El campus estaba tranquilo esa tarde, casi silencioso. El murmullo de los estudiantes se desvanecía en los pasillos de la biblioteca, mientras Katja, con su mochila al hombro, buscaba una mesa vacía. Necesitaba distraerse. Después de todo lo ocurrido en los últimos días, las clases y los libros eran su refugio más seguro, su escape de una realidad que muchas veces parecía doblarse bajo el peso de sus propios recuerdos.
Se acomodó en un rincón junto a una ventana. La luz del sol que atravesaba los vitrales le arrancó una sonrisa, recordándole que, gracias al collar que llevaba oculto bajo su blusa, podía disfrutar de esos pequeños placeres nuevamente. Sacó un libro y comenzó a leer, perdiéndose en las líneas mientras el tiempo pasaba.
No sabía cuánto tiempo había estado allí cuando una figura familiar cruzó su campo de visión. El cabello rubio cenizo y la postura relajada eran inconfundibles. Katja dejó el libro a un lado de golpe y se levantó, casi volcando su silla en el proceso.
—¡Adrien! —exclamó antes de correr hacia él y lanzarse a sus brazos sin pensarlo.
Adrien, tomado por sorpresa, dejó escapar una risa breve mientras correspondía al abrazo con torpeza.
—¿Te pareció bien desaparecer así? —le recriminó Katja, separándose apenas lo suficiente para mirarlo. Sus ojos destellaban entre la luz tenue de la biblioteca, llenos de un afecto genuino que Adrien no pudo ignorar.
—Tenía cosas que hacer. —Su respuesta fue seca, pero sus labios esbozaron una sonrisa que lo traicionó.
Katja le golpeó suavemente el brazo, fingiendo estar ofendida. “Cosas que hacer…” pensó con un deje de sarcasmo.
Adrien ladeó la cabeza, sorprendido.
—Eso es un pensamiento muy fuerte, Brühnie. No necesitas gritarlo tanto en tu mente.
Katja abrió los ojos de par en par, soltando una risa contenida.
—¡Perdón! Es que olvidé que podías… ya sabes, escucharme. —Era un recordatorio de su habilidad, pero también de lo cómodo que era estar con alguien que podía entenderla incluso cuando las palabras parecían innecesarias.
Él se encogió de hombros y se sentó en una silla cercana, invitándole a hacer lo mismo.
—No te preocupes. ¿Cómo has estado?
Katja volvió a su asiento, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando los dedos bajo su barbilla.
—Podría preguntarte lo mismo, ya que eres tú el que ha estado desaparecido. —Su tono era ligero, casi juguetón, pero había un trasfondo de preocupación que Adrien no pasó por alto.
—He tenido que lidiar con algunos asuntos complicados. —Adrien desvió la mirada por un instante, incapaz de decirle la verdad: que había pasado los últimos días cuidando a Mila, manteniéndola prisionera mientras intentaban obtener respuestas.
Katja lo estudió por un momento, pero decidió no insistir: —Bueno, por lo menos estás aquí ahora. Te extrañé.
El comentario lo tomó por sorpresa. Adrien alzó la vista y encontró los ojos de Katja clavados en los suyos. Era tan directa, tan sincera, que resultaba desarmante.
“Yo también te extrañé”, pensó él, aunque no lo dijo en voz alta.
—¿Entonces qué libro tenías entre manos? —cambió el tema, señalando el tomo sobre la mesa con una sonrisa ladeada.
La conversación fluyó como si no hubieran pasado días sin verse. Katja le respondía tanto en voz alta como con pensamientos dispersos, algo que Adrien encontraba reconfortante. En su mente, la voz de ella tenía un eco suave, un tono único que le permitía distinguirla incluso entre cientos de mentes.
Pero a medida que el tiempo avanzaba, Adrien no podía evitar la sensación de culpa que lo invadía. Hablar con Katja era fácil, pero la sombra de Mila estaba presente, una verdad que él ocultaba cuidadosamente.
Katja deslizó el libro hacia Adrien, dejando que su portada quedara expuesta.
—Es un clásico —dijo mientras él lo tomaba entre sus manos—. Nada demasiado pesado.
Adrien levantó una ceja, leyendo el título en voz baja: —Crimen y Castigo. ¿Esto te parece ligero?
Katja se encogió de hombros, jugueteando con una de las esquinas de su bufanda.
—Cuando tienes siglos para reflexionar sobre moralidad y culpa, te acostumbras a estas cosas.
El comentario fue dicho con un tono casual, pero Adrien notó la sombra que cruzó su rostro. Había algo en su mirada que lo inquietaba, como si las palabras hubieran despertado algo enterrado en su memoria.
—¿Y qué opinas hasta ahora? —preguntó, intentando redirigir la conversación.
—Que a veces los conflictos más brutales no son los que enfrentamos con otros, sino los que llevamos dentro. —Su respuesta fue reflexiva, casi automática. Katja alzó la vista y sonrió—. No me mires así, solo estoy hablando del libro.
Adrien esbozó una sonrisa pequeña, pero no dijo nada. En su mente, esas palabras resonaron de una forma que ella probablemente no pretendía. Él también llevaba su propio conflicto interno, y la presencia de Katja solo hacía que esa carga se sintiera más pesada.
—¿Y tú qué has leído últimamente? —preguntó ella, inclinándose hacia adelante con interés.
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Editado: 13.01.2025