja. Llevaba una linterna, una batería portátil, su móvil con modo nocturno y una cámara pequeña de acción. La casa olía a moho, a tiempo detenido. Techos altos, muebles cubiertos con sábanas, paredes desconchadas. Se instaló en un viejo sofá con una manta térmica y empezó a grabar en silencio.

Fuera, como todas las noches desde que se viralizó la historia, un grupo de curiosos se reunía en la acera. Algunos hacían directos para TikTok, otros simplemente miraban con cervezas en mano. Nadie sabía que Javier estaba dentro.

Poco a poco, la calle se fue quedando en silencio. Desde el salón, Javier veía la luz anaranjada de una farola filtrarse por la persiana medio rota. Y entonces lo notó: una figura cruzó la calle, se acercó a la casa. Subió los escalones del porche. Sin que nadie la tocara, la puerta del recibidor se abrió de golpe y se cerró sola.

Javier contuvo el aliento. Las pisadas comenzaron a sonar en el pasillo, luego en las escaleras. Agarró el spray de defensa personal que llevaba desde una cobertura en Vallecas y subió. En la planta de arriba, una habitación estaba vacía. Pero algo se movió en la siguiente.

Entró con cuidado. Tropezó. Miró hacia abajo y tocó lo que parecía una cabeza. ¿Un muñeco? ¿Un maniquí? No, era pesada. Demasiado real. La levantó por el pelo, con las manos temblorosas, y se acercó a la ventana. La miró a la luz. Los ojos parecían... humanos.

En ese momento, la puerta del recibidor empezó a abrirse y cerrarse con violencia. Gritos. Voces. Una avalancha de gente entró en la casa. No eran los de fuera. Era otra gente. Ropas antiguas, rostros desencajados, risas siniestras. Uno agarró la cabeza de las manos de Javier y la tiró al suelo. Todos empezaron a patearla, a reír, a bailar alrededor de ella. Era como una fiesta macabra. Gritaban cosas sin sentido, coreaban canciones que sonaban como cánticos antiguos. La cabeza rodaba por el suelo como un balón maldito.

Finalmente, salió disparada hacia el pasillo, y la multitud corrió tras ella. La puerta principal se cerró con un estruendo.

Y el silencio volvió.

Javier bajó con lentitud. La batería del móvil estaba en rojo. No recordaba haber dejado de grabar, pero el vídeo estaba cortado. Salió por la misma ventana por la que había entrado. La calle estaba vacía, las farolas aún encendidas, el cielo empezando a aclarar.

Caminó hasta la redacción. Eran las seis de la mañana. El jefe dormía en su despacho, con la pantalla del portátil aún encendida. Javier entró y lo despertó con un toque en el hombro.

—Vengo de la casa del Olivar —dijo con voz calmada.

Andrés abrió los ojos con dificultad.

—¿Javi...? Hostia, ¿eres tú?

—Claro. ¿Quién si no?

—¿Y pasó algo interesante?

Javier lo pensó durante un segundo. Luego sonrió, con esa extraña serenidad que dan ciertas verdades que nadie puede explicar.

—Nada en absoluto.



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En el texto hay: fantasma, suspenso, terror

Editado: 30.12.2025

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