Mis tías Ana y Eva

1: ¡Con el cuerpo caliente!

Mi padre no llevaba luto, pero es que tampoco quería pasar a la sala. Mi novio y hermanastro, Bruno, y yo, habíamos hecho los preparativos con la funeraria porque Jon, mi padre, estaba en shock desde que Irene, su mujer, y madre de Bruno, falleció.
La primera que acudió al velatorio fue Lidia, mi madre. Siempre fue la mejor amiga de Jon. Cuando estaban casados, eran amigos, nunca les vi darse un beso fugaz, ni quedarse embobados el uno con el otro, ni gestos románticos. Y por eso, cuando yo cumplí los 12, me dijeron que se iban a divorciar.
No me pareció extraño, ni exagerado, ni siquiera dramático.
Eran dos amigos que se llevaban genial y que tuvieron una hija juntos, es decir, yo.
Por cierto, me llamo Sabrina, por Audrey Hepburn y Julia Ormond. Porque mis padres se conocieron en la sala de cine cuando acudieron solos para ver la película de 1996. Mi madre quería ver a Harrison Ford y mi padre siempre fue fan de los remakes románticos.
Pero yo no soy la persona más importante en esta historia. ¿O sí? No lo sé, yo solo estoy narrando lo que ocurrió en el velatorio de Irene y lo que pasó después.
Lidia, mi madre, intentó hablar con los empleados del tanatorio, que se negaban a hablar con ella y se empeñaban en hablar con el viudo, el afligido Jon, mi padre.
Empezamos mal porque Bruno estaba trabajando en la empresa de Irene, su madre, y se había encontrado de repente con pedidos sin organizar y envíos sin hacer porque su madre había ingresado en el hospital y no salió con vida.
¿Quién respondería ante las visitas del velatorio?
¿El viudo? Jon estaba llorando todo el tiempo.
¿El hijo? Estaba arreglando el lío que le había dejado su madre al fallecer.
¿Yo? Hubiera sido una buena opción si no fuera porque soy bajita, tímida, torpe y excesivamente directa al hablar; tanto que la gente se asustaba al hablar conmigo, todos menos Jon y Lidia, por ser mis padres, E Irene y Bruno, por convivir conmigo.
Llamé a Bruno para preguntarle si podría acercarse, aunque fuera un poquito, y se negó en rotundo porque la oficina de Irene estaba hecha un desastre.
Así que solo pude llamar a Lidia para que hablara con los empleados.
Llegaron tres de los clientes fijos de la empresa de transporte urgente. Acudieron juntos en amor y compañía, como si formaran un extraño trío de comerciantes varoniles y algo gais.
Con ellos acudieron sus mujeres, y daba la sensación de que ellas también se llevaban excesivamente bien, tú ya me entiendes.
Lidia recibió entonces la llamada de su hermana, mi tía Eva. Eva es soprano profesional y le encantan las figuras de porcelana de cachorros de gato; principalmente porque es alérgica.
Al colgar, le llamó inmediatamente Ana, su otra hermana.
Mi tía Ana es más tranquila en cuanto a improvisación, pero su carácter ácido la hace parecer una bomba de relojería a punto de estallar. Algo que como pintora le viene genial.
Bruno me fue actualizando sus progresos cada media hora más o menos, y fue ese margen de tiempo el que tardaron en llegar mis tías mellizas Ana y Eva.
Ambas hermanas llevaban ropa negra ajustada y provocadora, con un maquillaje ostentoso que daba de todo menos el pésame.
Se extrañaron en que Lidia, su hermana mayor, siguiera en el tanatorio. ¡Como que se iba a ir, estando su mejor amigo como estaba de hundido!
—Lidia, querida hermana, ¿No tienes unos perros que rescatar por algún sitio? —Ana fue a la yugular, cuál lobo en una cacería.
—Ana, no seas cruel con Lidia, seguro que los cazadores se apiadarán de Jon y hoy no sacrificarán ningún galgo. —Eva iba por el mismo camino.
Como no tuvieron donde rascar, lo intentaron acercándose a mí.
—Sabrina, cariño, lo sentimos de veras. —Mi tía Eva se acercó y ni me rozó simulando un par de besos al aire.
—Esperamos sinceramente que Jon se recupere —Ana siempre se escondía peor—, mejor pronto que tarde.
—Mi padre siempre amó a Irene.
Mira, ya estaba harta de que me tomarán por el último mono en cuanto a decisiones, pero que mis tías Ana y Eva acudieran con ese descaro; preocupándose solo por mi padre, aun con el cuerpo de Irene caliente en el interior de la sala; me acabó por sacar de mis casillas.




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