Está historia trata sobre mis tres amores, los que han marcado mi vida hasta el momento, dejando huellas profundas convertidas hoy en relatos.
Los tres años que pasé en el preuniversitario Lenin, fueron lo máximo la verdad.
Experiencias interminables, que darían para contar 5 libros de cuentos. Pero no es el objetivo de esta historia porque no existió allí un solo amor para la posteridad.
Razones hay muchas.
Número uno, la Evelyn que entró por las puertas de la gran casa azul, como le decimos los que hoy somos egresados de la escuela Lenin, venía forrada de una coraza difícil de penetrar, no quería volver a caer tan rápido en las trampas del amor.
Número dos, seguía enamorada hasta las trancas de Marcos, eso convertía al resto de la población masculina en polvo, humo.
Y número tres, la vida allí fue muy dinámica, no había tiempo libre para casi nada. Gente nueva, clases nuevas, día y noche estudiando.
Algún que otro romance tuve. Unos más intensos que otros. No creo haber dejado un lindo recuerdo en ellos la verdad, es una realidad que cuando uno está en modo avión en el tema relaciones, las personas se conectan más que nunca con uno. Pero no le di mucha importancia a ese tema.
De vez en cuando pasaba por casa de Marcos a ver a los abuelos. Supe que estaba bien, que había empezado a estudiar y que trabajaba medio tiempo en otro lugar. Me daba mucho dolor regresar a aquella casa, pero lo hacía por ellos.
Me enseñaban fotos de él, de su hermana, en una ocasión también se les fue una foto suya con una muchacha en el sobre de fotografías. La abuela se puso nerviosa y cambió el tema de la conversación.
-Tranquila abuela. La vida sigue.
Le dije.
Y sí, realmente el mundo seguía girando para todos. Lo que el mío un poco más lento.
Me costó tiempo depurar todo mi organismo de los rastros de Marcos. Me costaron exactamente 4 años, siete meses y 22 días.
En el 2011 comencé la Universidad. Tenía muchos planes, muchas ideas. Había soñado con el Periodismo desde que tenía uso de razón, siempre fui curiosa, chismosa dirían algunos, pero bueno eso no tiene catiguria.
En la primera semana como universitaria me sentía una de las chicas Superpoderosas, ¿Recuerdan a Bombón, Burbuja y Bellota?
Bueno al inicio me sentía Bombón, ¡que inocencia! Nadie te prepara para la salida de la Universidad dónde eres más Burbuja que otra cosa, en un mundo real que no tiene nada que ver con el académico.
Pero bueno a lo que íbamos.
En la Universidad conocí a mi tribu, la tribu que, aunque dispersa por el mundo, me acompaña hasta el día de hoy.
Mi aquelarre. Me gusta pensar que si ese grupo de mujeres, en el que me incluyo, hubiese nacido en la época de la Inquisición, nos hubieran dado candela por brujas.
Toda la semana se iba de clase en clase, y un viernes sí y otro también éramos punto fijo en el Café Cantante del Teatro Nacional que era nuestro lugar de reunión, nuestra peña.
Era salir de la facultad directo para allá.
Éramos tres buenas patas para una mesa.
Sara, mi psicóloga, mi consejera, my little sunshine o mi rayo de sol como me gusta decirle. Siempre sonriente, toda disposición lo mismo para un bailable que para un hospital. La combinación perfecta de lo serio con lo relajado. Lo máximo caballero.
Valeria, mi ValeTodo, mi amiga todoterreno. Estudiante de derecho en su primer año, con más leyes que el Fiscal General de la República. Sensible hasta los huesos, pero con la fuerza para cantarle las cuarenta a cualquiera.
Coincidimos durante un taller que convocó la Universidad de La Habana y desde que cruzamos la primera palabra sabíamos que en otra vida habíamos sido trillizas. Así transcurrió todo un año en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando comenzó el segundo año, el más difícil creo de todas las carreras, las salidas se espaciaron un poco, había que quemar que la cosa se puso mala.
Mi vida era muy tranquila. Casa, universidad, Café Cantante.
Todo se complicó por culpa de los Mayas que predijeron que el viernes 21 de diciembre del 2012 se iba a acabar el mundo.
¿Se acuerdan de aquello? Hasta una película hicieron, muy buena por cierto de John Cusack.
