Acababa de casarme. Todavía no sé cómo voy a explicarle esto a mi madre, y de lo único que estoy segura es que va a pegar un grito que se escuchará hasta el universo cuando se entere. Pensar en ello me hace reír porque creo que lo primero que dirá es que jamás se esperó que hiciera algo como esto a sus espaldas.
Me reñirá a más no poder reclamándome mi arbitrariedad hasta el cansancio, lo bueno es que solo le quedará resignarse. Debería decirle que solo tomé la primera oportunidad que se me apareció para demostrar que también puedo ser muy inteligente, y no solo una chica de vitrina.
No imagino que dirá papá, pero creo que no será tan escandaloso como mamá, hasta creo que lo aplaudirá. Siempre he tenido su apoyo, y en parte lo he hecho de esta manera porque a diferencia de mamá, él no me dice que debo hacer.
―¿Puedo saber cuál es el chiste?
Gabriel no me pierde pista mientras conduce.
―¿Quiere reírse también? ―le propongo, haciendo que arrugue la cara.
Por lo general es así de enojón, por eso no es tanto una novedad.
―Se está pasando de graciosa.
Lo dicho.
―No lo creo, es más, ¿no le resulta gracioso todo esto?
―No, no me resulta gracioso.
―A mí sí, y justo ahora estoy pensando en lo que sucederá cuando se entere mi madre.
―Creí que era una mujer independiente.
―Por desgracia no lo soy, pero es lo que quiero, y por eso he accedido a todo esto sin dudar. Así ella no tendrá ninguna autoridad para decirme lo que tengo que hacer y va a tener que aceptar mis decisiones ―expongo, y por primera vez siento que estoy actuando como quiero.
Desde siempre, he sido como la muñeca bonita de la casa y a la que tratan con muchos mimos y complacen en todo. En el fondo siento que eso no me lleva a ninguna parte porque ni siquiera me sirve para que dejen de verme como alguien que solo luce bien, pero que no puede hacer nada.
―Supongo que me he convertido en su salvavidas ―repone.
―Más que eso ―admito sin avergonzarme.
―¿Presume que al convertirse en mi esposa va a hacer lo que le da la gana?
―No, por lo menos no será como mi madre ―emito y él frunce el ceño.
―Tampoco quiero serlo ―aduce―. Es aquí, hemos llegado ―anuncia deteniendo el auto en la entrada del estacionamiento de un edificio alto y moderno, de nombre Zambor PH.
No está mal, además que encaja en el prototipo de domicilio que tendría un hombre rico y soltero como él. Aaron vive en un lujoso pent-house, y las veces que fui a verle allí, no dejaba de alardear de su caro decorado. Ahora mi curiosidad por ver cómo vive crece en mi interior.
Entramos al estacionamiento y luego de aparcar en la que debe ser su plaza privada, bajamos del auto para dirigirnos al ascensor.
―¿Tiene auto? ―pregunta cuando entramos al cubículo.
―Sí tengo, pero lo he dejado en casa de Tally ―respondo al tiempo que le veo presionar la letra A del tablero.
―Cuando lo traiga puede guardarlo en el espacio libre.
―¿También es suyo? ―pregunto, porque sé que se refiere al que había en el estacionamiento que albergaba a dos autos más.
―Todo es mío.
―¿Y los otros dos autos?
―Si dije todo, es porque es todo ―contesta, aunque más que engreído, parece enfático.
―¿Lo dice para impresionarme? ―pregunto socarrona y él tuerce la mirada.
―Parece que olvida que le he pagado para que se case conmigo. Creo que no necesito impresionarla más.
―Lo sé, por lo regular cuando un hombre habla de todo lo que tiene es porque quiere impresionar ―prosigo, aunque más para chincharle.
―¿Necesito hacerlo con usted?
―Para nada, ya me tiene comprada ―respondo mofándome un poco y él hace una mueca de sonrisa agria.
―A veces no es nada linda.
―En cambio, usted es algo lindo, pero muy amargado. Sé que esto es de mentiras, y al menos deberíamos fingir que es un buen momento.
―No entiendo el motivo de esforzarse con eso.
―Debería, sino no será creíble ―comento―. No creo que esté invirtiendo tanto en esta farsa para que todos descubran que es una mentira ―añado y él se queda mirándome con mucha seriedad.
La campanilla suena y un segundo después la puerta se abre frente a la misma entrada. Alzo mis cejas con sorpresa.
―¿También es suyo el ascensor?
―Es mi acceso directo al ático ―responde ufano, acercándose a la puerta. Saca sus llaves y abre―, adelante ―indica con su mano para que entre.
―Vale ―digo y de inmediato cruzo el umbral.
La entrada tiene un corto pasillo recibidor que da a la sala. Cuando pensé que todo debería estar impecable como una prolija tacita de plata, no erré. Hay dos enormes sofás que se enfrentan y en los que podrías dormir por lo grande y cómodos que se ven. Están separados solo por una mesa baja en la que hay tres esculturas en miniatura. Todo junto al ventanal, y su maravillosa vista de la ciudad iluminada.