¿Se puede amar y odiar algo al mismo tiempo?.
Claro que podemos amar y odiar algo a la vez, todos solemos pasar por algo así alguna vez. Algunos con personas, otros con amigos, otros más con sus parejas, con su mascotas o miles de cosas a su alrededor.
Yo odiaba Nueva York, odiaba las miles de personas que caminan con dificultad en la calle, odiaba el tráfico y los millones de golpes que recibía con tan solo salir de mi edificio. Mas por otra parte lo amaba por que era hermoso, cada rincón que había aquí me encantaba y sobre todo lo amaba por que ocultaba a las personas mas importantes dentro de mi vida.
Nueva York se había convertido en el hogar de mis tres sobrinas, Lilibeth de siete años y las pequeñas gemelas de cinco años, Camil y Lauren, quienes habían llegado a la vida de mi hermana de forma inesperada. Después de la muerte de sus padres, la policía se encargó de que mis tres sobrinas vivieran con mi tía Nina al centro de Nueva York para mantenerlas los más alejadas de todo lo que alguna vez había rodeado a sus padres.
Nadie aparte de Will, el detective encargado de llevar el caso, mi tía y yo sabíamos de la existencia de las niñas, a quien de vez en cuando me dejan ver. Ellas no me conocen por mi verdadero nombre, ni saben que soy la hermana de su mamá, pues no hay ni un solo apellido que nos una como familia, así que para ellas soy y siempre seré Juls Anderson, la chica que salió de las profundidades del infierno y la única que burló a la muerte.
—¿Cuando llegaste? —Pregunta mi tía tan solo divisarme entre las mesas de la cafetería en la que hemos quedado.
—Hoy por la mañana —Respondo enseguida al ver la curiosidad que se filtra a través de sus ojos, quien parece un poco cansada, mientras toma asiento frente a mi, donde una pequeña taza de chocolate espera por ella.
—¿Esta todo bien? —Pregunta mi tía al ver que no tengo intensiones de entablar una conversación como siempre suelo hacerlo —Hace mucho que no venias a la gran manzana.
—Todo esta bien, solo quería pasar un par de días con las chicas, eso es todo —Contesto formando una sonrisa en dirección a mi tía, quien se dedica a negar con la cabeza.
—¿Porque lo intentas? —Pregunta sacándome de balance ante su cuestionamiento —Llevo conociéndote veintidós años y nunca en tu vida has podido mentirme, así que es mejor que me digas lo que está pasando y la verdadera razón por la que estás aquí —Sentencia con autoridad que tanto la caracteriza.
—Estoy aquí por que han surgido un par de problemas en Chicago de los cuales he tenido que alejarme un poco y que mejor que venir a ver a mi tía y a mis sobrinas.
—No voy a preguntar que tipo de problemas han surgido para que tengas que venir hasta aquí, porque se que tu respuesta me va a molestar mas de lo que me gustaría —Comienza y agradezco que en verdad no pregunte que es todo eso que tanto me ha llevado a alejarme de mi casa —Lo único que quiero que sepas es que a veces intentamos jugar con nuestra vidas sin ni siquiera ponernos a pensar en lo que implica todo eso y se que tu eres quien mejor lo sabes y si aun asi quieres eso, sabes las consecuencias que tendrá en un futuro y yo no estaré ahí para ver que otra parte de mi familia muera por una estupidez —Termina por decir antes de dejar la taza de chocolate sobre la mesa, poniéndose de pie para desaparecer por las grandes puertas del lugar.
Sabía que era mala idea venir, sabía que tarde o temprano se daría cuenta de los verdaderos motivos que me había traído hasta Nueva York.
Salgo de la pequeña cafetería cuando la noche ya ha caído, son más de las diez de la noche y lo único que hago es caminar hasta Central Park cargando una pequeña bolsa llena de un delicioso chocolate y un pequeño pastel que he comprado antes de salir del local. Caminar en Nueva York de noche era una de las cosas que más disfrutaba, amaba caminar, me ayudaba a pensar y aclarar mis pensamiento pero sin duda hoy era uno de esos días que ni dios podría aclarar todo lo que había dentro de mi cabeza.
—Te traje un poco de chocolate y aquel pastel que tanto te gusta —Extiendo ambos hasta donde se encuentra la anciana, que conozco desde que mis sobrina se mudaron a Nueva York.
Cuando la vi por primera vez tuve la sensación de confianza, sin duda era una de esas personas que con solo ver su rostro sabes con certeza lo buena que son. Cuando la empecé a conocer ella había quedado totalmente sola en este mundo, pues su única hija había muerto de una sobredosis alcohólica, quedando tan sola que la única forma que encontró para seguir viviendo fue trabajar recogiendo basura en el enorme Central Park, un trabajo humilde pero que no dejaba mucho dinero como ella me hacia creer. Después de varios años de conocerla le he llegado a tomar un cariño espectacular y así cada que puedo vengo a hacerle un poco de compañía.
—Gracias cariño —Me agradece con media sonrisa mientras tomo asiento junto a ella —Justamente estaba pensando en ti, hace mucho que no te veía.
—Lo se, no he tenido mucho tiempo —Digo en forma de disculpa antes de contemplar el hermoso paisaje que me regala Central Park —¿Como va el trabajo? —Pregunto para desviar un poco el tema.
—Ya sabes mucho trabajo, lo normal —Suelta entre risas dándole pequeños mordiscos al pequeño pastel —Pero por lo que veo eso es lo que menos importa ahora, ¿no es así? —Cuestiona mientras me observa con aquellos perfectos y únicos ojos azules y es que Bella, a pesar de sus años, era una mujer hermosa — Puedes contármelo cariño, sabes que no te juzgare.
— Las cosas en Chicago se han complicado mucho —Suelto porque se que ella es la única persona que no me juzgara —Mucha gente peligrosa que rodeo mi pasado está sospechando de mi verdadera identidad, sabia que tenia que mantener la distancia pero tu mas que nadie sabes que ahí siguen personas importantes para mi, personas que amo, que les di la espalda cuando el miedo me consumió por completo, personas que a pesar de eso aún me aman con todo su corazón, sabes que no puedo dejarlos ir pero eso me ha vuelto a poner frente a una de las personas que causa muchas desgracias dentro de mi vida y no tengo idea de que es lo que tengo que hacer.