Mis tres amores

Capítulo 1: Un encuentro inesperado

 

Era diferente al resto. Nunca me importó mucho lo que pensaran los demás, irreverente por naturaleza, rebelde sin causa y a veces con causa. Mi abuelita decía que había algo especial en mí, en mi naturaleza, que hacía a las personas seguirme, como las luciérnagas siguen la luz. Los niños en su inocencia creen lo que el adulto les dice, creen en el Ratón 
Pérez y en Papá Noel, en los Reyes Magos y en el Coco; por eso hay que tener cuidado con las palabras que les decimos a los niños. Yo creía lo que mi abuela decía, me sentía única, especial y en cierto modo lo era, para ella yo era todo lo real que existía, la vida misma. ¡Cómo la extraño!, aún más sentirme así de especial en los ojos de alguien.

Año 2008, otros tiempos, otra gente, otra forma de ser y de querer.

Secundaria Básica, a mi criterio la peor de las etapas por las que puede pasar un ser humano. Adolescencia, complejos, baja autoestima, guerra con las madres y los padres, solo importaba el grupo. El grupo te definía.

Yo tenía una vida bastante ordinaria, criada sola con mi mamá, aprietos para llegar a fin de mes, papá ausente desde tiempos inmemorables, ya les había dicho que era una existencia común.

Una tarde a la salida de un turno de matemática de noveno grado, cansada y sin entender muy bien lo que era representar una función en un gráfico, fui a estudiar a casa de un amigo de la escuela. Desesperados por llegar a casa de Roli para tomarnos la limonada 
que preparaba su mamá, con limón de verdad caballero nada de invento de cajitas; íbamos mirando al piso cuando de momento enfoqué en un muro que había medio destruido en la esquina de su casa.
Ahí sentado estaba él. Con un short de nylon de los de antes de colorines y sin camisa, creo que descalzo también, no recuerdo bien esos detalles. Me quedé tonta de remate y mi amigo el Roli que se percató me dijo:
-Desmaya eso que ese chiquito es lo peor que tiene este barrio.
- ¿Qué cosa niño? ¿Qué estás hablando? Dale que tengo tremenda sed.
Le dije para disimular el tembleque que tenía por dentro al darme cuenta que no fui yo la única en quedarse mirando.
Nunca entendí lo que era una función lineal, no había lógica que entrara en mi cabeza porque la tenía nublada con aquella imagen. Ese rubio mirándome fijo con una sombra en la cara y fama de desastroso.
Terminando el estudio, recogí mis cosas, me despedí y desde la puerta Roli me dijo con cara de risa:
-Oye, derechito para la casa.
-Shh. Tú como siempre, viendo fantasmas.
Le contesté nerviosa.
Salí disparada para la calle, pero, a mí pesar, no había nadie en el muro y en toda la cuadra había un silencio sepulcral.
Sin poder esconder la decepción, me puse a caminar rumbo a mi casa y cuál fue mi sorpresa cuando en la otra cuadra sentí que me llamaban.
-Pss. Pss. Niña.
Frené en seco. Era una señora mayor en un portal. Me acerqué a la reja y le pregunté con la mano si era a mí a quien llamaba.
Asintió con la cabeza.
-Sí, sí, a ti misma. 
-Dígame.
Le pregunté. Y la abuela ni corta ni perezosa me dijo:
-Es que aquí mi nieto dice que tú vas a ser novia de él.
Mientras señalaba para un costado donde estaba, más muerto que vivo, el rubio más lindo que había visto en mi vida.
Me morí, subí al cielo, bajé y me volví a morir.
Pero como siempre fui muy orgullosa y primero muerta que sencilla le dije:
-Pues muy fresco su nieto porque él no me conoce de ningún lado. Hasta luego.

Viré mi espalda y me puse a caminar. Escuché que el rubio le dijo a la abuela en tono de reproche:
-Coño vieja tú siempre estás en lo mismo. No se te puede decir nada.

Me sonreí y seguí mi camino.
Esa noche no pude dormir. Cuando aquello mi mamá y yo compartíamos la misma cama y a la quinta vez que di un brinco en la almohada, me amenazó con mandarme para el sofá.

Esa semana transcurrió sin penas ni glorias. Español, matemáticas, historia, chismes de pasillo, bateo en la casa por regada o por vaga o porque me tocaba por la libreta. A los quince días del incidente Sergito, otro muchacho del aula, me dijo que un vecino suyo estaba interesado en mí, un rubiecito me dijo él. Cómo yo no sabía por dónde vivía Sergito, no até los cabos y no le di importancia. Pero Sergito empezó a ponerse intenso con el tema y me pidió el teléfono de la casa más de 10 veces. Ya me tenía un poco molesta y le pregunté: 
- ¿A ver chico quién es el vecino ese tuyo que dice que me conoce si yo nunca he ido a tu casa?
-Mija él no te conoce, pero te vio con el Roli el otro día y sabe que él y yo somos consortes ¿Me entiendes? Lo que él no talla con el Roli y me habló a mí.
Un cubo de agua fría, otro de agua caliente.
-Mija ¿me vas a dar el número o no? Dale para anotarme unos puntos que ese chamaco es elegante y la hermana está durísima, a lo mejor le doy tu número y me tira el cabo con ella.
-Bueno está bien, pero fíjate que lo hago para ayudarte que yo no le doy mi número a nadie. 
Le dije yo con el alma afuera del cuerpo. Todavía no sé cómo él no se dio cuenta, 
pero bueno muchachón al fin, que sabía Sergito de lo que estaba pasando por la mente de una muchacha.

A partir de ese día me mudé para el costado del teléfono ¡Qué tiempos caballero! Que adrenalina cada vez que sonaba ese aparato y que decepción cada vez que una tía o una prima salía al otro lado de la línea.
Pasaron los días y nada. Ya se me estaba olvidando el rubio.
Un día saliendo de la escuela fui a tomarme un frozen, cuando todavía costaban un peso cubano y, ¿qué creen? Ahí estaba él. Frené en seco con el helado en la mano, más fría yo que el mismísimo frozen.
-Hola.
Me saludó. Yo seguía muda.
-Sergito me dio tu número, pero me fui para la costa y lo tenía en el bolsillo del short, me tiré de cabeza y se me mojó el papel. Llevo una semana atrás de él para que me lo vuelva a resolver, pero me dijo que, por gusto, que todavía no sabe ni cómo te lo pidió la primera vez.
-Alabao, tremenda mala fama tengo.
Fue lo que se me ocurrió decir.
-Mala fama no, pero fama de difícil sí.
La cara me ardía de lo colorada que estaba.
-Yo me llamo Marcos, mucho gusto.
Y me tendió la mano. Le di la mía nerviosa.
-Evelyn, con y griega no con i latina.
- ¿Eh?
Me di cuenta que no sabía distinguir una de otra y de que yo estaba hablando boberías.
-Nada, que me llamo Evelyn.
Le di la mano y les juro que sentí electricidad, él también lo sintió por la forma en la que me miró.
Nos quedamos así por una eternidad que duró menos de tres segundos.
- ¿Me puedes dar tu número de nuevo?
Me dice.




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