Decidimos por unanimidad que, si el mundo se iba a acabar ese viernes, el meteorito, tsunami, lluvia de fuego o lo que llegara, nos iba a agarrar bailando en el Café Cantante.
Y para allá salimos como a las 6 de la tarde de ese viernes 21 de diciembre del 2012. Y tal y como pronosticaron los Maya, el mundo se acabó; el mundo que yo conocía hasta ese momento.
Llegamos directo a nuestra mesa, soltamos bultos y a bailar. Había un grupito de música alternativa que no sonaba mal. A la tercera sangría ya todas estábamos con la risa y la cintura descontrolada.
Se paró la música y el presentador salió a anunciar un espectáculo de baile de un proyecto que estaba comenzando. Jamás habíamos oído nada del dichoso proyecto, pero bueno, había que apoyar a los nuevos artistas que la cosa está difícil. Yo aproveché y salí a llamar
a mi mamá por teléfono.
Para mí sorpresa ya tenía 5 llamadas perdidas de la pantera que no había dejado de serlo solo porque yo estaba a punto de cumplir 20 años.
-Mami estamos bien. En un rato vamos para la casa.
- ¿Niña tú viste la hora qué es?
- ¿Qué mamá? Son las tres nada más. Es mejor llegar cuando aclare que salir oscuro por ahí ¿tú no crees?
De verdad que la bebida te envalentonaba de una manera increíble.
-Mira deja la gracia y no tomen más que la calle está en candela y ustedes no son los Ángeles de Charlie.
-Sí mami tranquila. Un besito.
Cuando colgué el teléfono ví en la calle un carro parado con un muchacho apoyado en la puerta. Al parecer se había enterado de toda la conversación. No le di importancia y entré. Seguimos bailando como locas. Al parecer el mundo iba a seguir siendo mundo
porque ya eran las 4 AM del 22 de diciembre y nada había pasado.
-Niñas vámonos ya que es tarde. Vamos a tener que virar caminando.
Nos dijo Sara que siempre era la conciencia de las tres y como había hecho un voto solemne de abstinencia, agarraba el control en esas situaciones.
-Ok mi amiga. Nos largamos.
Vale la agarró de un brazo y yo me monté en el otro brazo.
- ¿Se queda algo caballero?
Pregunté.
-Mima lo que se quedó se tenía que quedar. Andando.
Sentenció Vale.
Nos pusimos a caminar por toda la calle Paseo y no pasaba ni una bicicleta.
- ¡Un carro!!!!, saquen la mano.
Sara le hizo señas al carro y nos paró.
Yo me monté en la parte de atrás con Vale y Sara se montó delante. Le indicó al chófer para dónde íbamos y nos pusimos en movimiento.
Por el retrovisor del carro solo le podía ver los ojos al chófer, color caramelo. Tenía una mirada bonita, pensé. Llegamos a mi casa, Sara y Vale se bajaron y cuando me voy a bajar me detuve en la puerta del carro para buscar el dinero.
- ¿Cuánto te debo?
Le pregunté.
Se giró en el asiento y le pude ver bien la cara. Nada mal la verdad. Pero lo más atractivo que tenía era la mirada, súper penetrante.
- No me debes nada, ha sido un placer.
- ¿Estás seguro?
Le pregunté sin mucha insistencia.
Me miró de arriba a abajo y agarró una tarjetica del bolsillo.
-Ahí está mi número. Cada vez que necesites un transporte, a la hora que sea, el día que sea, me llamas.
Sostuve la tarjeta que solo tenía un nombre y un número de móvil.
-Bueno, leo el nombre en la tarjeta, Rafa. Gracias por la botella. Linda noche para ti.
Me bajé del carro. Por la ventanilla delantera me dijo:
-Al final llegaste con el amanecer.
Se rió y arrancó el carro perdiéndose de vista.
Comprendí entonces que era el muchacho que estaba afuera del Café.
Me mordí el labio y le di dos golpecitos a la tarjeta. En la puerta de la casa me estaban esperando con cara de pocos amigos.
-Mima esta no es hora de dar tertulia. Estoy loca por entrar que estos zapatos me están matando.
Me dijo Sara.
-Ya voy, ya voy.
Abrí la puerta con la certeza de que esa historia no se iba a quedar ahí.
Editado: 03.03.2024