Adrien estaba experimentando ESE sentimiento que Katja había expresado en la tarde, todo al enterarse que sus recuerdos se iban perdiendo sin que lo pudiese evitar. Era un odio profundo y justificado hacia aquella vampiro madre.
Su hermano lo era todo y esto se pagaba de la misma manera.
Dió un paso atrás en total calma con la mirada enfocada en Mila. Ella lo analizaba como un gato esperando el mejor momento para atrapar a su presa.
—¿Piensas hacer algo? —ella le increpó al ver que no iba a reaccionar.
—¿Cómo te liberaste?
—Tu hermano no cerró bien la habitación. La mucama entró y, bueno, en ella sí funcionó la hipnosis.
Expresó jactándose de la hazaña que había cometido.
—¿Por qué no escapaste? No había necesidad de esto.
—Lo mismo dijo él cuando llegó y me encontró... terminando mi comida —respondió con una sonrisa cruel, mirando con desprecio el cuerpo de Luke—. Y le hice una pregunta que no quiso responder.
Antes de que Adrien pudiera procesar la respuesta, Mila se abalanzó sobre él, sus ojos brillando con una furia contenida.
—¿¡Dónde está mi anillo solar!? —rugió, tomándolo del cuello con una fuerza descomunal—. A él no le di tiempo, pero contigo… tengo más paciencia..
A pesar de que le estaba costando respirar, algo de la situación le pareció chistoso. Intentó disimular pero la sonrisa salió de imprevisto.
Mila sentía rebozar su ira y ante ésto, lo apretó con más fuerza.
Lo que comenzó como una sonrisa maliciosa se fue convirtiendo en una carcajada. La veteris no lo soportó más, se estaba burlando de ella, alguien que había vivido más de quinientos años.
Un crujido seco resonó en la habitación, interrumpiendo la risa de Adrien de forma brutal. Su cuerpo quedó colgando inerte de las manos de Mila, que lo observaba con una mezcla de furia y satisfacción oscura. Su respiración, que había sido pesada por la rabia, ahora se estabilizaba mientras soltaba el cuerpo de Adrien, dejándolo caer al suelo.
—Qué descaro —susurró Mila con desprecio, aunque algo en su expresión delataba que no estaba del todo satisfecha.
Se inclinó un momento para mirar de cerca el cuerpo sin vida de Adrien, sus ojos recorriendo cada centímetro, como si esperara alguna reacción, algún signo de resistencia o truco. Pero el silencio se impuso, su única compañía era el atardecer que se desvanecía tras la ventana.
Sin embargo, en el fondo de su mente, un eco inquietante comenzó a crecer. Un susurro, como si la risa que había apagado con tanta violencia no hubiera desaparecido del todo.
Resignada, decidió que era momento de salir de ahí, lo único que había logrado era perder el tiempo hasta que el sol se ocultara en el horizonte. Tanto esperar para nada.
Abrió la puerta del departamento y cuando intentó atravesarla, una especie de barrera no se lo permitía. Enardecida rompió la perilla y la arrojó hacia donde estaban los cadáveres.
Mila apretó los dientes, su frustración iba creciendo cada segundo. Intentó atravesar el umbral de nuevo, pero la barrera invisible le impedía salir. Emitió un gruñido bajo, su hambre y furia compitiendo por el control.
—¿Qué demonios...? —murmuró, sus ojos encendidos de ira mientras retrocedía y observaba el departamento con más detalle. Algo no estaba bien.
La oscuridad del apartamento se hacía más densa a medida que el sol se ocultaba, y aunque el silencio parecía envolverlo todo, una energía inquietante comenzaba a filtrarse en el ambiente, cargada de tensión. La barrera no era una simple protección, y Mila, con toda su experiencia, lo sabía. Algo más estaba sucediendo, algo más grande que un simple encierro.
Volvió su atención a los cadáveres. Adrien, con el cuello torcido en un ángulo antinatural, aún tenía esa expresión burlona congelada en su rostro, como si su risa permaneciera en el aire. El eco de su carcajada resonaba en su cabeza de manera insoportable, y ahora que la adrenalina bajaba, empezaba a sentir una incomodidad que nunca había experimentado.
Mila frunció el ceño, y su hambre se intensificó. Si iba a estar atrapada por más tiempo, al menos saciaría un poco su apetito.
Con un suspiro lleno de frustración, Mila se acercó a los cuerpos. Su hambre había crecido exponencialmente, y aunque siempre prefería a sus víctimas vivas, la situación la estaba empujando a ceder a sus impulsos.
Se inclinó sobre el cuerpo de Luke, quién aún tenía los ojos abiertos en una expresión de terror. Era joven, no tan robusto pero su sangre, aunque fría, le llamaba. Sus colmillos emergieron, y mientras se disponía a hundirlos en su cuello, algo la hizo detenerse.
Una sensación helada recorrió su espina dorsal, como si algo invisible la estuviera observando. Se detuvo en seco, levantando la cabeza y observando la habitación con sospecha. ¿Qué era esa sensación? No era un simple presentimiento, era algo más profundo, algo que la hizo sentir vulnerable.
Giró la cabeza hacia el cuerpo inerte de Adrien, que aún yacía en el suelo con una sonrisa irónica en su rostro. Esa maldita sonrisa.
—Imposible… —murmuró entre dientes, dando un paso atrás. No había forma de que él...—. No puedes estar jugando conmigo, ¿verdad? —soltó una risa nerviosa, aunque su seguridad habitual se tambaleaba.
El silencio de la habitación la envolvía, pero esa sensación persistía, haciéndose más y más fuerte. De pronto, una risa baja, apenas perceptible, rompió el aire. Era como un eco distante, una sombra de la risa que Adrien había soltado antes de morir. Mila giró sobre sí misma, buscando su origen.
—¿Quién está ahí? —rugió, su paciencia estaba al borde del colapso—. ¡Muéstrate!
Pero nadie respondió. La única respuesta fue el eco de esa risa burlona, que parecía surgir de cada rincón del departamento. Mila miró a Adrien de nuevo, sus ojos ahora llenos de desconfianza.
Despacio, y con cierta incredulidad, caminó hacia el cuerpo de Adrien, inclinándose para examinarlo de cerca. No había nada extraño, ningún signo de vida, pero la sensación de ser observada no desaparecía.