Mis tres amores

Capítulo 2: El primer beso

Viernes, 6 PM. Recibí la llamada que cambiaría mi vida para siempre.
Estuvimos conversando cerca de dos horas, creo que nunca había hablado tanto con nadie. 
Supe que vivía con su mamá y su hermana, su abuelo y la señora soplona del portal, su abuela.
Me encantó su voz, tenía 19 años acabados de cumplir.
De esa conversación recuerdo que yo solo sonreía como tonta al otro lado del auricular y que él hablaba mucho más que todos los muchachos con los que había conversado en mi vida.
Quedamos en vernos al día siguiente en un parque que quedaba cerca de mi escuela. Yo todos los sábados repasaba Matemáticas e Historia de Cuba, para las pruebas de ingreso de la Lenin, así que nos veríamos después del mediodía al terminar las dos clases. Llegué muerta del hambre y del sueño, porque no había dormido nada soñando con él, no había entendido nada en las clases pensando en lo que le iba decir y no había comido nada desde el día anterior.

Él estaba sentado en el respaldo de un banco del parque, con los pies apoyados en la parte de sentarse. "Este niño es medio salvaje", fue lo primero que pensé.
Cuando me vio dio un brinco y caminó hasta mí.
- ¿Cómo te fue en las clases?
-Ah súper bien.
Mentí.
No podía admitir que mi mamá había botado 2 CUC porque su hija andaba en las nubes.
-Mira te traje un dulce, a esta hora seguro tienes hambre.
Me dijo y me regresó el alma al cuerpo.
-Gracias.
Le dije y me comí el dulce lo más despacio que pude. Una tartaleta de guayaba, mi dulce preferido. El muchacho prometía. Después me percaté que no le había ni brindado, que mala educación por Dios.
Me sentía un poco incómoda porque mientras comía, él no paraba de mirarme la boca.
-¿Tú vives lejos de aquí?
Me preguntó.
-Bastante cerca la verdad. Casi somos vecinos.

Me contó que había terminado el Servicio Militar y que luego iría a estudiar informática a la UCI. Ya sabía que mis planes eran coger la Lenin al terminar noveno grado. Todo aquello parecía muy lejano. Estábamos en marzo y lo que pasaría en septiembre era parte de otra vida, no de la nuestra. Solo existía marzo y aquel viernes en ese banco del parque.

Cuando miré el reloj eran las 5 de la tarde.
-Dioss. ¡Me van a matar!
Se me escapó.
- ¿Te puedo llevar a tu casa?
Me preguntó.
- A ver no creo que sea lo mejor. Mi mamá ya llegó del trabajo y me va a preguntar quién eres tú.
-Eso no tiene problema. Le dices que soy Marcos, el que va a ser el padre de sus nietos. 
Lo miré a los ojos. Ahí comprendí que estaba perdida. Azules con una chispa dorada en el ojo derecho. Todo él era un cliché que hasta mi inexperta cabeza de 15 años sabía que era demasiado para mí. Tenía una señal de peligro en la frente, yo la vi, pero no me importó. El juego había empezado y yo quería seguir.

Creo que me leyó el pensamiento porque me agarró por la cintura, me acerco a él y me plantó un beso en los labios.
No era mi primer beso, pero fue MI PRIMER BESO ¿Me explico? Borró todos los anteriores, me provocó una amnesia transitoria en la que se me olvidó hasta mi nombre.
-Y entonces, ¿te llevo?
Cómo decirle que no.
-Vamos, pero te advierto, mi mamá es súper seria y no te la va a poner fácil.
- Me imagino, por eso eres así. Hija de gata caza ratón.
Me cogió la mano como si toda la vida hubiéramos caminado así, uno al lado del otro. 
Llegamos a mi casa y ya estaba la pantera merodeando por el portal, pero sin miedo al éxito abrí la reja y entré.
-Espérame aquí por favor.
Le dije cerrando la puerta en la cara.
-Mami, allá afuera hay un muchacho, nos estamos conociendo y quiso acompañarme hasta la casa. Está bonito mamá, súper súper bonito, no estoy exagerando deja que tú lo veas. No te rías ni nada. Ponte seria y haz tu mejor papel de madre pesada.
Siempre le tuve un poco de envidia sana a mis amigas que vivían con sus padres. A mí nunca me faltó de nada, mucho menos cariño, pero sí echaba en falta esa presencia paterna en mi vida. Sobre todo, en momentos como esos, en los que presentaba a algún muchacho, mi niña interior anhelaba un padre intimidador del tipo "Si le tocas un pelo a mi hija te 
hago tiritas".

Pero nada, la pantera nunca me defraudaba y los enamorados le cogían un miedo que después pasaba a ser respeto y terminaba siendo cariño. Porque mi mamá es así, una dura, 
una guerrera. Nunca le ha hecho falta un hombre al lado para intimidar a nadie.

-Buenas tardes.
Lo saludó.
- Buenas señora. Yo soy Marcos.
Yo lo miré de reojo. ¿Ya no eres el padre de sus nietos? Le quise preguntar.
-Lucy. La mamá de Evelyn. Pasa ven.
Entramos. Lo sentamos en el sillón del interrogatorio y ahí comenzó la tortura. Quién eres, qué edad tienes, dónde vives, con quién vives, a qué te dedicas y dime si estudias porque mi hija no puede estar con nadie que no esté estudiando. Le preguntó hasta si era alérgico a algo.
Cuando se dio por satisfecha, se levantó y se fue a preparar un jugo a la cocina o a refrescar la lengua que la debía tener roja de tanto preguntar.
Lo miré y estaba un poco incómodo. Figúrate un cuéntame tu vida en 10 minutos.
-Te dije que ella era así.
Fue mi excusa.
-Tranquila. Aquí no hay miedo, que todo sea por una buena causa.
Miró el reloj.
-Me voy a tener que ir. Quedé con mi abuelo en ayudarlo a arreglar el carro. Pero mañana quisiera verte.
Mensaje subliminal. Tienen carro en la familia. Esto se pone cada vez peor. En mi mente yo iba haciendo un recuento de todas las cosas peligrosas de este muchacho: lindo con mayúsculas, simpático, iba a ser universitario, con carro. En fin, sal de ahí muchacha. 
Pero no, yo de cabeza para arriba del problema.
-Mañana estoy libre. Nos podemos ver. Le dije.
- ¿Te puedo pasar a buscar a las 10 y damos una vuelta?
-Perfecto.
Lo acompañé a la puerta y le di un besito en la cara porque tampoco estaba para 
complicarme delante de mi mamá.
Cuando entré nada más me dijo:
-Tú procura dormir tranquila hoy que mañana tengo que trabajar.
-Ay vieja eso no va a ser posible.




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