Mis tres amores By Marcos

Capítulo 1: Todo cambió

Nunca me faltó de nada en la vida, lo que mi mamá no podía conseguirnos a mi hermana o a mí se hacía tan difícil de resolver como levantar el teléfono y poner una llamada a larga distancia.
Siempre me premiaron por lo mínimo, soy el vivo reflejo de la ley del menor esfuerzo.
Nací en cuna de oro como se suele decir en Cuba. Segundo hijo de un matrimonio sólido, el puro siempre supo proveer a la familia de todo lo que hiciera falta. Buena casa, un transporte, buen trabajo; en fin, se podría pensar que éramos la familia perfecta.
Mi hermana tenía 5 años cuando nací yo y automáticamente pasé a ser su juguete preferido. Atrás quedaron las Barbies y las casitas de muñecas, no eran competencia con un bebé llorón de carne y hueso.
Tenía un ejército de mujeres a mi disposición desde que di el primer grito: mamá, abuela y hermana, todas estaban a mis órdenes.

En la escuela nunca me destaqué por inteligente, mis méritos eran en otras esferas.
Nací con el don para conectar rápido con el sexo opuesto. Rodeado como estaba de mujeres aprendí a conocerlas desde niño. Yo prestaba atención, sabía escuchar y no hay mujer que se resista a eso. Sabía que un detalle afloja cualquier coraza y que una mujer quiere sentirse única, dueña del mundo.
Con la adolescencia de mi hermana aprendí de hormonas y de paciencia, a volverme invisible e imprescindible al mismo tiempo.
Cuando cumplí los 10 años, el puro se tiró al mar en una balsa junto con 4 socios de la cuadra. Mi mamá se enteró cuando recibió una llamada de Estados Unidos diciendo que él estaba bien pero que dos habían muerto en la travesía. Casi se lanza al mar solo para ir a darle par de galletas. Realmente las merecía.

Ese año mi mamá casi pierde la cabeza, no sabía cómo enfrentar una vida con dos muchachos y sin mi papá. Nos fuimos a vivir con mis abuelos por parte de madre y ahí aprendí lo que era amor del bueno.
Ese par de viejos fuertes como robles me enseñaron más de la vida que cualquier escuela. Pipo tenía un cacharro viejo que caminaba por arte de magia, y debajo de aquel carro se me iban todas las tardes después que llegaba de la escuela.
-Pipo ¿Por qué no vendes el almendrón este y con un dinerito más te compras por lo menos un Lada? En cualquier momento esto no camina más.
Le dije un día después de estar más de cinco horas tratando de echarlo a andar.
-A ver mijo, las cosas viejas también tienen su encanto; si no, mira a tu abuela, la vieja más linda que hay por todo esto.
Me dijo tirándolo todo a broma como solía hacer. Yo tenía 12 años y aquel viejo era mi vida. Mi abuelo se ocupó de llenar el huecazo del tamaño de un cráter que había dejado mi papá al lanzarse al mar y mi abuela se echó al hombro la casa para que la pura pudiera trabajar. Vivíamos en un caserón inmenso de los que hay que hacerle de todo y que se mantenía en pie gracias a la fuerza de la voluntad de mi abuelo. Ahí también me cogió la brocha dos veces al año y todas las reparaciones que se perdían también. Aprendí de electricidad, de plomería y de albañilería. Con 12 años ya sabía cambiar un toma de corriente, resanar y darle fino a una pared y conocía como la palma de mi mano, los recovecos de las instalaciones de agua de aquella casa.
Luego comprendí que más que un ayudante, mi abuelo lo que quería era mantenerme ocupado y entretenido, así no prestaba mucha atención a las cosas que sucedían a mi alrededor.
Los rumores decían que el puro tenía otra mujer y que incluso se había ido con él en la travesía.
La vieja era un alma en pena, daba lástima verla. De la mujer presumida que yo conocía no quedaba ni la sombra. Ya no se teñía el pelo, no se pintaba las uñas, se dejó de poner las ropas de colorines que le gustaban y se dejaron de escuchar sus carcajadas que amenazaban con romper todos los cristales de la casa. Mi hermana se encerró en sí misma tratando de procesar el derrumbe de un ídolo. Mi papá era el centro de todos nosotros, cuando llegaba del trabajo la casa se iluminaba y era que comenzaba la vida. Siempre traía algo en las manos para mi hermana y para mí y nunca faltaron los detalles para la pura.

