Mis tres amores By Marcos

Capítulo 10: La primera vez


Durante todo el mes no fui otra cosa que el novio de Evelyn. Me olvidé de las canchas, de los socios del barrio y lo único que me interesaba era estar con ella.
Amanecía y lo primero que hacía era llamarla para darle los buenos días.
En más de una ocasión la estaba esperando en la acera de su casa a las 7 y media de la mañana y la acompañaba a la escuela.
Me sabía de memoria todos los parques que estaban cerca de los repasos, porque allí la esperaba cada sábado. 
Su esfuerzo valió la pena y cogió La Lenin.
Aquello no me hacía mucha gracia, ninguna de hecho pero qué se le iba a hacer.
Me propuse hacer de ese verano el mejor de su vida.
Quise celebrar con ella el triunfo y junto con mi abuela preparé una sorpresa. En el techo de la casa puse una mesa pequeña y dos sillas. La vieja cocinó para dos y compré unas flores. 
Hablé con su mamá para llevarla a comer sin darle muchos detalles del lugar en cuestión. 
Ella estaba contenta por los resultados de la prueba así que no puso ninguna objeción. No me dio ni hora de llegada.
Cuando la recogí en su casa el tiempo amenazaba con lluvia, pero pensé que era una simple nube pasajera. Resulta que nos cayó encima un torrencial, de los que te empapa de la cabeza a los pies.
Pudimos habernos metido en cualquier portal pero seguimos caminando bajo aquella lluvia de verano, enamorados de la vida y felices. 
Llegamos a la casa y entramos por el garaje que quedaba más cerca. 
Evelyn estaba entripada en agua y verla así me viró de cabeza, ya llevaba demasiado tiempo imaginando demasiadas cosas.
-Es mejor que te bañes con agua tibia, no te me vayas a enfermar. Yo te presto ropa mía. 
Le dije.
- Sí es mejor. Para quitarme este mojazón de arriba. 
La llevé al baño y le mostré las cosas, el jabón, la toalla y le puse sobre el lavamanos un pullover mío y un short. 
Me dispuse a salir para decirle a mima que pusiera la ropa de ella en la secadora, cuando sentí su mano mojada en mi brazo.
-Quédate.
Me dijo en un susurro.
-¿Estás segura? 
Le pregunté rezando porque me dijera que sí.
-Nunca había estado tan segura de nada en toda mi vida.
Aquellas palabras fueron un regalo divino, justo lo que necesitaba escuchar. 
La llevé hasta la ducha y le quité toda la ropa mojada. 
Me tuve que sentar en la tapa del inodoro para observar aquel espectáculo. Ella era perfecta de la cabeza a los pies, lo más hermoso que había visto en toda mi vida.
Me sentí el hombre más afortunado del mundo de tener la oportunidad de disfrutarla. 
Así parada en el medio de la ducha, parecía una visión salida de un cuadro de algún pintor famoso, de esos que pintaban a las deidades y a los ángeles. 
Así me sentía yo en ese momento: un simple mortal contemplando una diosa, y sabía que para toda la vida iba a ser devoto a ella e iba a estar de rodillas ante su altar.
Nos miramos con la complicidad de quienes comparten un secreto profundo. 
Me acerqué a ella y la besé. Sus labios eran como pétalos de rosa, suaves y dulces, mientras nuestras manos exploraban el territorio desconocido del deseo adolescente.
Nos abrazamos con la delicadeza de quienes temen romper el encanto del momento. Sentí su respiración acelerada, como un eco de mi propio deseo.
Me perdí en su sonrisa, que era como un arcoíris después de la tormenta, llena de colores y promesas de días mejores. 
El roce de su mano contra la mía fue como un rayo de electricidad que recorrió todo mi cuerpo, despertando sensaciones que nunca antes había sentido. En ese instante supe que había encontrado algo especial, algo que trascendía las barreras del tiempo y el espacio.
Nuestros corazones latían al unísono, como dos notas de música que se fusionan en armonía perfecta.
Me acerqué tímidamente, como un marinero navegando en aguas desconocidas y, en ese instante, nos entregamos el uno al otro, como dos almas que se encuentran en la oscuridad de la noche.
Supe entonces que aquella sería también mi primera vez y que nunca la olvidaría, porque fue el inicio de un viaje que duraría toda la eternidad.

