De verdad que no esperaba que apareciera por aquí, y tengo que admitir que lo ha hecho en el momento preciso. Pese a que ha sido una trampa de mamá por recuperar lo irrecuperable, ya no me quedan dudas de que Aaron es un idiota.
Mis amigas siempre me lo advirtieron, pero cuando te fijas en alguien que te deslumbra de buenas a primeras con su atractivo y que parece capaz de bajarte la luna, te vuelves ciega, sorda y muda, como dice una vieja canción popular. Largo un suspiro porque creo que ya es hora de dejarle claro a mi madre que no hay retroceso en esta decisión; además, que sería lindo que en vez de seguir rebajándome con él porque cree que no hay un mejor partido en el mundo, debería darme mi lugar porque es quien me ha mandado al diablo.
Es una desgracia, y es por eso que ningún hombre volverá a dejarme porque no lleno sus expectativas. Seré yo quien lo haga ahora porque no llene las mías.
¡He dicho!
Me sereno un poco la rabia, porque mi inesperado salvador está afuera esperándome.
―Gracias por acompañarme ―digo luego que he salido de la tienda de ropa con un atuendo distinto, y el que me he quitado lo he dejado en la cesta de donaciones.
No podía quedarme con el vestido mojado, y de todos modos tampoco quería seguir usándolo. Mamá lo compró con un objetivo egoísta y lejos de conseguir su propósito, la situación entre Aaron y yo ya es irreconciliable.
En parte me abruma, no ha sido poco tiempo el que he estado con él, y si el suficiente para que me hiciera muchas ilusiones.
―No fue nada, creí que iría al baño no a otra tienda de ropa.
―Comprenderá que no podía quedarme con ese vestido ―expongo, seguido le extiendo el pañuelo que me prestó para secarme.
Él se queda mirándolo como si no le agradara que se lo devuelva.
―Puede quedárselo ―dice dejándome con la mano extendida, y empezando a caminar.
―¡En serio! ¿No se lo dio su abuelita o algo? ―comento siguiéndole el paso.
―Muy graciosa, tengo de sobra ―repone y no me queda más remedio que guardarlo de nuevo en mi bolso―, ¿ahora podemos sentarnos y hablar? ―pregunta.
―Esto no fue una casualidad, ¿verdad? ―cuestiono con algo de curiosidad.
Por una parte, quiero pensar que sí, por otra me resulta un poco sospechoso teniendo en cuenta que nunca le he visto en el club. Conozco casi a la mayoría.
―Diría que sí, ¿o no cree que sería raro que no llamara la atención con todo ese escándalo que hizo?
En eso tiene razón, pero tampoco fue mi culpa.
―No lo he hecho adrede.
―Entonces debió enojarla mucho su acompañante.
―Si que se dio el tiempo de chismosear ―replico con sarcasmo y él hace una mueca de risa igual de sarcástica.
―Ya veo, es una niña mimada.
―¡De que va su comentario! ―espeto enfurruñándome.
―Bien, admito que, si ha sido un poco casualidad, así que en eso tiene razón.
―¿Ah sí?
Me muestro interrogante, de verdad que no creo que sea tanta casualidad y debe tener relación con su propuesta de trabajo.
―Sí, mi familia tiene una membresía en este lugar, sin embargo, no suelo frecuentarlo. He venido algunas veces, y lo he dejado porque no me resulta muy higiénico.
―¿Tiene algún problema con eso?
―Digamos que soy un poco quisquilloso ―responde mirando escrupuloso las opciones de restaurantes, que nos quedan en este lado del pasillo.
―Diré que demasiado, de todos modos, gracias de nuevo. No estaba teniendo una buena conversación allí.
―¿Por eso tiró la bandeja?
Vaya que agudo, este hombre me hace resoplar. Qué punto hay en remarcar eso cuando de verdad no tuve la culpa, y se vería de otro modo si Aaron se hubiera comportado mejor. Hasta se hubiera redimido. Suspiro de nuevo.
―Muy gracioso, y no, eso solo fue una falla de cálculo al levantarme de la silla ―comento luego de serenarme un poco.
Por mi bien tengo que dejar de pensar en ese idiota.
―Vale, ya tengo claro que es usted una patosa. ―Ahora arrugo la cara con desagrado―, iré al punto ―añade deteniéndose y despistándome.
Lleva sus manos a su espalda entrelazándolas, adoptando una postura seria como la que tenía en la entrevista, y mirándome con demasiada fijeza.
―¿Y cuál es? ―pregunto expectante.
―En definitiva, no encaja con lo que busco, pero le cayó la suerte y decidí elegirla para el contrato.
Ahora me hace reír porque lo dice como si me hubiera sacado el premio gordo, que en este caso sería a él.
¡Me lleva!
―Eso debe hacerme sentir muy afortunada ―hablo volviéndome el sarcasmo.
De algún modo este hombre me causa gracia.
―Diría que sí, por lo que es momento de presentarnos con formalidad.