De la noche a la mañana todo cambió y supe que nada volvería a ser como antes. Algo se había roto en nuestra familia y no había manera de arreglarlo.
Mima y pipo funcionaron como goma loca, trataron de pegar los pedazos sueltos como pudieron y gracias a ellos salimos adelante.
Al principio no teníamos mucha comunicación con papá, pero con los meses fue llamando más seguido. Decía que estaba bien y que los rumores eran mentira. Que él estaba solo y que nada más que pudiera nos iba a sacar a los tres, lo que eso llevaba tiempo y trabajo, había que tener paciencia.
Mi hermana y yo nos adaptamos a la idea de aquel padre lejano, que llamaba un mes sí y otro no y que en cada fecha especial nos mandaba un paquete.
Mi mamá no volvió a ser la misma. Había depositado su confianza en él y la había traicionado. Nunca se habló de divorcio, pero que más separación que aquella de estar a más de 90 millas de la persona que se quiere.
La secundaria fue una buena época en mi vida. Siempre fui fácil de rostro, hablador y me sabía un millón de chistes. Era popular en la escuela, me sentía parte del grupo y contaban conmigo para hacer planes. Ningún bonche era de calidad si Marcos no iba, esa era una de las medidas para evaluar las fiestas. Yo arrastraba lo mejorcito de la escuela conmigo, tanto hembras como varones.
Mi hermana tenía 19 años y estaba estudiando medicina, andaba con un pelú que a mí no me caía ni regular, pero ella decía que la hacía feliz. Un sábado llegaron a la casa al mediodía a recoger unas cosas que se iban para la playa hasta el domingo.
Cuando me vieron salir del cuarto listo y con mochila al hombro, me miraron de arriba a abajo y los dos al mismo tiempo me dijeron:
- ¿Y tú para dónde vas?
-Con ustedes.
Les respondí con toda la seguridad del mundo.
-Deja el invento Marcos, tú no vas a ninguna parte. Ahí todo el mundo es grande y tú…tú eres muy fiñe todavía mijo. ¿Verdad mima?
Me dijo mi hermana buscando apoyo en la vieja.
-Bueno Karla, deberías llevarlo así va aprendiendo, lo que cuidadito con que tome nada ¿Estás oyendo Marcos? Nada es nada. 
La pura como siempre tirándome el cabo.
-Tranquila mami tú sabes que yo soy un santo. Le digo.
- ¿Andando?
Le pregunté a mi hermana y al pelú que estaba procesando todavía que iba a tener que cargar conmigo.
-Dale mijito, pero procura no hacerme pasar pena.
-Tranquila tata, ni se van a enterar que estoy ahí.
Llegamos a Playa Baracoa como a las 3 de la tarde y aquello ya estaba lleno de gente. Nos íbamos a quedar en unas cabañas que habían reservado las amistades de mi hermana.
-Ven acá Karla, ¿Y dónde va a dormir tu hermano? 
Escuché que le preguntó el pelú.
Me reí por lo bajo sabiendo que había acabado con los planes.
-Leo no sé, ya veré dónde meto a Marcos.
Yo conocía a casi todas las amigas de Karla porque habían ido a la casa alguna que otra vez, pero allí vi por primera vez a Malena.
Me sacaba por lo menos dos cabezas, un cuerpazo de infarto y un pelo por la cintura.




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