Ese verano superó todas las expectativas planificadas, Evelyn era mi novia, mi cómplice. No disfrutaba tanto de una compañía como disfrutaba la suya.
Podíamos pasarnos horas y horas conversando de cualquier cosa, viendo películas y haciendo el amor.
Alquilé Drácula y la vimos juntos.
Me preguntó cómo era posible amar a alguien de aquella loca manera y a la misma vez hacerle tanto daño. Desde su perspectiva el amor no lastimaba.
Cada palabra suya me recordaba que tenía algo que decirle pero la percepción del tiempo es relativa cuando se ama, y yo postergaba ese momento todos los días.
No tenía valor para tocar ese tema con ella.
El puro llamaba casi todas las semanas para hablar de los detalles del trámite. Ya todo estaba sobre la marcha y era cuestión de tiempo que recibiéramos fecha para la entrevista en la embajada.
Mi vida había cambiado su sentido. Ya no encontraba mi camino a 90 millas como hacía meses lo había hecho. Sentía que mi lugar estaba justo allí, a su lado para toda la eternidad.
Inconscientemente esperaba que pasara algo que detuviera aquel proceso, un día despertar y escuchar a la vieja decir que no nos íbamos. Pero eso nunca sucedió.
Casi todos los fines de semana los pasábamos en mi casa, inventando cosas nuevas y explorando todos los rincones.
El cuerpo de Evelyn era un mapa que yo me aprendí de memoria, cada lunar y cada marca las podía localizar con los ojos cerrados. Sabía cuántas pestañas tenía, cuando estaba molesta y cuando tenía hambre. Me quedaba despierto mientras ella dormía solo para observarla, su nariz respingona y su pelo desorganizado me hacían el día.
Un sábado como a las 4 y media de la tarde, mi abuela nos tocó la puerta del cuarto y nos sacó del sueño profundo en el que estábamos ella y yo. Evelyn se levantó de la cama de un brinco y se metió en el baño.
-Pasa abuela.
Le grité desde la cama. 
-¿Niños ustedes no piensan almorzar hoy?¿Y la niña? 
Me dijo preguntando por Evelyn. La vieja le había cogido tremendo cariño al igual que todos en la casa. Para ella ahora tenía un nieto y dos nietas y así se lo decía a todo el mundo.
-Está en el baño mima.
-Oye ustedes no se pueden meter los días así sin comer, se van a enfermar.
-Vieja si ya yo estoy enfermo, agonizando.
-¿Qué te pasa Pipo te sientes mal? 
Me preguntó mima con cara de preocupación. 
-Estoy enfermo de amor mi vieja, muerto en la carretera. 
- Vaya pal carajo, ahora sí está bueno esto.
Me dijo mientras salía del cuarto.
Evelyn salió del baño colorada hasta la punta del pelo.
-Mijo por qué tú le dices esas cosas a tu abuela. A mí eso me da tremenda pena, que sepa que nos metemos todo el día aquí en lo que tú sabes.
-Ah ¿porque tú piensas que ella no lo hizo en su tiempo?, si todavía ella y mi abuelo tiran sus canitas al aire que yo los escucho a veces.
-Sí está bien, pero igual me da pena. 
-No sé dónde estaba la pena tuya hace media hora. 
Le dije tumbándola encima de la cama. Cayó sobre mis piernas y me puse a juguetear con su ombligo. 
-No sé que voy a hacer cuando no te pueda ver todos los días. 
Me dijo. 
-No vamos a hablar de eso ahora por fa que se me jode el día. Hoy estamos aquí, tú solita para mí y yo todo tuyo, completo. No pienses más nada.
-Sí, pero…
-Shhh. Nada de peros. 
Le callé la boca con un beso. No quería hablar porque sabía que había mucho que decir. 
Y en ese momento supe que estaba perdido, sin rumbo, enamorado, no solo de ella, sino de la vida misma; porque en sus ojos encontré la luz que iluminaba mi camino, y en su corazón encontré el amor que llenaba el mío.




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