La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en un resplandor dorado que parecía flotar entre las sombras de la noche que aún persistían. Jade abrió los ojos lentamente, con una sonrisa adormilada dibujándose en su rostro al sentir el calor reconfortante de un brazo descansando sobre su cintura. El aroma a madera y algo dulzón que siempre asociaba con Catch la envolvía como un ancla, recordándole que, al menos en ese instante, estaba segura.
Giró ligeramente la cabeza para observarlo. Su rostro estaba relajado, libre de la tensión que solía marcar sus rasgos. Había algo profundamente humano en él mientras dormía, una vulnerabilidad que rara vez permitía mostrar. Jade se quedó unos segundos mirándolo, como si quisiera guardar ese momento en su memoria, una pausa en el caos que solía envolver sus vidas.
—¿Vas a seguir observándome como una acosadora o planeas besarme? —Catch murmuró sin abrir los ojos y con su voz rasposa por el sueño.
Ella rió suavemente, el sonido llenando la habitación:
—Depende de si mereces ese beso. —Él abrió un ojo, sus labios se curvaron en una media sonrisa.
—Creo que anoche gané algunos puntos, ¿no?.
Jade rodó los ojos, pero el rubor en sus mejillas era evidente.
—Tal vez. Pero tendrás que esforzarte más si quieres repetirlo.
Ambos rieron, el momento ligero y despreocupado, como si el mundo exterior no existiera.
Jade deslizó las piernas fuera de la cama, el suelo de madera fría enviándole un leve escalofrío que contrastaba con el calor del sol en su piel. Alcanzó la camisa de Catch, desparramada cerca de la cama, y se la puso, dejando que le quedara holgada. Él se giró en la cama, observándola con una mezcla de curiosidad y satisfacción.
—Me queda mejor a mí, ¿sabes? —murmuró, apoyando la cabeza en una mano mientras la veía caminar hacia la cocina.
—Claro que sí —respondió Jade con un tono burlón sin mirarlo— pero tengo mejor estilo.
Cathal se levantó lentamente, estirándose como un felino antes de seguirla. Encontró a Jade frente a la cafetera, con el cabello revuelto cayendo por su espalda y tarareando suavemente una melodía que no logró reconocer. Era una imagen que, por alguna razón, le llenó de paz.
—¿Algún plan para hoy? —preguntó, apoyándose contra la puerta de la cocina, observándola con esa mirada tranquila que solo él podía tener, como si siempre estuviera calculando algo, incluso en los momentos más simples.
Jade llenó dos tazas de café y le pasó una mientras se encogía de hombros.
—No mucho, solo cosas prácticas. Tenemos que comprar víveres, y pensé que podríamos caminar un rato por la ciudad. No sé tú, pero necesito aire fresco.
Catch arqueó una ceja mientras tomaba un sorbo de café.
—¿Caminar? Pensé que eras más del tipo que manda a Katja a hacer las compras.
—Por lo general sí, pero está en el campus. Además, creo que después de anoche merecemos una pequeña salida.
Catch sonrió, ladeando la cabeza:—¿Una cita improvisada?
Jade fingió indignación.
—Por favor, es una misión práctica. Abastecimiento de supervivencia.
Ambos rieron mientras terminaban su café y se preparaban para salir. Catch se colocó su chaqueta de cuero, el gesto mecánico y natural, mientras Jade se ataba el cabello en una coleta alta. La dinámica entre ellos era fácil, fluida, como si llevaran años compartiendo esos pequeños momentos cotidianos.
El aire fresco y la vida de la ciudad los recibieron con un bullicio que contrastaba con la calma de la casa. Jade y Catch se tomaron su tiempo en las tiendas, acumulando una pequeña pila de bolsas con víveres y cosas básicas. Después de llenar el auto, decidieron aprovechar el día para caminar por las calles adoquinadas del centro.
Jade señaló una tienda de antigüedades mientras Catch la escuchaba con atención, su mirada relajada pero siempre alerta, como si nunca pudiera apagar esa parte de sí mismo. Pasaron por un pequeño puesto de flores donde Jade se detuvo a admirar un ramo de lilas, y Catch, sin decir una palabra, lo compró para ella, arrancándole una sonrisa radiante.
"Gracias", murmuró Jade, oliendo las flores.
—Es mejor que escuchar tu sermón sobre cómo nunca te compran nada bonito —bromeó él, aunque sus ojos tenían un brillo sincero.
Estaban a punto de regresar al auto cuando, al doblar una esquina, una figura alta y familiar apareció frente a ellos.
—Cuánto tiempo, Jade.
Su voz era baja, controlada, pero había algo en su tono que enviaba un escalofrío por la columna de la joven bruja.
Catch, siempre instintivo, dio un paso hacia adelante, interponiéndose ligeramente entre Jade y el hombre, aunque sin parecer agresivo.
Laurent Saint Claire estaba de pie al final de la calle, su presencia dominando el ambiente sin necesidad de alzar la voz. Vestía un abrigo negro que le confería un aire aún más imponente, y sus rizos rubios, perfectamente arreglados, capturaban los destellos del sol de la tarde.
Cuando sus ojos se encontraron con los de Jade, un destello de emoción indescifrable cruzó su mirada antes de endurecerse. Pero al ver a Catch junto a ella, el aire entre ellos se tensó al instante.