Hoy por fin sentiré el sol en mi piel otra vez.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez y ya no puedo esperar más. Digamos que esa vez fue para nada agradable; desde ese día el bronceado dejó de apetecerme.
Pero no todo ha sido tan malo, conocí personas que jamás creí que se cruzarían en mi camino y agradezco que así fue. Viajé por muchos lugares e hice más de lo que me hubiese imaginado ¡y sólo de noche!
Hace un par de años me topé con una adorable pareja, quienes hasta el momento han sido mis amigos más cercanos y gracias a ellos podré salir al sol de nuevo: Jade y Cathal.
Ambos brujos descendientes de largas generaciones. Y seguro se preguntarán ¿cómo alguién como yo se hace amiga de dos hechiceros?
La respuesta es fácil: soy encantadora.
Bueno, está bien un poco de ego no hace mal a nadie. La verdad es que en parte por eso y agregándole que le salvé la vida a Jade cuando nos conocimos.
La pareja agradecida me ofreció un favor a cambio y yo les pedí que me crearan un amuleto para poder caminar a la luz del día. Aceptaron.
Estarán cuestionándose qué pasó para que después de años me cumplieran mi anhelo.
Pues digamos que para crear el amuleto se necesita, a parte de la magia, una piedra preciosa un tanto insólita y hasta hace poco pudieron dar con un vendedor. Se llama piedra o gema de Sol.
Nunca fui de usar anillos pero uno que me salvará de hacerme ¡puff! es la excepción.
En fin, en el trayecto no sólo gané mi libertad de las sombras... hice dos amigos sin buscarlos. Jade es mi compañera de habitación y gracias a que con ella no necesito esconderme tengo una mini-heladera completa de lo que me gusta.
Sí, sangre y sí, soy un vampiro. Y eso es sólo el comienzo.
—Todavía sigues despierta —musitó Jade, su voz sonaba ronca y no podía evitar bostezar— aunque tratándose de ti, la paciencia no es tu fuerte.
Reí por lo bajo y ella se levantó de la cama y fue a la mía: —Kata, se que pasaste años esperando este momento pero... son las tres de la madrugada. ¡Duérmete!
Sólo negué con la cabeza intentando contener la risa. Recuerdo cuando la primera vez que intercambié palabras con ella, o más bien ella me escuchó porque en esos tiempos parecía que le habían amputado la lengua.
Y pues de a poco fuimos hallando trozos de su lengua y a veces hasta necesitamos cortársela de nuevo.
—Quiero dormir pero te recuerdo que mi horario está ligeramente alterado.
Ella asintió con sarcasmo: —Unas doce horas o más —susurró para ella misma entre que miraba su celular. Sabía que la estaba oyendo, aun si lo dijera con el mismo volumen—, no te culpo... a mi tampoco me gustaría rostizarme.
No tenía idea de cómo lo logró pero Jade contaba con el don de cansar mi mente, o quizá algún hechizo bajo la manga; porque me había dormido y hasta donde recordaba estaba fresca.
Agarré mi teléfono, eran las seis y media. Los nervios entraron a mi piel, hasta me pareció volver a sentir mi corazón aunque este llevara muerto bastante tiempo.
Observé la cama de mi compañera, seguía dormida. No quería hacer esto sin ella sin embargo, era incluso más gruñona que yo en la mañanas. Me ganó el entusiasmo.
—Jade, el sol ya salió —murmuré cerca de ella con la mayor tranquilidad que podía simular—. Y esto lo tengo que hacer con mi rubia preferida.
Todavía con mi tenaz empeño me fui a mi cama y tomé mi almohada.
¡Tranquilos! No la voy a matar.
Midiendo mi fuerza sobrehumana lancé la almohada hacia ella. Jade no tardó en responder y sólo bastó que levantara su mano para que detuviera a tiempo el objeto.
—Siempre tan predecible, Katja —se levantó de la cama y agarró el almohadón para luego arrojármelo con potencia. Fue directo al ventanal— ¿Segura?
Asentí animada y me acerqué. La rubia no perdió tiempo, corrió las cortinas sin dejar de verme.
Al notar que aún seguía con vida me abrazó con fuerza, ambas llorábamos de la emoción del momento.
Esa sensación era indescriptible, el Sol tocaba mi piel fría otra vez. Jadie me había regalado parte de la humanidad que había perdido hace mucho.
Quizá ya estábamos a mano pero jamás me alcanzaría la vida para agradecerle.
* * *
Ha pasado una semana desde que camino de día, hoy comenzaran las clases en la universidad. Miro por la ventana, afuera había un montón de jóvenes yendo a sus respectivas asignaturas.
Estaba lista y sólo quedaba esperar a Jade que fue a buscar a Cathal, que había llegado ayer por la noche de una búsqueda de grimorios; para fuéramos los tres, aunque él ya estaba en tercer año compartía algunas asignaturas con nosotras.
Cathal tenía la apariencia de todo un chico que ningún padre querría cerca de sus hijas: tatuajes, piercings y fumaba de vez en cuando junto con un cabello azabache y su mirada verde agua que le hacían juego.